Sin medir las consecuencias

En poco más de cinco años de exposición impiadosa, Ricardo Fort –fallecido hace ya una década- recibió el título de “comandante” y se erigió en el ídolo de una audiencia que saludaba en sus apariciones en “ShowMatch” la concreción de un capricho de un hombre al que le sobraba la plata.

Cultura 01 de diciembre de 2023 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
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J.C. Maraddón


Una pregunta que no por repetida la gente ha dejado de hacerse es la que interroga sobre qué haría cada uno en caso de ser millonario. Como resulta obvio, esta utopía se le plantea a personas que ni por asomo están cerca de acumular una fortuna, y que por ende dan respuestas que van desde los más exóticos hasta los más vulgares lujos y placeres, aunque no falten los altruistas que en medio de esa larga lista de excentricidades, dejan colar anhelos personales como honrar el legado de sus padres o dejarles la vida resuelta a sus hijos.

Y es que existen modelos preexistentes sobre cómo gastar el dinero cuando sobra, que han sido desplegados en los medios de comunicación, cuya cobertura sobre los quehaceres de las celebridades suele ser intensa y detallada. El público que sigue con avidez esas biografías tan alejadas de su propia realidad, tiende entonces a pensar que eso es lo que hay que hacer llegado el caso de obtener ganancias desmesuradas: navegar en yates despampanantes, vestirse con prendas de alta costura, rodearse de modelos adorables por su belleza, retozar en el VIP de las discotecas y, sobre todo, ostentar esa opulencia a través de la prensa.

Los ejemplos de esas conductas se obtienen casi siempre de la realeza, de las estrellas de Hollywood o de los astros deportivos, aunque también hay empresarios que incurren en esas fastuosidades y que forman parte del jet-set al que tantos seres anónimos sueñan con pertenecer gracias a un golpe de suerte. Y en esa estirpe de tan variopinto origen también habitan personajes que prefieren el bajo perfil y que gozan de su intimidad sin necesidad de que sus acciones cotidianas sean públicas. Pero los que dan que hablar son, por supuesto, los que hacen gala de su abundancia.

En los tiempos modernos se ha desarrollado un ecosistema alrededor de estos ricos y famosos, que ha hecho crecer industrias paralelas como las revistas del corazón y los programas de chimentos en la TV, que se han especializado en seguirle los pasos a esa clase privilegiada. Y así ha sido como aquellos que son objeto del acoso mediático han tomado como inherente a su condición este interés constante por lo que hacen y lo que dejan de hacer. Pero que lo hayan naturalizado no quiere decir que no lo padezcan y que, en su búsqueda de lucimiento, no terminen cansándose.

En poco más de cinco años de exposición impiadosa, aquel magnate cuarentón llamado Ricardo Fort recibió el título de “el comandante” y se erigió en el ídolo de esa audiencia que saludaba en sus apariciones en “ShowMatch” la concreción de un capricho de un hombre al que le sobraba la plata. Como una especie de muestra de “qué haría yo si fuese millonario”, Fort hizo visibles sus inquietudes artísticas y en ese camino, a pesar de sus limitaciones en escena, se recibió de ídolo a fuerza de una presencia arrolladora en la TV, que por entonces todavía mantenía buenos niveles de rating.

En ese ascenso a la popularidad tan vertiginoso como bizarro, se potenciaron sus fortalezas y sus debilidades, hasta que fueron estas últimas las que terminaron imponiéndose. Por estos días, al cumplirse diez años de su muerte el 27 de noviembre de 2013, su recuerdo atravesó las redes sociales, que fueron el espacio donde su nombre y su imagen se han perpetuado bajo el formato del meme. Las actuales circunstancias del país llevan a pensar que Ricardo Fort fue un adelantado en eso de corporizar fantasías y captar voluntades sin siquiera  llegar a medir las consecuencias de sus actos.

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