El clarinetista del rock

J.C. Maraddón

Por más que el movimiento rockero argentino procuró sostener su autonomía con respecto a la cultura oficial en tiempos de la dictadura, padeció el accionar de la censura no sólo en el contenido de sus obras, sino también en la imposibilidad de mantenerse en contacto con las tendencias de moda en el hemisferio norte. Eso llevó a que se prolongaran por aquí estéticas que ya habían declinado en sus lugares de origen, como el rock progresivo o las vestimentas artesanales y coloridas propias de los hippies. En consecuencia, se produjo un shock cuando se abrieron algunas grietas en las barreras impuestas a lo foráneo por los militares.

Si ese sacudón fue importante en una metrópolis cosmopolita como Buenos Aires, donde a comienzos de los ochenta se escucharon los primeros escarceos de la nueva ola, en Córdoba el quiebre fue mucho más abrupto, porque de un día para el otro asomó el germen de la modernidad y los pelos largos dieron lugar a cortes con jopos prominentes. Mientras la mayoría de los músicos seguía insistiendo con lo sinfónico y la fusión como si los años setenta no hubiesen terminado, una incipiente camada de intérpretes profetizaba acerca de un sonido que alumbraba el futuro.

En simultáneo, la apertura que se dio tras la Guerra de Malvinas permitió que resurgieran los trovadores de letras con compromiso político, quienes ejercerían un predominio en el panorama local de esa época, en la que parecía imprescindible recuperar la palabra y denunciar las atrocidades cometidas. Fue justo en ese momento que Córdoba experimentó la picazón nuevaolera, inspirada en el fenómeno porteño y protagonizada por artistas que habían entendido la necesidad de una transición hacia la simpleza. Así como a escala nacional habían emprendido esa tarea algunos próceres como Miguel Abuelo, Miguel Cantilo o Gustavo Santaolalla, también la escena mediterránea iba a necesitar de guías que liderasen el golpe de timón.

Al ser integrante de una formación tan exótica como el dúo Dibujos Animados, Juky Carrizo encarnaba el paradigma autóctono de ese barroquismo rockero que estaba predestinado a extinguirse. Ejecutante de un instrumento atípico para el rocanrol como el clarinete, Juky elaboró junto a Mario Blesio una propuesta de aspiraciones vanguardistas, que iba a lucirse en actuaciones muy recordadas, como la de 1979 en Atenas, cuando fueron soportes de Serú Girán, y la de 1980, cuando recibieron el aplauso del público en el primer Festival de La Falda.

Ante el embate de los raros peinados nuevos, a Juky Carrizo se le ocurrió plegarse a la corriente, aunque eligió hacerlo desde el rockabilly, un género que databa de la década del cincuenta y que había vuelto a la palestra de la mano de bandas como los Stray Cats o The Cramps. También el éxito de Los Twist debe haber influido para que Juky armara el grupo Corte y Confección, con una alta dosis de humor en sus letras y en las cosas que se decían entre tema y tema. Para Córdoba, se trataba de algo novedoso y a la vez simpático.

Luego de un par de años de recorrer el circuito de los pubs de la capital provincial, de telonear a Sumo y de introducirse en la programación del festival Chateau Rock, Juky Carrizo fue renovando su staff de músicos, el nombre de su formación y hasta el estilo de su repertorio. Pero ha quedado en el recuerdo aquella valentía suya de atreverse a dar vuelta la página y empezar de cero. Al conocerse la noticia de su fallecimiento a los 65 años, sus colegas expresaron en redes un sentido pesar por la pérdida de aquel clarinetista que supo comprender hacia dónde soplaba el viento.