Cultura Por: J.C. Maraddón06 de junio de 2024

La quimera de salir del pozo

Sobre el caso de Leonardo Cositorto y Generación Zoe, Netlix ha estrenado el documental “El vendedor de ilusiones”, bajo la dirección de Matías Gueilburt, quien también fue responsable de “Los ladrones”, producción de 2022 acerca del “robo del siglo” a la sucursal Acassuso del banco Río.

J.C. Maraddón


El siglo veinte abundó en utopías colectivas que en algunos casos condujeron al desengaño y en otros a la catástrofe o el fracaso liso y llano, pero que en definitiva encendieron un fuego al calor del cual la humanidad presintió que estaba en los albores de un mundo mejor. Y es probable que hayan sido los años sesenta los que dieron marco a algunas de las epopeyas más recordadas que iban en esa dirección, en el contexto de un avance contracultural animado por jóvenes que desafiaban los mandatos de la sociedad de consumo y proponían ideales que no eran funcionales al poder.

Había movimientos que se planteaban las banderas del amor y la paz, en tanto otros no trepidaban en armarse para luchar contras esas estructuras opresoras a las que responsabilizaban por la desigualdad social. Pero lo que unía a todas esas iniciativas era la conciencia de que nada iba a lograrse por el empeño individual, sino que era necesaria la unión de voluntades como requisito indispensable para alcanzar los objetivos deseados. Y se tenía en claro que, en vez de la competencia, sólo la cooperación podía pavimentar el camino hacia ese bienestar general que era señalado como meta.

Ya hacia finales de la pasada centuria, con Estados Unidos envalentonado tras la caída de la Unión Soviética y el capitalismo ungido como único sistema viable, aquellas  concepciones fueron quedando relegadas, y en su reemplazo floreció la cultura de los emprendedores que prevalecían gracias a su talento para los negocios. Las startups vinculadas al ámbito tecnológico que de la nada empezaban a cotizar sus acciones en la bolsa, despertaron en muchos jóvenes la ilusión de que podían triunfar tal como lo habían hecho Bill Gates o Steve Jobs, modelos a seguir entonces de la misma manera que varias décadas antes lo había sido el Che Guevara.

Sin embargo, eso que en los países desarrollados estaba dentro de las posibilidades de chicas y muchachos con inquietudes, en la periferia constituía un sueño inaccesible que, pese a todo, desvelaba a quienes estaban seguros de que los esperaba un destino de gloria y que no se perdían ninguna charla TEDx, porque allí hablaban aquellos que habían concretado ese propósito. Técnicas motivacionales, coaching ontológico, inteligencia emocional y otras áreas por el estilo, se transformaron a lo largo de este siglo en supuestas herramientas para llegar al éxito económico, que comenzó a ser considerado como el fin de toda acción humana.

Esta fantasía, que no deja de ser tanto o más quimérica que la liberación nacional y social, alimenta un mercado de soñadores dispuestos a hacer lo que sea con tal de convertirse en millonarios en el corto plazo, como si eso fuera tan simple. Y, ante la multiplicación de este fenómeno, no tardaron en proliferar los pretendidos expertos en la materia, que terminan amasando una fortuna a costa de la credulidad de la gente. La salvación personal, caiga quien caiga, se ha vuelto endémica en un mundo en el que la solidaridad tiene cada vez menos prensa.

Sólo así se explica lo sucedido con Generación Zoe, ese invento de Leonardo Cositorto sobre el que Netlix ha estrenado el documental “El vendedor de ilusiones”, bajo la dirección de Matías Gueilburt, también responsable de “Los ladrones”, producción de 2022 acerca del “robo del siglo” a la sucursal Acassuso del banco Río. A lo largo de esta nueva película, pocas dudas quedan sobre el motivo por el que las víctimas caen en la estafa piramidal que llevó a la cárcel a su responsable: hartos de esforzarse sin ninguna perspectiva, creyeron con fe religiosa en la promesa de un esquema de inversiones que garantizaba sacarlos del pozo.

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