Música para no descartar
Desde la semana pasada se desarrolla en Córdoba un ciclo que ocupará todos los miércoles por lo menos hasta finales de agosto bajo el nombre de Sindicato de la Canción. Cada noche, subirán a escena tres intérpretes que asumirán la defensa de la antigua causa de los trovadores.
Componer y cantar una obra propia con el acompañamiento de una guitarra u otro instrumento de parecidas características, es un ritual que tiene varios siglos de antigüedad y que ha atravesado la historia como la base de otras músicas más complejas que sobrevinieron después. Los trovadores medievales representan el antecedente primordial de ese linaje de artistas que, a partir de las temáticas más diversas, concitó la admiración de quienes escuchaban sus interpretaciones y aplaudían sus performances, incluso mucho antes de que la industria discográfica estructurase su aparato de difusión, distribución y venta que hoy tiene en la virtualidad su soporte esencial.
Han sido esas voces las que le cantaron al amor y de ese modo potenciaron las emociones de las audiencias que se sentían aludidas por su poesía. Y también fueron ellas las que encendieron la chispa de ciertos cambios sociales con sus mensajes de compromiso político, cuando los tiempos fueron propicios para que ese tipo de piezas tuviese mayor llegada. En ciertos escenarios naturales, esa trova asumió un perfil folklórico que transparentó la idiosincrasia local y promovió el fortalecimiento de identidades nacionales cuya aspiración de singularidad encontró en determinadas expresiones artísticas el eje sobre el cual hacer girar su valía.
En distintos periodos históricos, esas simples obras sonoras han quedado relegadas detrás de otros ritmos que ponen el acento en el baile y privilegian los estribillos pegadizos, de esos que todos pueden corear sin equivocarse ni una palabra. Y en otras ocasiones, se manifiestan tendencias que apuntan a la experimentación o a la utilización de arreglos orquestales más elaborados, cuyos matices contrastan con la pureza de esos cantautores a los que con muy poco les basta para hacerse escuchar, siempre y cuando haya oídos prestos a atender sus propuestas imbuidas de un espíritu que ha trascendido a los vaivenes de las modas.
Hoy mismo podría decirse que atravesamos una etapa en la que se le da preponderancia a géneros como el trap, el reguetón o la electrónica, muy alejados del minimalismo cancionero que tanto puede trascender en grandes escenarios como en pequeños pubs. En un presente en el cual se extiende el uso del autotune y las bases preseteadas, no aparenta ser oportuna la obstinación en hacer valer la subsistencia de la figura del trovador. Mucho menos se emparenta con algunas preferencias ideológicas actuales aquel modelo de artista comprometido con causas políticas revolucionarias, plasmadas en un repertorio con letras “de protesta”.
A pesar de que todo indica que es impertinente retomar aquella seminal senda del canto, desde la semana pasada se desarrolla un ciclo que ocupará todos los miércoles por lo menos hasta finales de agosto bajo el nombre de Sindicato de la Canción. Cada noche, subirán a escena tres intérpretes que asumirán la defensa de tan noble causa, desde distintos abordajes y con un currículum de extensión diversa. La sede de estos encuentros es el Sindicato de Maravillas, un local que convoca a espectáculos musicales y teatrales en la sala ubicada en Libertad 326, en el centro de la ciudad de Córdoba.
La velada de apertura a cargo de Santiago Guerrero, Fito Díaz y Llama el Agua (Marín Polé y Juanma Cannizzo) logró, a pesar del frío, el aplauso unánime de una platea necesitada de esta clase de estímulos, como antídoto contra una realidad abrumadora. Willy Ferreyra, Lauri Fire y Sergio Korn proseguirán hoy con esta cadena de conciertos que cuenta con la curaduría de Enrico Barbizi y Santiago Guerrero, para oponer resistencia a un panorama donde la persistencia de este formato musical se hace más necesaria que nunca, porque no todo en la vida tiene que ser descartable.
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