Llega la democracia plebiscitaria a Argentina

El referéndum convocado por el intendente de Bariloche materializa uno de los riesgos más claros de los nuevos populismos

Nacional03 de julio de 2025Javier BoherJavier Boher
milei (7)
Por Javier Boher 
Uno de los grandes problemas de la democracia es la facilidad con la que se la da por sentada. Es decir, todos los que vivimos en sociedades democráticas tenemos un sesgo de considerar a ese sistema como una especie de orden natural de las cosas. A medida que pasa el tiempo vamos perdiendo los anticuerpos contra el autoritarismo y empezamos a confundir algunas de sus características, sin entender muy bien dónde termina uno y empieza el otro.
Quizás la mayor ilusión de los jóvenes, los progresistas y aquellos que no han estudiado la política, es la creencia de que algo así como una democracia directa no solamente es viable, sino que también es deseable. Pocas cosas resultan políticamente más tentadoras que imaginar a un gobierno formado íntegramente por el pueblo.
Ahora bien, si ese mismo pueblo toma decisiones de conducción que pueden resultar difíciles de procesar por los sistemas representativos que incluyen filtros para evitar los excesos, cuánto más difícil de ponerle límites si no existe ningún tipo de freno entre el deseo posiblemente irracional de la masa y la ejecución de una decisión política.
La democracia representativa es algo relativamente difícil de entender para los defensores de la democracia directa. Cuesta aceptar que reducir la cantidad de personas que toma decisiones políticas mejora el funcionamiento de la democracia. Aunque esto parezca contra intuitivo ya sabemos que la multiplicación de las voces en una discusión puede llevarla a niveles exagerados de interrupción y desencuentro.
Esa tensión entre la cantidad de representantes y la idea de democracia es aprovechada por algunos líderes que buscan la manera de legitimar sus decisiones de gobierno a través de la fuerza de los números que pueden entregar las urnas. Si bien estas últimas consagran a un gobierno no significa que le den vía libre para desarrollar sus programas, ya que deben enfrentarse a los frenos y contrapesos institucionales, pero también a la diversidad de opiniones que existen entre los distintos partidos y a través de la sociedad. Así, quien ha sido reconocido como el ganador de unas elecciones muchas veces no tiene el poder que le gustaría tener para poder cumplir sus promesas de campaña. Los números pueden dar la mayoría, pero no necesariamente dan la fuerza. Aparece entonces una categoría ampliamente criticada por algunos pensadores sobre política, pero también una abrazada por ciertos liderazgos de corte más populista o menos republicano. La democracia refrendaria o plebiscitaria es la idea de que el pueblo se expresa directamente sobre los asuntos de gobierno, fortaleciendo el mandato de quien ejerce el poder ejecutivo.
Esto puede parecer válido y legítimo, habida cuenta de que la democracia directa parece la mejor forma de gobierno posible. Sin embargo, tomar decisiones solamente basados en los fuertes intereses de la primera minoría no quiere decir que esos intereses sean respetuosos de los demás.
Esto último, además, refuerza una cuestión que Giovanni Sartori reconoció en sus estudios sobre la democracia. Si hay algo que caracteriza a esta última es el debate, el intercambio, el disenso y la posibilidad de contradecir al poder político expresando opiniones y proponiendo alternativas. A partir de estas premisas es que la democracia plebiscitaria no es una democracia plena, ya que si bien el pueblo se expresa directamente en las urnas no lo hace en forma de diálogo de unos con otros. La relación de los ciudadanos con el objeto en cuestión es individual de cada uno respecto a dicho tema y no como un ejercicio colectivo de toma de decisiones.
Tal vez por eso los nuevos (aunque no novedosos) populismos han recurrido a la herramienta del referéndum para tratar de saltar los límites institucionales, ya sea para violarlos sin miramientos o para condicionar su accionar amparándose en el favor popular. Las consecuencias siempre terminan siendo más o menos las mismas, con sociedades polarizadas y sin herramientas verdaderamente democráticas para garantizar el respeto de sus derechos y la consideración de sus necesidades en el plan de gobierno.
Todo esto viene a raíz de un plebiscito convocado por el intendente de Bariloche con el que pretende tratar diez puntos que a su entender están trabados por la burocracia y la casta política. Walter Cortés ganó con el 19,5% de los votos sobre una participación de alrededor del 60% del padrón. Es decir que lo votó solamente algo así como el 12% de la gente habilitada. Es lógico si las instituciones no le otorgan todo el poder y lo obligan a negociar, porque cuatro de cada cinco barilochenses que sí eligieron a un candidato optaron por alguien que no era él. Si no negocia -si no hay política- no puede pretender que la cosa funcione, por más que le pida ayuda a la gente para imponer sus ideas por la fuerza sobre el sistema. Esperemos que no inaugure una tendencia global que, hasta ahora, se mantuvo lejos de Argentina.
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