Arriesgar con respeto
La adaptación que practicó Bruno Stagnaro sobre “El Eternauta” para la serie producida por Netflix, pone el acento en la virtud de entretener que poseía el original, a la vez que reafirma los guiños de hondo arraigo nacional y pondera la lucha colectiva como la única que puede vencer a las adversidades.
J.C. Maraddón
En 1957, la Argentina se encontraba de lleno inmersa en la convulsión política desatada tras el golpe de estado acontecido dos años antes, que impuso la proscripción del peronismo y desencadenó el exilio del líder de ese movimiento, una situación que se prolongó a lo largo de 18 años. En plena Guerra Fría, sin que el principal partido pudiese participar de elecciones libres y con las sospechas de simpatías prosoviéticas que pendían sobre cualquier agrupación de izquierda, se propició el caldo de cultivo para la aparición de una resistencia clandestina que no iba a tardar en dejar paso a la irrupción de formaciones revolucionarias.
Ese fue el contexto en el que Héctor Germán Oesterheld escribió el guion de la novela gráfica “El Eternauta”, que en su génesis contó con los dibujos de Francisco Solano López y que fue publicada inicialmente en la revista semanal “Hora Cero”. Por eso, en las interpretaciones que se escucharon desde el inicio acerca de las alusiones metafóricas del relato que remitían a la realidad argentina de su época, se entendía que la invasión extraterrestre ante la que se enfrentan el héroe Juan Salvo y quienes lo rodean, es una referencia a las intervenciones militares tan habituales en esos años.
Aunque “El Eternauta” se inscribe dentro del género de la ciencia ficción, no abreva en la vertiente que solo pone el acento en el entretenimiento, sino que se anota entre esas obras que además admiten una lectura filosófica e ideológica, por más que en sus narraciones haya alienígenas o naves intergalácticas. Contar historias fantásticas situadas en el futuro, les permitía a esos autores del siglo pasado derramar su mirada sobre el presente y desplegar planteos en relación a la situación mundial, en un momento en que primaba una perspectiva crítica sobre la economía de mercado y se encendían alarmas con respecto a la desigual distribución de la riqueza.
El posterior periplo de Oesterheld y su militancia en Montoneros, que derivó en que él y parte de su familia cayeran como víctimas del genocidio de la dictadura, respaldó la opinión de quienes enfatizaban el carácter testimonial de aquella obra maestra y su jerarquía como una pieza paradigmática de la producción cultural impregnada por un fuerte compromiso político. Sin embargo, la trascendencia universal de “El Eternauta” y el atractivo que despiertan las acciones y los personajes que allí asoman, sobrepasan cualquier apropiación local e instalan a su autor en una categoría superior, sin que eso opaque la memoria de su martirologio.
La adaptación que practicó Bruno Stagnaro para la serie producida por Netflix, enfatiza esta virtud que ya poseía el original, más allá de que desparramaba guiños de hondo arraigo nacional y ponderaba la lucha colectiva como la única que podía vencer a las adversidades. Respetuoso de esa perspectiva y de otras condiciones exigidas por la familia Oesterheld, Stagnaro se arriesgó a concretar la hazaña que nunca antes se había podido materializar y trasladó al presente en formato audiovisual la epopeya del hombre que quería ganar una partida de truco y que terminó enfrentando un ataque venido del espacio exterior.
Aun con algunos baches, los seis episodios de esta primera temporada exhiben cualidades inusuales y no se permiten soslayar el interés de ese espectador que, por encima las disputas en el plano de las ideas, busca pasar el rato subyugado por la oferta de las plataformas de streaming. Si el mensaje del autor de “El Eternauta” era el que los argentinos precisaban hace casi setenta años, el de esta versión renovada se agiganta en una coyuntura en la que el individualismo y el sálvese quien pueda cuentan con una aprobación mucho mayor que en aquel entonces.
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