Encanto por la era premoderna
Wes Anderson, uno de esos realizadores con estilo personal que tanto cosechan espectadores fieles como detractores que destrozan sus filmes, decidió ambientar su “Asteroid City” en el momento bisagra de los años cincuenta, para retratar no a un héroe sino a un estado de cosas.
J.C. Maraddón
Mirados desde las alturas del presente, aquellos años cincuenta pertenecen a un pasado naif en el que las preocupaciones cotidianas distaban mucho de las que nos acosan en la actualidad, encriptados como estamos en una dinámica de novedades tecnológicas que nos arrastra hacia adelante. Fueron esos tiempos los últimos en blanco y negro, cuando la televisión apenas insinuaba su potencial y los autos se atragantaban de un combustible que todavía se expendía a precios accesibles. El rocanrol aún no había perforado las bases de la moral puritana y las familias respondían a mandatos que de ningún modo podían ser ignorados.
El encanto de esa sociedad occidental pendiente de la Guerra Fría y sensible a la posibilidad de entrar en contacto con criaturas de otra galaxia, lleva a que de modo permanente el cine y la literatura revisiten esa época, para atraparla en su inocencia y presentarla envasada en un formato artístico que la ponga a disposición del público de este nuevo siglo. Esas obras, por más que sean novedosas, se embeben del atractivo de lo vintage y juegan con prestarse a ser vehículos para que, quienes así lo deseen, puedan retroceder 70 años y ubicarse en la situación de aquellas personas que entonces habitaban el planeta.
Varios han sido los directores que han caído en la tentación de apelar a ese recurso, excusados en el propósito de abordar la biografía de algún personaje célebre que cobró notoriedad durante ese periodo. El año pasado fue el australiano Baz Luhrmann quien se remontó hasta mediados de la pasada centuria para rescatar la leyenda del rey del rock en “Elvis”, en tanto que hace apenas un mes Christopher Nolan hizo lo propio en “Oppenheimer”, cuando se metió con el antes y el después de en la vida del padre de la bomba atómica, a partir de sus apocalípticos descubrimientos.
Wes Anderson, uno de esos realizadores con estilo personal que tanto cosechan espectadores fieles como detractores que destrozan sus filmes, decidió ambientar su “Asteroid City” en ese momento bisagra de la historia, pero para retratar un estado de cosas más que el ascenso y la decadencia de un héroe. Gente que por casualidad coincide en pasar por un poblado en el medio del desierto estadounidense, experimenta vivencias que podrían parecer triviales y hasta graciosas, pero que en su conjunto pintan un cuadro delicioso, alejado de las convenciones narrativas que recomiendan los manuales de la creación cinematográfica.
A mitad de camino entre la animación y la interpretación actoral, con escenografías que bien podrían provenir de las viejas series de cowboys o de los western spaghetti, Anderson practica a gusto ese cine de autor que lo caracteriza y plantea una estética tan sutil como a veces grotesca, en la que de modo deliberado nos va introduciendo hasta hacernos creer que lo visto en pantalla es verosímil. Un elenco salpicado de estrellas, como Scarlett Johansson, Tom Hanks, Margot Robbie, Adrien Brody, Edward Norton, Willem Dafoe o Jeff Goldblum, entre otros, compone las escenas que se suceden como en un rompecabezas.
Pero está claro que el rol central de esta exótica comedia es la propia Asteroid City, esa localidad inexistente donde el asteroide que le da nombre deviene en imán para la inteligencia extraterrestre, mientras allá a lo lejos se vislumbran los hongos de los ensayos nucleares. Rodado en España como las inolvidables gemas de Sergio Leone, el largometraje tributa con su argumento a esa era premoderna, tan distante de nuestra realidad que hasta en sus pliegues más oscuros deslumbra por su ingenuo maniqueísmo, en contraste con la complejidad que es habitual en estos días, en los que todo es multicausal.
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