Por Javier Boher
El Pro nació del estallido de 2001. Mauricio Macri, que había empezado su carrera política en Boca, empezó a tratar de meterse en la discusión nacional desde su primera candidatura a diputado. Poco a poco armó un partido que representaba el extremo opuesto al kirchnerismo. Se percibe (¿o se percibía?) republicano, de centroderecha, social y económicamente liberal pero con un Estado presente.
No sabemos cuánto queda de eso.
La dilución del kirchnerismo implicó también el debilitamiento del Pro, que aunque arrancó con propuestas y gestión, solamente pudo tener proyección nacional a partir de su condición de antítesis del kirchnerismo. A la sucesión que podría haber iniciado en 2015 la frustraron las mismas dinámicas internas, por lo que apareció la síntesis de todo eso, el libertaria mismo que heredó sólo algunos de los rasgos de ambos espacios.
La Libertad Avanza apareció pisando sobre ambos electorado, como una cuña desconocida, imposible de resistir. Escuchando el podcast de Andrés Malamud y Pablo Castro, me llamó la atención cuando mencionaron un dato que se me había pasado por alto: la última vez que hubo un presidente elegido a pesar de no tener un partido por detrás fue cuando Juan Domingo Perón llegó por primera vez a la Casa Rosada, desde donde fue construyendo el partido que definió la política argentina por siete décadas.
El peronismo siempre fue un dolor de cabeza para muchos partidos, pero particularmente para los que se perciben populares o de izquierda, que nunca supieron cómo posicionarse al respecto e hicieron las veces de meretrices del peronismo (para no usar la expresión tuitera que suele ser más fuerte) para blanquearle la cara y apoyarlo para que nadie los trate de gorilas o antipueblo.
Hoy el Pro, y todos los partidos del lado derecho del espectro económico, están viviendo algo parecido. Desesperado, tratando de hablarle a su base de adherentes más fieles, Mauricio Macri dividió a la gente de su partido diciendo que los que tenían precio ya fueron comprados y los que quedan son los que tienen valores. No vamos a decir que no sea cierto, pero esa derecha en crecimiento que existe detrás de Milei seguirá chupando gente de distintos partidos del espectro liberal, más allá de un posible precio.
Por supuesto que los del Pro no son los únicos, sino que también hay varios exkirchneristas que se fueron sumando a las filas del milevismo. Todos los que quieren un cargo o una carrera política saben que tienen más chances ahí que en un partido en el que por lealtad a Cristina quizás los mandan a prepararle la chocolatada a Néstor Iván, el hijo de Máximo. La irrupción de los libertarios es algo tan novedoso que ninguno sabe cómo procesarlo.
Si la política es una actividad que tiene por objetivo la búsqueda del poder para definir las políticas públicas, el movimiento básico es hacia aquellos espacios que tienen mayores chances de ganar elecciones. No es casual que el peronismo haya dominado la política nacional durante tantos años, reclutando muchísimos cuadros de distintos partidos en ese tiempo: para militar ideas de manera romántica y sin chances de poder está la izquierda.
Ese movimiento hacia donde reside la posibilidad de acceder al poder no tiene que ver necesariamente con tener precio, sino con una vocación para la búsqueda del poder, la única herramienta que existe en política. Plantear que los que se van no tienen valores le va a servir a Macri para mantenerse con un piso de pureza electoral, pero no lo va a ayudar a que el Pro vuelva a ser una alternativa de poder, especialmente si Milei está recibiendo a todos los rotos que andan dando vueltas por ahí.
Al final del día, a las elecciones no las ganan los que tienen las mejores ideas o los mejores valores, pero sí los que tienen mayor vocación de poder. Incluso aquellos que para ganar tienen que andar comprando voluntades.