Caras y caretas cordobesas
Presos tristemente célebres precedían en el penal de Ushuaia a los cinco cordobeses peligrosos o reincidentes que arribaron custodiados por guardiacárceles de esta provincia, a mediados de abril de 1909.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
La lancha que conducía al fin del mundo, 1909 (Segunda parte)
Catello Muratgia fue la máxima autoridad del penal de Ushuaia por una década, centrando su estrategia carcelaria en “la regeneración del delincuente” y un sistema penitenciario inspirado en presidios europeos, con acento en el carácter “terapéutico” del encarcelamiento. En la realidad concreta y diaria, sin embargo, es evidente que la vida de los internos en el penal era durísima. Sin condiciones suficientes para sobrellevar un frío extremo, y con una jornada laboral extensa, el paso de los meses signaba un deterioro constante de la salud, en un contexto de socialización entre desgraciados. Pero las cosas prometían empeorar. El crecimiento de la población penal en la segunda década del siglo traería hacinamiento y una convivencia más áspera.
En el año 1904 hubo en el penal un trágico motín del que daba cuenta Caras y Caretas: “La sublevación de los penados del presidio y cárcel de reincidentes de Ushuaia, ocurrida el 10 del corriente, ha producido la consiguiente alarma entre sus pobladores, que se ven constantemente amenazados con la repetición de hechos análogos. Entre 6 y 7 de la mañana de ese día, los presos, aprovechando un momento en que la guardia no se hallaba toda reunida, atacaron el alcalde y los pocos guardianes que lo acompañaban, tratando de desarmarlos. Se produjo entonces una lucha cuerpo a cuerpo de la que resultaron tres penados muertos, y heridos cuatro de los presos y dos guardianes. (…) Durante la confusión consiguieron evadirse 15 penados de los cuales fueron aprehendidos 12 de ellos, dos días después. El encuentro con los amotinados dio por resultado la muerte del jefe de la sublevación el penado número 20, de apellido Massini, y quien era ocupado en la usina de luz eléctrica.
Cuando ocurrió la sublevación encontrábase en esta capital, el distinguido director del presidio, ingeniero Muratgia.”
1909 fue el año en que arribaron prisioneros cordobeses al presidio y cárcel de reincidentes de Ushuaia. La nota que aporta Caras y Caretas refleja el punto de vista de un autor a quien le ha tocado, en su viaje a Punta Arenas, el mismo vapor donde iban también, engrillados de a dos, presos cordobeses conducidos en ese viaje a lugar tan poco amable en las inmediaciones del helado invierno. Por suerte, el autor tomó fotografías durante el viaje.
“Cómo se va a presidio
(…) En el vapor en que me dirijo a Punta Arenas van cinco presos que traen desde Córdoba y que seguirán hasta Ushuaia.
Para cuidar a estos pasajeros vienen tres hombres al mando de un sargento. Todos pertenecen a la policía de Córdoba y es responsable del total el señor Luis Carranza, empleado de la Penitenciaría y que no pierde de vista ni a los unos ni a los otros. Van los presidiarios con toda la libertad que ha sido posible darles a bordo: «Acollarados», es decir, con esposas en las muñecas, de a dos, y así comen, duermen y hacen cuanto hacen, así, «acollarados».
A la tarde, suben a cubierta a tomar media hora de sol. Después, otra vez al fondo del barco. Son gentes de tierra adentro, que nunca vieron el mar.
No les está permitido marearse… Son presidiarios. El barco rola . . . les está permitido rodar, ir de babor a estribor, así como van: encadenados de a dos. Si se matan contra las costillas del casco, no importa. Son condenados por tiempo indeterminado . . . Entre los penados, va Pedro Espada, cuyas fechorías lo hicieron célebre en Córdoba.
— ¿Y qué tal lo trata la suerte?
—Bien no más, señor...
—¿Siente mucho dejar su tierra?
—Mi tierra no tanto señor, la Penitenciaría es lo que extraño. Dejo tantos amigos.
—¿Lo querían allí?
— ¡Ya lo creo! ¡Hubiera visto, señor, qué manifestación de aprecio y de respeto me hicieron los presos al saber que los dejaba para siempre!
— ¿Para siempre? ¿No tiene la esperanza de que el presidente le disminuya la pena con motivo del centenario?
— ¿Las esperanzas...? ¡El otro día las perdí y no las he vuelto a encontrar! Ya estoy viejo, señor. Ya no volveré, el presidio de Ushuaia es mi tumba, no me cabe la menor duda, quisiera despedirme del mundo... ¿Usted no podría ayudarme?
Y me dio esa «su última despedida» pidiéndome que se la publicara «pa’ que se acuerden por lo menos, que no me ido sin decirles adiós»
«Me es muy grato dar un adiós al mundo de los honrados por medio de ‘Caras y Caretas’. En viaje al Presidio de Ushuaia – Febrero 10- 1909. Vapor Neuquén.
Pedro Espada»
El penal al que llegarían los cordobeses contaba con 386 celdas para una población pequeña de internos, de no más de 62 personas que disponían cada una de su celda. Entre los penados recluidos allí a su llegada, se contaban algunos que habían trascendido debido a los ecos de la prensa, entre ellos el Sargento Funes, quien dio muerte en Puerto Belgrano, en 1900, al comandante Carlos A. Mallo. Según Caras y Caretas, “La opinión pública se manifestó entonces favorable al matador, por haberse traslucido que la víctima se conducía arbitrariamente y le daba malos tratamientos.” En marzo de 1909, Funes llevaba en la cárcel “una vida ejemplar y laboriosa”. También estaban allí El «Brasilero», El «Mono», cómplices en el robo y crimen del carbonero Ferrando en 1902, y en particular el famoso «Melena», inmortalizado por tangos de la época. Hasta Borges citó el triste caso en su ensayo sobre el tango, tomando aquel en cuya letra “queda algo de la antigua épica de las orillas también. Describe de un modo despiadado a la mujer envejecida y luego le dice: ‘Qué dirían si te vieran el Melena y el Campana, que una noche en los portones se acuchillaron por vos’. El Melena, el Campana y el Silletero eran tres asesinos que fueron famosos durante un año porque mataron a un comerciante que vivía en la calle Bustamante.”
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