Por Javier Boher
Quizás sea una obviedad, pero es muy difícil que la clase dirigente sea muy distinta a la sociedad de la que emerge. La cultura de la avivada, los atajos para alcanzar cosas, la evasión de responsabilidades y poner las culpas en otro lado son algunas de esas características celebradas en el mano a mano entre amigos pero denostadas cuando hablamos de políticos.
Esa realidad no tiene que ser necesariamente así. Es decir, no va a haber grandes cambios como por arte de magia en la clase dirigente, pero se pueden tomar decisiones como para mejorarla. “Los hombres son buenos, pero si se los controla son mejores”, decía el General Perón. Un Estado policial que quiera controlar a toda la población está mal; una población dispuesta a controlar y limitar el poder de sus dirigentes está bien.
Ayer no se consiguió el quórum para que Diputados trate el proyecto de ficha limpia, una demanda de ciertos sectores sociales desde hace ya un par de años. Los 40 años de democracia han sido unos vergonzantes 40 años de corrupción, elevada a su máxima expresión durante los últimos 20. Hay que ver el vaso medio lleno: si no hubiesen llevado las cosas a ese extremo probablemente la demanda de más transparencia no hubiese crecido tanto.
Si la sesión fracasó fue porque la cosa no va a ser tan sencilla. Muchos sectores de la política han medrado a partir de prácticas reñidas con el ideal de democracia, obturando el progreso y consiguiendo amplios beneficios para ellos y los suyos. Esa gente está en todos los partidos, aunque la proporción no sea exactamente la misma en todos ellos. El número final no importa, porque basta con que algunos de ellos se pongan de acuerdo para evitar que la cosa avance.
Hay numerosas crónicas sobre las presiones y las negociaciones para conseguir el quórum que permitiera tratar Ficha Limpia y algunas otras cosas más, como la Ley de Reiterancia para endurecer penas a quienes reinciden y un cambio en la forma de votar para los argentinos en el exterior. Todas aportan visiones diferentes respecto a sobre quién debe recaer la responsabilidad del fracaso, lo cual resulta insólito: hubo dos bloques que en su totalidad eligieron no bajar al recinto, pero la discusión se enfoca en los uno, dos o tres que se habrían apartado de la posición mayoritaria de sus bloques de tratar de aprobar la ley. Es comprensible, ya que se valora positivamente la disciplina partidaria, pero debería llamar la atención que haya más de 100 diputados que se nieguen a cambiar las condiciones de elegibilidad de los candidatos sólo porque su partido sería el más afectado por la ley.
La ley de Ficha Limpia puede no ser la panacea, pero se trata de un paso fundamental para mejorar al menos una parte de lo que hace a la calidad del congreso. Mientras sigan proliferando amantes, hijos o discípulos de los dirigentes más poderosos la ficha limpia no será suficiente, pero al menos ayudaría a que los que tienen problemas no se amparen en fueros que los ayuden a morir sin cumplir sus penas.
Hacia adelante
Los sectores que promovieron la sesión aseguran que la semana que viene insistirán con el tratamiento. Confían en llegar al número del quórum, que ayer no se alcanzó por un solo diputado. Hubo tres ausentes por supuestas cuestiones médicas que se presentarían y permitirían llegar al número, pero son conjeturas.
Mención especial merecen los gobernadores alineados con el gobierno, cuyos diputados se ausentaron en un juego en el que algunos incluyen negociaciones vinculadas al presupuesto.
Argentina es un país políticamente complejo, con un federalismo fuerte en el que coexisten provincias poco pobladas y sobrerrepresentadas con ciudades superpobladas que no eligen directamente representantes al congreso. Las negociaciones son legislador por legislador, porque tienen legitimidad propia independiente a lo que decidan los gobernadores que los pusieron en la lista o los líderes partidarios que tratan de mantener unido el espacio.
El debilitamiento y fractura de los partidos complica aún más las cosas, porque alienta a los políticos a probar suerte armando sus propios proyectos, sus pymes políticas con las que negociar apoyos y sostener carreras legislativas.
Si la clase dirigente no puede ser muy diferente a la sociedad que representa, porque emana de ella, quizás mejorar las condiciones que se le exigen a los políticos ayude a mejorar la sociedad. No se puede caer en el infantilismo de creer que la ejemplaridad de la clase dirigente va a modificar rápidamente las características de la sociedad, pero sí que el cambio de incentivos para acceder a los cargos puede generar incentivos para cambiar las prácticas políticas en el territorio. Tal vez por eso la resistencia sea tan grande, porque no se trata solamente de un obstáculo para acceder a los cargos, sino eventualmente un cambio de reglas de campaña que perjudique a los que siempre se valieron de lo peor del clientelismo para conseguir apoyo.
Falta una semana para la próxima sesión. Quizás con algo de suerte el próximo miércoles se satisface ese anhelo de más transparencia que tiene buena parte de la población.