Caras y caretas cordobesas

Costumbre que llegó y se arraigó durante la primera mitad del siglo veinte, la de ir de picnic, era reflejada por los medios gráficos y se multiplicaba en las prácticas de sociabilidad del novecientos, en todo el país y también en Córdoba.

28 de octubre de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
Pic-nic-Caras-y-Caretas-1900
Fiesta campestre, el picnic del propio semanario porteño y su relato.

Por Víctor Ramés
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Compartir almuerzos en la campiña (Primera parte)

Atentos a las costumbres, la insistencia con la que se encuentra en la revista de nuestro especial interés esa actividad llamada “picnic”, una forma de sociabilidad entre familias, amigos, compañeros de trabajo, estudiantes, militantes partidarios, etc., no era algo para ignorar. 

Se puede observar que Caras y Caretas comienza a incluir noticias sobre esas ocasiones de recreación en 1900, en forma esporádica y luego con frecuencia progresiva. Esto también se veía reflejado en los diarios, a los que no les era ajeno el tema de esas juntadas burguesas, casi siempre campestres, en diversas ciudades y provincias del país. De 1907 a 1909 las referencias a picnics de diversas asociaciones y ocasiones muestran un crecimiento en Caras y desde 1910 queda establecida una sección frecuente en la revista, dedicada a esa temática en provincias y en la capital, que seguimos hasta 1920.

Decimos arriba que era una actividad burguesa sobre todo porque esa clase social, así como también la oligarquía argentina, eran los ambientes de que la publicación se hacía vocera. Sin embargo, el picnic no era algo exclusivo de las clases más acomodadas, e incluso fue para el anarquismo porteño una ocasión de militancia pedagógica, de ganar adeptos entre los sectores populares, difundir una reflexión crítica y legitimar su bandera. 

En un proceso de amplitud ideológica (y también comercial), durante los años en que Caras gozó de su mayor hegemonía periodística, incluía noticias de algunos modestos picnics de pueblo, entre otros más elegantes que excedían ese nombre para ser opíparos almuerzos.
Tenemos así que, en las dos primeras décadas del siglo XX y hasta mucho más adelante, el tipo de reuniones denominadas picnics fue adoptado por diversos sectores de la sociedad y marcó una época entre la variedad de momentos de ocio, recreación y sociabilidad que se habían introducido en las costumbres. 

Poniéndonos en situación, vamos en primer lugar a una referencia porteña que brindaba Caras y Caretas el 13 de enero de 1900, donde el semanario trataba de encuadrar el alcance de la palabra pic-nic que, por lo que dejaba ver la cita, se multiplicaba en la sociedad, y también convencía al semanario porteño a incursionar en la moda.

“PIC-NICS – Los calores de la estación sacan a las gentes del ahogo lentos de las mansiones estrechas y las empujan a las afueras, a los espacios abiertos al cielo, donde la brisa de los campos llega, aunque ya desfallecida, incitante y agradable todavía con sus aromas acres Las umbrías de los arbolados atraen. Los álamos, las acacias, los paraísos, los pensativos sauces, los risueños plátanos, son, bajo el tórrido sol, otras tantas fuentes de oxígeno, misericordiosamente abiertas por la naturaleza para refrigerar y llevar estimulantes sanguíneos a los pulmones cansados de la ciudad febril. Y cuando se ponen en fila, y las lilas se aparean y se multiplican, y forman bosque, y la sombra fresca se extiende sobre la yerba como un tapiz que el sol ribetea y esmalta con puntos de oro, filtrando por los breves espacios abiertos, entonces es el árbol como nunca el gran hospitalario, y hacia su protectora vecindad van las gentes en caravana para farandulear a su gusto, bajo la vasta protección de los follajes verdes, merendando con el inevitable apetito que abren los ejercicios sanos y al aire libre.
A esto le llaman pic-nic..., nombre que resulta lindamente onomatopeico (sic), pues da la idea de andar a saltitos, lo cual deja entender que se anda así por broma, pues los hombres no nacen trabados de pies como los chingolos y otros pájaros. La premura con que el verano se ha venido, aplicando verdaderos cáusticos de brasas sobre Buenos Aires, ha producido un amable florecimiento de este género de diversiones campestres. Todo el mundo se convida para salir a tomar aire fresco y gozar un día de desahogo bajo las arboledas. Las romerías españolas en el Tandil, los brillantes picnics de Lobos y Quilmes, han llevado numerosas caravanas a las alegres juergas. Los bosques de Palermo cobijan todos los días algunas familias en expansión, algún grupo de amigos de buen humor que van a comer en mangas de camisa. ¡Verdaderamente, es una gran cosa para el organismo un baño de naturaleza, siquiera sea medio hechiza y convencional como la de los parques urbanos!

El personal de Caras y Caretas salió también el domingo pasado a merendar en el magnífico bosque de Palermo, contribuyendo el día a nuestra modesta expansión casera con una temperatura soportable, que bajo los árboles y con ropa liviana, resultaba deliciosa.

Habíamos avisado a algunos amigos de la casa nuestro propósito de churrasquear con cuero y Sobre el pasto; así es que estuvimos agradabilísimamente acompañados, resultando el primitivo almuerzo una íntima fiesta campestre, en la que se pusieron en juego todos los recursos del buen humor nacional para pasar alegremente las horas. La excelente banda «Lago di Como» concurrió a nuestro almuerzo, alternando la buena música con el asado, lo cual resultó una combinación excelente. ¡Los amigos de Caras y Caretas que nos acompañaban hicieron gala de su ingenio e inagotable buen humor, del cual estaba contagiado todo el mundo! Unos criollos de guitarra cayeron a lo mejor por los fogones, y la escena adquirió carácter, revelando por las agrestes alamedas los ecos de las canciones pintorescas—estilo, milongas, cielos, vidalitas— toda la eflorescencia imaginatoria de la musa campera. Ni el comer ni el digerir sufrieron en lo más mínimo con estos extremos líricos. Y cuando allá a la tarde, muchachas joviales de otros pic nics vecinos concurrieron a favorecer nuestro bullicioso campamento, el baile sobre el césped al compás de las amorosas guitarras o a los vibrantes sones de la animosa banda, puso un coronamiento agradable, feliz, y hasta nos propasamos a decir poético, a las suculentas expansiones del día.”

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