Cultura Por: J.C. Maraddón07 de mayo de 2024

La perpetuidad de un rito

Lo que llama la atención de la reglamentación que se ha dado a conocer para los Oscars del año que viene, es que se sigue promoviendo la asistencia al cine como hecho trascendental de este género, a pesar de que quizás ya no sea ese el modo en el que la mayoría de la gente ve películas.

J.C. Maraddón

 

Así como el cine actual sólo mantiene algunos puntos de contacto con el que se realizaba cien años atrás, también los premios Oscar han debido adaptarse a esos cambios, como reflejo de la evolución de una industria que se ha revelado como una de las más lucrativas en la economía del entretenimiento. La incorporación de nuevas categorías, las modificaciones en la denominación de las ya existentes y las variaciones en la estructura de la ceremonia, han sido los más notorios síntomas de esa permanente renovación que la Academia de Hollywood ha debido implementar para no quedar rezagada a medida que pasa el tiempo.

Pero ha sido la irrupción de las plataformas de streaming la que, sin duda, le ha asestado el cimbronazo más duro a la antigua estructura del negocio audiovisual, que había logrado con relativo éxito atravesar las crisis que se desataron con formatos como el videocasete, el DVD y la TV por cable. Aunque esos soportes en su momento implicaron que el histórico circuito de salas tuviera que adoptar la forma de multicines, hubo una rápida reacción de distribuidores y exhibidores que posibilitó la continuidad de esa costumbre ancestral de sentarse en una butaca con las luces apagadas para mirar la proyección en pantalla.

Con el geométrico ascenso de Netflix y el resto de los servicios online desde hace ya una década, se veía venir un terremoto cultural que tuvo su coletazo en los Oscars cuando se instauró como condición para competir por las estatuillas que los filmes hubiesen pasado por salas, aunque más no sea durante unos días. Este requisito calmó un poco los resquemores, pero a la vez potenció la capacidad de las plataformas de producir sus propios largometrajes, que una vez estrenados y proyectados en los cines tradicionales, bajaban de cartel para convertirse en contenido exclusivo disponible sólo para sus abonados.

La pandemia, durante la cual asistir a una función cinematográfica implicaba un riesgo que no muchos estaban dispuestos a correr, multiplicó la cantidad de usuarios del streaming y transformó a esa vía de consumo en una de las más populares dentro del mercado internacional. A la salida de aquel aislamiento social, apenas si los tanques de taquilla lograron que la gente sacara su entrada y comprara su pochoclo, en tanto que Netflix y todas las demás ya habían consolidado la fidelidad de sus sucriptores y se habían constituido en el vértice principal de ese sector de la economía.

En este sentido se inscribe la necesidad de la Academia de volver a alterar sus reglas para los galardones que se entregarán en marzo de 2025, cuyos nominados serán elegidos entre los títulos que sean estrenados a lo largo de este año. Y también inciden en esa readaptación los paradigmas que predominan en Hollywood en la actualidad, con criterios de selección que deben contemplar diversidades de todo tipo. El pedido de Ryan Gossling y Emily Blunt para que se incluya el rubro de los dobles de riesgo en la premiación, es uno de los ejemplos de esta tendencia hacia la corrección política.

Pero lo que llama la atención de la reglamentación que se ha dado a conocer para el año que viene, es que se sigue promoviendo la asistencia al cine como hecho trascendental de este género del entretenimiento, a pesar de que quizás ya no sea ese el modo en el que la mayoría de la gente ve películas. Más allá de ajustar las exigencias para participar de determinadas categorías, se especifica como imprescindible que la cinta en cuestión haya estado en la gran pantalla durante al menos siete días entre enero y diciembre, como si esa intransigencia por sí misma garantizara la perpetuidad de un rito centenario.

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