Cultura Por: Víctor Ramés24 de julio de 2024

Caras y caretas cordobesas

Se cierra la transcripción de una crónica de Francisco Derfilippis Novoa publicada en septiembre de 1917, que destaca su percepción del paisaje y la gente serrana de Córdoba. Se inspira en su permanencia en Punilla, mientras dirigía la película “Flor de durazno”.

Cuadros serranos de Córdoba en "Caras y Caretas", septiembre de 1917.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

Defilippis Novoa por las sierras de Córdoba (Segunda parte)

La nota de Defilippis Novoa publicada por Caras y Caretas, reenviaba al paisaje cordobés con el que el autor había tenido contacto durante el rodaje de Flor de durazno, en el valle de Punilla. A esa concurrencia de circunstancias se sumaba una casualidad notable: la fecha de aparición de la nota, el sábado 29 de septiembre de 1917, coincidía con la del estreno de la película ante el público general, aquel mismo 29 de septiembre, en el cine Select de Buenos Aires. 

Varias escenas de Flor de durazno, película basada en la novela de Hugo Wast de 1911, se rodaron en locaciones de Dolores de Punilla. Gardel viajó en mayo desde Buenos Aires -tras firmar contrato con la Odeón junto a José Razzano- convocado a Córdoba por la empresa Patria Film para filmar la película. Asumiría el papel de un hombre criollo que aceptaba como esposa a su antigua novia, quien lo había engañado, mientras él prestaba servicios en la marina, con un pituco de la ciudad del cual había tenido un hijo. Su coprotagonista era la actriz siciliana Ilde Pirovano; ella memoraría, años después, el buen humor de Carlos Gardel durante los tres meses de rodaje, y cómo el cantor tenía avidez por las canzonetas napolitanas que ella sabía. Expresaba la actriz: «Él me hablaba en castellano y yo le contestaba en italiano, pero no importaba porque el film era mudo. En los descansos entonábamos canzonetas a dúo, y él me enseñó mi primer tango, ‘Mi noche triste’.»

Lo cierto es que el elenco y los técnicos junto al director, permanecieron en un hotel de la zona durante la filmación. En los descansos, Defilippis Novoa tuvo tiempo para tomar nota de los paisajes serranos de Punilla y la gente que habitaba el lugar en 1917. Al finalizar el rodaje, acabando el mes de julio, todo el mundo se volvió a Buenos Aires. Gardel comenzaría de inmediato una serie de presentaciones en el Teatro Empire, donde tenía contrato del 31 de julio al 3 de septiembre. Durante esas actuaciones estrenó precisamente el tango que le había enseñado a Ilde Pirovano, Mi noche triste, tema que dio inicio a la historia del tango canción. 

En cuanto a nuestro autor dramático y cineasta, este haría los contactos en Caras y Caretas para compartir en sus páginas con el público lector la crónica escrita durante los días de Punilla. Era un buen momento para Defilippis, y este un punto óptimo para retomar la transcripción de su nota: 

“Pacientemente las cabritas ofrecen sus ubres, sabedoras que su sacrificio será prontamente recompensado con la libertad. Cuando ésta llegue, trincarán la yerba de los montes y treparán al más adusto de los riscos, para regresar anochecido, al compás del cencerro de la madrina.
En el camino tropezamos con el boyero, un diminuto boyero de siete años, que ríe como enseñando a la admiración sus tempranos años útiles.
Entran en el pueblo los vendedores que se costean de una legua a ofrecer sus productos. Marchan silenciosos, sin importarles nada su comercio, que lo tienen hecho de antemano. Las cabalgaduras, sumisas, dejan caer sus orejas en un abandono de significativa resignación.
Niños ricos, en burro, van hacia el pueblo vecino, satisfechos de la tranquilidad con que los filosóficos animales reciben sus taloneos.
Una cabalgata de ingleses corta nuestra meditación. Ríen y hablan sin preocuparse de otra cosa que de sus personas.
Por el lado opuesto ha cruzado una tropa de chúcaros bramando de indignación contra los guías que la acobardan a gritos.
A la puerta de un rancho se ha detenido el coche del cura, que conduce a la misión religiosa que está encargada de convencer a los paisanos de la utilidad del matrimonio legalizado y bendecido.
La luz, intensa, no deja resquicio sin alumbrar. Y como en burla, en los árboles que bordan el camino, los pájaros pían, revuelan en parejas locas de amor que no obedece a leyes impuestas por los hombres.
Estamos cerca de la estación.
Dos serranitas que infaliblemente llegan todos los días, a la misma hora, de los perdidos ranchos de la sierra, para ofrecer flores a los viajeros, nos muestran sus ramos de violetas silvestres.
— ¿Un ramito, niño?
Recibimos el regalo como si fuera hecho sin ningún interés.
Bajan la vista las dos silvestres margaritas y se alejan calladas.
Las llamamos. Ponemos en su diestra una moneda.
En los ojos de las dos se vislumbra un ligero claror de alegría, sin ni siquiera mirarnos.
Estamos ya en la estación.
Va a llegar el tren de las diez. Pasea frente a su puerta el jefe. Asoma de vez en cuando su cabeza el telegrafista. Sentados en los bancos de espera los mismos hombres que vimos a la llegada al pueblo. Junto a las barreras de la primera calle los mismos coches y carros que nos recibieran.
Nos saluda con un cantado «buen díaaa» el comisario.
Y nos mira con aire de superioridad el único viajero que habrá de subir al convoy.
Falta media hora para que llegue el tren, pero vive la estación su nerviosa vida de costumbre,
«intensamente».
Se hace un silencio. Han llegado las veraneantes que todos los días vienen a recibir de la ciudad las expresiones que arrastra el tren de la mañana. Son ocho muchachas parlanchinas y frescas que ponen una nota de color en aquella monotonía y pobreza de estación serrana.
Suena ya el pito del convoy. ¿Quién vendrá a quedarse en el lejano pueblo? ¿Qué noticias traerá?
Ayer nadie descendió en la pobre plataforma. ¿Sucederá hoy lo mismo? Han descendido del convoy dos cajas, y la bolsa diaria de correspondencia. Las cajas son la mercadería que el almacenero anunció haber solicitado a la ciudad... Corre ahora el tren hacia la lejanía de las montañas altas. Pasó el minuto de nerviosidad.
¿Quién habrá escrito?
Las veraneantes regresan a sus chalets. ¿Qué importa al serrano lo que interesa a los que viven aun con el pensamiento en la ciudad? Su vida está en el puro aire limpio y sano, en las pardas montañas misteriosas, en la paz de aquellos valles que parecen reír de plena y amplia luz.

F. DEFILIPPIS NOVOA.

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