Érase una vez en Europa
Tal como había sucedido en enero en los Golden Globes, en un más que merecido halago la película “Anatomía de una caída” se hizo acreedora al Oscar por Mejor Guion Original, correspondiente a la directora Justine Triet en sociedad con su pareja Arthur Harari.
Por J.C. Maraddón
Dentro de los clichés de la cinematografía, sobresale aquel que otorga a la factoría hollywoodense un esmerado afán por confeccionar productos lucrativos, que no escatimen recursos con tal de reventar la taquilla y permanecer largas semanas en cartel. Para ese fin, se apelará a estratagemas ya conocidas, como reclutar a estrellas capaces por sí solas de convocar a legiones de espectadores. Tampoco se ahorrarán efectos especiales ni se complicarán demasiado los hilos de la trama, garantizando un contenido accesible a todo público, que no requiera más que la disposición a entretenerse y, de paso, comprar pochoclo, gaseosa y alguna otra cosa más.
Por el contrario, se suele asimilar al cine europeo características muy particulares, que incluyen guiones con finales no necesariamente felices, narraciones que pueden no ser lineales, actuaciones soberbias y un ritmo que prioriza el detalle por sobre la velocidad. Serán entonces producciones que raramente extenderán demasiado su estadía en las salas comerciales y que con prontitud pasarán a integrar la cartelera de los cineclubes, con críticas que resaltan sus aciertos, pero sin una aceptación masiva que torne redituable la empresa de quienes apostaron a financiar una obra de este tipo y que se ilusionaron con cortar entradas a lo loco.
Estas diferencias, que supieron trazar un límite muy difícil de atravesar para unos y otros, han ido diluyéndose con el transcurrir de los años, aunque ambos modos de hacer cine distan mucho todavía de entrar en una convergencia que impida distinguirlos entre sí. Desde el continente europeo se han ensayado proyectos que han constituido un suceso de recaudación, en tanto desde los Estados Unidos han emergido largometrajes de autor que han puesto un cuidado superlativo en la calidad artística del producto. Pero ninguna de estas dos tendencias dejaba de ser mucho más que una excepción a la regla.
En los últimos años, los premios Oscar han acentuado la posibilidad de una síntesis entre esas escuelas que antes eran divergentes, al consagrar películas que más allá de contar con la banca de las distintas majors, aportan una perspectiva heterodoxa que no siempre coincide con lo que marca el manual de los best sellers. Peor aún, se han otorgado estatuillas en los más importantes rubros a filmes de producción extranjera, cosa que hasta no hace tanto hubiese aparentado ser exótica y que hoy se naturaliza a partir de sucesivos triunfos de emprendimientos nacidos fuera del ejido de los Estados Unidos.
Este año, en la categoría de Mejor Película aparecían algunos títulos en coproducción con Gran Bretaña, como “Zona de interés”, “Pobres criaturas” y la propia “Oppenheimer”, del inglés Christopher Nolan, que fue la que a la postre se quedó con el galardón. Pero tal vez lo más llamativo fue ver allí compitiendo en igualdad de condiciones a “Anatomía de una caída”, de la francesa Justine Triet, un policial de notable factura que se había alzado con la Palma de Oro en Cannes, con la distinción a la Mejor Película de Habla No Inglesa en los Golden Globes y con el Goya a la Mejor Película Europea.
Tal como había sucedido en enero en los Golden Globes, “Anatomía de una caída” se hizo acreedora al Oscar por Mejor Guion Original, correspondiente a la misma Justine Triet en sociedad con su pareja Arthur Harari. Más que merecido halago para esta realizadora que se ha despachado con una obra magnífica sobre una mujer que es acusada de asesinar a su marido, con un gran protagónico a cargo de Sandra Hüller. Sin resignar un ápice en la exigencia cualitativa que se impone el cine del viejo continente, Triet consigue redondear una cinta tan atractiva como impactante.
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