Caras y caretas cordobesas

Al retomar la caza de información disponible sobre Martín Gil -abundante y dispersa-, no perdemos de vista nuestro propósito, dada la tónica de esta serie, de remitirnos al semanario Caras y Caretas para recoger sucesos y personajes de la ciudad mediterránea.

Cultura 25 de enero de 2024 Gabriel Ábalos Gabriel Ábalos
Dibujo-Cao-Martín-Gil-1905
Caricatura de Martín Gil por Cao, para "Caras y Caretas", 1905.

Por Víctor Ramés

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El hombre que escudriñaba las estrellas (2)

En la afamada Caras y Caretas, revista semanal de Buenos Aires de periodismo con sátira política, caricaturas, humor, temas de actualidad y mucha publicidad, se pueden escarbar frecuentes menciones a Martín Gil a través de los años del siglo veinte. Se lo ve como un hombre de consulta y como un personaje siempre de interés para el círculo de lectores. En 1905, el semanario le dedicó al cordobés la publicación de una caricatura a toda página y a color, realizada por su ilustrador principal, Cao. Se le cedía una consagratoria sección llamada Caricaturas Contemporáneas. Se hace visible que la figura de Martín Gil tenía plena difusión nacional, ya fuera por su labor de literato que sabía llegar a los lectores, como por sus dotes científicas y su trato con los asuntos celestes. Al pie de la caricatura de Cao, en la que se ve a Gil llevando al hombro un telescopio, se lee el siguiente epígrafe: “Nos hace leer en buen español sus «Modos de ver» «Las manchas del sol»”, haciendo referencia a sus escritos.

En el también abogado cordobés se conjugaban las dotes visibles del escritor y se había ya formado, gracias a sus colaboraciones y al eco de importantes medios, un reconocimiento de sus dotes meteorológicas. Pero la articulación de esos saberes y oficios también lo convertían -y no menos por cordobés- en un ser a la vez singular, tal vez estrafalario, aunque siempre mirado con respeto. Si se hojean menciones a su figura en diversas fuentes disponibles, se recoge una variedad de definiciones y adjetivos: “célebre divulgador de la astronomía y pronosticador”, “cuasi, semi, ex astrónomo”; “extraño meteorólogo que, por los años de 1930, anunciaba que había inventado una máquina ‘para hacer llover’”; “guitarrista, astrónomo, físico, filósofo, escritor, político y periodista"; “de vigorosa personalidad, prolífico escritor”. Le calza con creces el traje de “personaje” con que nos referimos a él.

En el libro Córdoba Estelar - Desde los sueños a la Astrofísica Historia del Observatorio Nacional Argentino, de Edgardo Minniti y Santiago Paolantonio, publicado en 1913 por la Universidad Nacional de Córdoba, se reafirma la llegada a la prensa nacional con que contaba Martín Gil, así como su popularidad en materia de pronósticos meteorológicos:
“Gil desarrolló una importante labor de divulgación astronómica y meteorológica, haciendo comentarios y anunciando noticias científicas de interés para el público, tomando notoriedad a partir de sus artículos aparecidos en La Nación y otros órganos periodísticos. Dada su excelente relación con la prensa tanto cordobesa como porteña, era a quien se consultaba por cuestiones astronómicas antes que al propio Observatorio Nacional15. Como ejemplos pueden señalarse numerosos artículos publicados en el diario Los Principios de Córdoba, entre los cuales el más significativo es el del 25 de junio de 1923, titulado “Don Martín Gil nos habla del incendio observado en el cielo”, oportunidad en la que se lo consulta sobre una noticia con origen en el Observatorio de La Plata, referido a la aparición de una nova, mostrando claramente que éste era el referente y no el Observatorio local.”

La biografía de Martín Gil indica que había nacido en Córdoba en 1868 y que al año su familia se radicó en Buenos Aires, donde permaneció hasta 1879, en que regresó a vivir a Córdoba y estudió en el Colegio Nacional de Monserrat. En posteriores años de vuelta a Buenos Aires, cuando su padre Isaías Gil asumió como diputado nacional, sobresale la relación de la familia con el anciano Domingo Faustino Sarmiento, a quien Martín debía ir a buscar todos los domingos para que el ex presidente almorzara en la casa de sus padres. El testimonio de Gil sobre esto, publicado en La Nación, en setiembre de 1939 con el título Sarmiento. Recuerdos íntimos, constituye un elemento infaltable en las bibliografías sobre el sanjuanino.
Allí refiere, como lo recuerda Arturo Capdevila, que Sarmiento y el joven Gil “en bien cerrado cupé era como hacían el trayecto desde el mil de la calle Cuyo (hoy, cabalmente Sarmiento) hasta el ochocientos de Alsina. Cuidando su bronquitis crónica, el ilustre patriarca se protegía con enorme bufanda de seda, boca y nariz. Casi nunca hablaba. Una mañana, sin embargo, le preguntó a su acompañante:
–¿Qué tales profesores tiene en el colegio, amiguito Gil?
–Muy buenos señor.
–Me parece raro.”

Cita un fragmento del testimonio de Martín Gil sobre esa amistad, el libro Sarmiento, el Quijote de la pampa argentina, de Norma Isabel Sánchez y Federico Pérgola, 2011, de donde tomamos los siguientes fragmentos:
“Sarmiento se sentaba, esperando el primer plato: las empanadas, y arremangándose decía: «estas cosas deben comerse a manos limpias y sin dejar caer ni una sola gota de jugo en el plato … Y apoyando ambos codos sobre la mesa y sus dos manos oprimiendo a la empanada en posición vertical, … iniciaba el ataque por el polo superior, polo norte, diré, para, después de un rato no muy conversado, llegar al otro polo sin dejar rastro; es decir, sin que una sola gota de jugo se hubiese librado del poder absorbente de aquella boca tan respetable. Después aparecía el caldo y el puchero criollo, coronado de un rubio zapallo de provincia, … de blancas papas harinosas desgranándose sobre la carne humeante, a más de los choclos y batatitas morenas, amelcochadas y dulces como bombones». Disfrutaba de la conversación y, a la hora de la sobremesa, llegaban más invitados: «Desde ese momento nadie hablaba más que él, paseándose de un extremo al otro del comedor, muy amplio, con su trompeta acústica colocada en el oído. Su conversación, entre hombres, era libre, anecdótica y con frecuencia sarcástica. En cambio, cuando, después de un rato, decía: ‘Me voy a conversar con las señoras’, y pasaba a la salita donde mi madre, con sus amigas, hacían tertulia aparte … el hombre resultaba otra cosa muy distinta: fino, gentil y un bromista oportunísimo»”.

 

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