Cultura Por: J.C. Maraddón22 de agosto de 2024

La debilidad por ser el más fuerte

Al cumplirse diez años del estreno de “Relatos salvajes”, podemos asegurar que una vez más la realidad ha superado a la ficción y que, quien más quien menos, hemos sido testigos a lo largo de este decenio de incontables episodios de la vida cotidiana que equiparan y hasta superan los narrados en aquel filme.

J.C. Maraddón


El odio por los semejantes es un sentimiento que deriva sin duda del sistema competitivo en el que se nos invita a introducirnos, cuando aceptamos que midan nuestro desempeño en una escala meritocrática que no considera desde dónde partimos sino que sólo nos califica hasta dónde hemos sido capaces de llegar, en comparación con los otros. Y como, por regla general, es muy probable que haya alguien con habilidades suficientes para superarnos, esa carrera sin sentido lo único que provoca es una aversión hacia los demás, que canaliza una bronca cuyos cañones deberían apuntar contra el esquema mezquino donde aceptamos ingresar.

Las últimas décadas han acentuado esa espiral de violencia hacia el otro, en una guerra de todos contra todos que divide a la población entre víctimas y victimarios, según roles que se van intercambiando en el mejor de los casos. Catalizar la frustración a través de exabruptos se ha vuelto un comportamiento extendido en nuestras sociedades, de las que no cabe esperar ya que esparzan un espíritu comunitario, porque han depositado sus energías en la lucha de todos versus el prójimo, por razones que siempre encuentran un justificativo y son azuzadas por quienes así se aseguran retener los atributos del poder.

La humanidad creyó firmemente que iba a emerger renovada y pujante luego de la pandemia, pero los años posteriores a esa catástrofe sanitaria han demostrado que la crueldad y el egoísmo son endémicos y que los arrestos belicosos se han incrementado en tiempos recientes. Patologías como la depresión afectan a un alto porcentaje de los habitantes del planeta que, aunque lo intentan, no consiguen cumplir con los requisitos que se le exigen hoy a los que pretenden vivir según los paradigmas del siglo veinte y garantizarse cosas esenciales como una salida laboral y el acceso a la salud y la educación.

Tanta frustración, tanta envidia, tanta indignación y tanto vacío espiritual, no pueden traer consecuencias beneficiosas para la raza humana, que ni siquiera atina a tomar conciencia de que por este camino se acelera el tictac del reloj apocalíptico en una cuenta regresiva cada vez más cercana al cero. Y no es que nadie advierta que el termostato del enojo está fallando y que el insulto y la amenaza constituyen el intercambio comunicativo más habitual entre las personas, no sólo en las redes sociales. Pero nada se hace para impedir que los vínculos ciudadanos estallen ante el menor chispazo.

Con un elenco lleno de nombres consagrados y una estructura montada en torno a seis segmentos independientes, la película “Relatos salvajes” construyó un fenómeno de taquilla al mostrar cómo sujetos que poseen en apariencia un carácter normal, montan en cólera frente a determinados disparadores y terminan llevando su conducta más allá de lo imaginable. Quizás los espectadores que manifestaron su aprobación hacia este largometraje de Damián Szifron vieron reflejada allí su propia exasperación y se identificaron con los personajes que veían en la pantalla, dispuestos a hacer justicia por su propia mano sin pensar en el desenlace que tendrían esos actos vengativos.

Al cumplirse diez años del estreno de “Relatos salvajes”, podemos asegurar que una vez más la realidad ha superado a la ficción y que, quien más quien menos, hemos sido testigos (o partícipes) a lo largo de este decenio de incontables episodios de la vida cotidiana que equiparan y hasta superan los narrados en aquel filme. Y provoca escalofríos imaginar cuántos más deberemos atravesar en el futuro, producto de discusiones de tránsito, de trabas burocráticas o de cualquier diferencia de criterios que surja entre individuos que están preparados para dirimir quién es el más fuerte, cuando resolver los asuntos de ese modo es la prueba más evidente de su debilidad.

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