Enamorados que recaudaban fortunas

La muerte del actor Ryan O’Neal el pasado 8 de diciembre a los 82 años ha reflotado el recuerdo de la película “Love Story”, aquel melodrama coprotagonizado por Ali McGraw y dirigido por Arthur Hiller, que perpetuó la frase “amar es no tener que pedir nunca perdón”.

Cultura 29 de diciembre de 2023 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
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J.C. Maraddón


Las películas de amor, en el formato de comedia o de tragedia, han sido una veta que Hollywood nunca dejó de explotar, porque han tenido un público cautivo a lo largo de las sucesivas generaciones, con audiencias que van en busca de encontrar alguna forma de identificación con eso que sucede en la pantalla. Son estas las narraciones que mejor predisponen a los espectadores para dejar que broten lágrimas y sonrisas, una respuesta que muchas veces sólo el cine consigue suscitar. Aunque la televisión y las series también han indagado en esta fuente argumental, la cinematografía ha encontrado allí algunos de sus más recordados relatos.

Y si bien este género ha rendido jugosos dividendos durante las distintas épocas, lo que ha variado es el tipo de amor sobre el que versan los largometrajes, porque los vínculos afectivos y la manera de relacionarse han ido cambiando mucho en los más de cien años que lleva el cine como proveedor de entretenimiento. Ciertos melodramas antiguos en los que priman mandatos patriarcales o se limitan las posibilidades al clásico noviazgo heterosexual, contrastan con la variedad que hoy se impone en la factoría hollywoodense, donde la corrección política se ha hecho cada vez más fuerte.

Se tendería entonces a pensar que han pasado a ejercicio vencido la mayoría de aquellos culebrones que alguna vez conmovieron multitudes y que en la actualidad tal vez no deberían ser tenidos en cuenta debido a que se basan en paradigmas a los que no se respeta. Sin embargo, quedan aún individuos dispuestos a pagar su entrada para ver esa clase de producciones, y no son pocos los nostálgicos que ansían ser estremecidos por una ficción en la que un hombre y una mujer unen sus destinos y están decididos a remar contra todo los que se les ponga enfrente para sostener eso que sienten.

Como una mera cuestión de mercado, ante una demanda de los consumidores no debe faltar un producto que la satisfaga, por más que eso que se ofrece peque de anacrónico. Y es allí donde sigue abriéndose un espacio para cintas que profundicen en esos enamorados a la vieja usanza, sin que se filtren allí tendencias más actuales como las parejas abiertas o las identidades de género autopercibidas. Dentro de la paleta de opciones a elegir en el menú audiovisual, por qué no incluir la revisión de esos títulos que escarban en la realidad de una época pretérita.

Sólo en esos términos podría tener cabida por estos días la perspectiva que plantea “Love Story”, un lacrimógeno filme de 1970 que se llevó los récords de taquilla de ese año en todo el planeta y que posicionó al actor Ryan O’Neal como un ícono de sex appeal masculino, en términos que ahora serían considerados como “belleza hegemónica”. La muerte de este intérprete el pasado 8 de diciembre a los 82 años ha reflotado el recuerdo aquel drama coprotagonizado por la actriz Ali McGraw y dirigido por Arthur Hiller, que perpetuó la frase: “Amar es no tener que pedir nunca perdón”.

Quizás vista desde el presente, “Love Story” no sea más que la obra culminante de la cursilería y su apelación a recursos de probada eficacia (como la enfermedad de uno de los amantes) pueda ser considerada como un golpe bajo que sólo persigue el objetivo de que los plateístas deban hacer uso sus pañuelos. Pero qué duda cabe de que la historia de Jennifer y Oliver sacudió a millones de personas en cada rincón del planeta y que su banda sonora perdura en el recuerdo, aunque más no sea como la representación de lo que en aquel momento calaba hondo.

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