Cultura Por: J.C. Maraddón23 de febrero de 2024

Abanderados de la renovación

Al cumplirse 30 años del lanzamiento del álbum “Dookie” y con Green Day todavía en plena actividad, ya no quedan dudas de que ese arresto de punk edulcorado que ellos protagonizaron en 1994 merece ser recordado como algo que supo sacudir la modorra del rock.

J.C. Maraddón


Podría fecharse el día de la muerte de Sid Vicious en Nueva York hace 45 años como el final del movimiento punk, cuyo breve interregno tal vez haya sido la última ocasión en que la cultura juvenil se propuso cambiar la sociedad desde la música. A partir de ese momento, las rebeldías sonoras se canalizaron siempre dentro del sistema, a pesar de que algunos referentes aislados, como Kurt Cobain, hayan querido vociferar su protesta y hayan pagado muy caro la osadía de explicitar su desacuerdo. Sólo ciertas variantes del rap han seguido sosteniendo las banderas de la oposición a ese esquema de producción preconcebido.

Y si bien el estilo del grunge al que adscribía Cobain con su trío Nirvana dejaba ver la influencia que la punkitud había tenido sobre su energía creativa, no iba a ser sino pocos años después que iba a aparecer un conjunto de bandas cuya adhesión a aquella oleada rockera inglesa de los años setenta iba a ser explícita. Hubo en esa primera mitad de los noventa una necesidad de las nuevas generaciones de aferrarse a esas guitarras distorsionadas, a esa aceleración rítmica y a esas gargantas al límite que caracterizaron una época desde la que ya habían transcurrido unos 15 años.

Cabe señalar el año 1994 como el momento en que varios de esos exponentes del neo-punk coincidieron en lanzar sus discos más resonantes y por ende conformaron una tendencia que empezó a sobresalir por encima de ese grunge que iniciaba un lento pero inexorable descenso en las preferencias. Formaciones como Rancid, The Offspring o Blink-182 forzaron a que la prensa especializada debiera inventar una categoría capaz de englobarlas y, por su propuesta enérgica y melódica a la vez, abrieron un apartado al que denominaron “pop punk”, una especie de oxímoron que de todas maneras no es inadecuado.

Tal vez el grupo que mejor ha representado esa vertiente rockera nacida en los noventa ha sido Green Day, un trío californiano encabezado por el guitarrista y cantante Billie Joe Armstrong que como muchos en esa época arrancó en un sello independiente, pero que luego de ganarse la voluntad de miles de fans cedió ante la oferta de la discográfica Reprise. Bajo esa marca, en febrero de 1994 publicaron su tercer álbum, “Dookie”, que a la postre sería el que iba a convertirlos en abanderados de una renovación punkie a la que adolescentes de todo el mundo le rendirían culto.

Por supuesto, los punks de la primera época se resistían a que se incluyera bajo esa etiqueta a artistas que carecían de la impronta nihilista y contracultural con la que se identificó en su momento a los Sex Pistols o The Clash. Pero de alguna forma había que llamar a esos chicos de pelos erizados y guitarras chirriantes, que a diferencia de sus predecesores sabían muy bien cómo componer canciones de estribillos pegadizos, sin que hiciera falta dar muestras de una marginalidad de origen que a esa altura hubiese resultado muy poco creíble para el mercado del disco.

Al cumplirse 30 años del lanzamiento de “Dookie” y con Green Day todavía en plena actividad, ya no quedan dudas de que ese arresto de punk edulcorado que ellos protagonizaron en 1994 merece ser recordado como algo que supo sacudir la modorra de un rock que todavía se creía dueño de un imperio eterno. Ahora que la supervivencia rockera pende de un hilo, ese aporte de Billie Joe Armstrong y su terceto puede ser visto como uno de los últimos estertores de un género que desde hace mucho no deja de volverse sobre sí mismo en busca de relamer sus heridas.

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