Escatología para adolescentes
Más de un cuarto de siglo después de la consagración de aquella corriente de comedias que apelaban al humor directo, el estreno en Netflix de la cinta “No estás invitada a mi Bat Mitzvah” permite sacar algunas conclusiones acerca de hasta dónde ha conducido ese camino.
J.C. Maraddón
Durante los años noventa se estableció una tendencia cinematográfica de la que ya había habido exponentes mucho antes, pero que en ese fin de siglo se consolidó dentro del género de la comedia y proveyó de una catarata de títulos que gozaron de un notorio romance con la taquilla. Quizás haya sido la desaparición del corsé de la moral reaganiana lo que incentivó el desmadre; o tal vez la coincidencia en el espacio y el tiempo de una camada de directores y de comediantes que supieron llevar adelante esa cruzada en favor de los chistes y los gags cochinos que coparon la pantalla.
Se hizo habitual que, para hacer reír, las películas apelasen a golpes bajos como las flatulencias, los vómitos, los mocos y todo tipo de fluidos y sonidos corporales que, insertos en determinadas situaciones, necesariamente tenían que causar gracia y ganarse las simpatías de los espectadores, quienes pochoclo y gaseosa en mano, copaban los entonces flamantes complejos de salas de proyección. Estos trucos iban acompañados de otros contenidos provocadores, como el consumo explícito de drogas y las escenas de erotismo, siempre direccionados hacia un remate que desatara las carcajadas y, por ende, garantizase el éxito de esa propuesta cómica.
No faltaron las voces que se levantaron contra esta clase de filmografía, acusándola de sexista, misógina, morbosa, efectista, guaranga y discriminadora, y casi agotando los calificativos descalificadores para dejar en claro que se estaba en presencia de algo condenable y, sobre todo, inconveniente para los menores. Desde la crítica más erudita, se subrayaba el simplismo de estos largometrajes, que apuntaban a disparar munición gruesa para conquistar a la platea menos exigente. Sólo algunos cinéfilos desprejuiciados se abstenían de lapidar estas producciones, que para ellos constituían piezas de culto a las que correspondía considerar como una nueva forma de ejercer el humorismo.
Sin embargo, la moda tomó un giro controvertido años después con el programa “Jackass” de MTV, que dio paso luego a una saga fílmica y también tuvo su eco en el negocio de los videojuegos. Competencias que conjugaban el peligro con la grosería lisa y llana, fueron el atractivo central de esta franquicia, que no reniega de su conexión directa con aquella comicidad noventosa de la que había heredado la inclinación al mal gusto. Como lógica consecuencia de esta espiral de chabacanería, hubo un punto de saturación determinado por la imposibilidad de llevar las cosas más lejos de lo que ya habían llegado.
Más de un cuarto de siglo después de la consagración de aquella corriente, el estreno en Netflix de la cinta “No estás invitada a mi Bat Mitzvah” permite sacar algunas conclusiones acerca de hasta dónde ha conducido ese camino. El argumento que desarrolla la directora Sammi Cohen es una típica historia de iniciación en la que la colegiala Stacy, de 13 años, debe afrontar la ceremonia religiosa judía de ingreso a la adultez, al mismo tiempo que entra en una zona de conflicto con su mejor amiga. La presencia actoral de la familia Sandler (Adam, su esposa Jackie y sus hijas Sadie y Sunny) dota de un curioso detalle a este producto.
Aunque no se trata de una realización exclusivamente reidera, es significativo que en varias de sus escenas se recurra a aquellas humoradas tan polémicas de los noventa, como chistes sobre toallitas íntimas, mucosidades y gases vaginales, protagonizados por esas teenagers empoderadas de estricta actualidad. Como ejemplo de que todo cambia, el mismo segmento de público al que años atrás se quería proteger de la afrenta de esas películas llenas de procacidad y frases soeces, es al que se dirige “No estás invitada a mi Bat Mitzvah”, que según Netflix es uno de los títulos más vistos de su grilla.
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