El kirchnerismo sigue pateando en contra

La polémica por las declaraciones de Mbappé sobre las elecciones francesas hizo llorar a muchos por la herida de una selección de fútbol apolítica

Nacional18 de junio de 2024Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher

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La política es una dimensión más de la vida. Más importante o menos importante, cada persona sabe definir qué lugar va a ocupar en su vida. Se puede ser un fanático de la política -que nos interesa todo lo referido a ella- o se puede ser fanático politizado -que toda nuestra visión del mundo gira alrededor de un cierto dogma-. El problema existe cuando los segundos prevalecen sobre los primeros.

En Argentina el péndulo nos empujó desde la frivolidad del menemismo hasta las sobrepolitización del kirchnerismo. Si en los ‘90 lo que importaba era la farándula, las fiestas y las fotos en Punta del Este con pareo blanco y sombrero de paja, lo que vino en los 2000 fue la gente con conciencia social. Todos obligados a tener un posicionamiento político sobre todas las cosas y todo el tiempo.

De ese modo hubo gente que poco a poco se fue encerrando en sí misma, dejando avanzar a los que todo el tiempo querían estaban dispuestos a compartir su visión de las cosas. Agrandados por una mayoría electoral fuerte, no dudaron en imponer un único relato y posicionamiento para toda la sociedad.

Ese grupo de apolíticos siguió creciendo y guardando silencio, mientras las minorías intensas se mantenían con su agenda. Con el tiempo la discusión cambió de color predominante, pero siempre alrededor de los mismos fanáticos que creen que todo debe ser politizado. 

Negados a ver que la realidad cambiaba, el kirchnerismo se fue encerrando cada vez más en sus dogmas, señalando como hereje a todo aquel que no demostrara conciencia social, entendida ésta como el apego a los principios rectores del progresismo culposo y pobrista del kirchnerismo y sus satélites.

Al 2014 en que vimos a la selección desfilar por Casa Rosada le siguió un 2022 en el que evitaron quedar pegados al gobierno. La toma de conciencia por parte de los jugadores de la selección separó dos mundos que no tienen porqué estar juntos, lo que fue interpretado por el kirchnerismo como una declaración de guerra. No se ahorraron calificativos a la hora de denostarlos en todos los medios posibles, con el adjetivo “desclasados” como la principal ofensa. ¿Cómo se le puede ocurrir ponerse del lado de los ricos a a un grupo de tipos que salió de la pobreza con su propio esfuerzo?

Así llegamos al episodio del fin de semana en el que Kylian Mbappé llamó a votar contra los extremos, una forma edulcorada y políticamente correcta de decir que no hay que votar por el espacio de derecha que ganó las recientes elecciones europeas. Rápidamente hubo gente que salió a vivar al delantero francés y a recordar que los jugadores de la selección no pidieron votar por Massa y en contra de Milei.

Si Mbappé quiere pronunciarse políticamente está bien. Si Messi, Di María, Agüero o quien sea no lo quiere hacer, también está bien. Lo que está profundamente mal es creer que las personas públicas tienen algún tipo de obligación política de andar expresando sus preferencias o, mucho peor, que esa preferencia además debe coincidir plenamente con la nuestra. Solamente los fanáticos políticos son incapaces de concebir la existencia del disenso, lo que los lleva al extremo de preferir al goleador francés por sobre el mejor jugador de la historia del fútbol, el argentino que nos dio el último título mundial. ¿Se puede preferir a Mbappé por sobre Messi? Si, se puede. ¿Se lo puede preferir por cuestiones políticas por sobre las futbolísticas? Sin ninguna duda. Lo que está pésimamente mal es enojarse porque la inmensa mayoría de la gente prefiere cantar “muchachos” y tatuarse tres estrellas antes que emocionarse por una interpretación exagerada sobre la conciencia social de un jugador de fútbol.

La sobrepolitización de algunas personas terminó teniendo el efecto contrario al que se esperaba, particularmente porque nunca se buscó el debate y la discusión constructiva, sino la imposición por la fuerza de los números de un discurso político único. Si hoy muchos deportistas eligen no hablar de política es porque no es fácil oponerse al discurso hegemónico sin pagar las consecuencias. No existe crecimiento político ni maduración cívica posible si no se parte de la premisa de que no se trata de negar al otro sino de construir incluso a partir de las diferencias.

Los deportistas de élite no son un puñado de gordos jugando un picadito de solteros contra casados; son tipos que se juegan sus ingresos cada vez que van a trabar una pelota y que sufren cuando los dejan en el banco o no los llaman a una concentración. Son personas que tienen el trabajo más difícil de todos, alegrarle el día a los sufridos hinchas de un cuadro de cualquier deporte, sacándole a miles de personas de las cabeza esas preocupaciones sobre el trabajo, los precios o el futuro. ¿Para qué exponerlos a opinar sobre un tema que no le importa a los que van a verlos? Es tan ridículo y desmedido como pedirle a una vedette que se pronuncie sobre el calentamiento global antes de hacer su número artístico. Simplemente excede sus obligaciones.

Tal como dijo Mbappé, hay que evitar los extremos, pero no necesariamente los de las ideologías. Posicionarse en el lugar de que todo es político y que hay que estar al tanto de todas las agendas existentes es tan nocivo como decir que nada es político y que por lo tanto no vale la pena dedicarse a ver qué hacen los políticos con la plata que el Estado le quita a los ciudadanos por la fuerza de los impuestos. Hay muchos matices al respecto y no son precisamente los futbolistas los que tienen la obligación de descifrarlos, por más de que algunos quieran obligarlos a hacerlo.

 

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