La pasión del intercambio
Una excelente oportunidad para recordar cómo funcionaba una disquería emblemática de Buenos Aires en el siglo veinte y cuáles eran las implicancias de su devenir, está a disposición de cualquier usuario en la plataforma Cine.ar, donde por apenas $400 se puede ver el documental “El agujerito”.
J.C. Maraddón
Sería imposible siquiera enumerar las ventajas que ofrece el desarrollo creciente de la virtualidad en lo que va del siglo, pero tampoco son escasas las consecuencias negativas que ha traído ese salto tecnológico para la humanidad. Es más, todavía no es factible realizar una evaluación certera de esos inconvenientes, porque se trata de un proceso que aún está activo y que se remonta a un tiempo demasiado reciente, lo que induce a pensar que muchas de sus derivaciones no deseadas van a hacerse explícitas en el futuro, cuando nuestra exposición a esos nuevos prodigios haya acentuado las modificaciones del modo en que nos comportamos.
La desaparición de instancias en las que se producía el contacto presencial entre los individuos, es tal vez uno de los fenómenos que más se ha extendido y que, a pesar de que pueda parecer una nimiedad, mayores trastornos podría provocar en nuestras conductas. Que las cosas nos lleguen online o, cuanto mucho, que nos sean enviadas a través del delivery, nos evita molestias de todo tipo, pero de la misma manera nos impide llevar a cabo actividades que antes conformaban oportunidades para el contacto social, ese que implicaba un riesgo mortal en la pandemia y que después no ha llegado a recuperarse por completo.
Librerías y disquerías, por ejemplo, han sido en el siglo veinte verdaderos focos de efervescencia cultural, más que meros locales comerciales donde la gente concurría a comprar esa mercancía que iba a satisfacer su necesidad de entretenerse y/o formarse. Alrededor de estos negocios se tejía una red de interacciones que involucraban a los clientes entre sí y a quienes estaban detrás del mostrador, que solían oficiar de guías para aquellos que se adentraban en el universo de la literatura o la música. El placer de ingresar en uno de esos reductos era comparable al de acceder a una sala de cine o a un teatro.
A lo largo de los últimos veinte años, esos comercios han buscado adaptarse a los sucesivos cambios y han mutado según las circunstancias, agregando servicios como el café al paso o ampliando su espacio a la organización de talleres y ciclos de charlas, que sirvan como atractivo para que el público se acerque y se motive a comprar algo. Pero a pesar de ese esfuerzo, nada volvió a ser como era entonces y es habitual escuchar a los propietarios de esos emprendimientos quejarse de una disminución en las ventas que no sólo obedece a razones derivadas de la crisis económica.
Una excelente oportunidad para recordar cómo funcionaba una disquería emblemática de Buenos Aires en la pasada centuria y cuáles eran las implicancias de su devenir, está a disposición de cualquier usuario en la plataforma Cine.ar, donde por apenas $400 se puede ver el documental “El agujerito”, de Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta. En poco más de una hora, se rescata allí la trayectoria del negocio de ese nombre que funcionó durante años en la Galería del Este, regenteado por los hermanos Epstein y visitado con frecuencia por figuras de la cultura nacional.
Además del material de archivo y del testimonio de sus dueños, es la palabra de esa conspicua clientela la que destaca en el filme hasta qué punto El Agujerito representó un faro en la difusión musical para una cantidad inabarcable de personas que encontraban en esas bateas las joyas que andaban buscando. Pero, en especial, se topaban allí con otros melómanos tan inquietos como ellos, con los que se generaban fructíferos intercambios que no se equiparan a la fría sugerencia del algoritmo de Spotify, cuyos aciertos son tan innegables como distantes y faltos de pasión.
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