Confusión, recortes y agobio

Los políticos están en sus discusiones de palacio sobre quién tiene razón sobre el ajuste y las formas, mientras la gente los tiene que seguir aguantando

Nacional09 de febrero de 2024Javier BoherJavier Boher
2024-02-08-milei

Por Javier Boher

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El país está inmerso en una locura colectiva que no parece tener una salida medianamente racional. Después de un desgraciado ballotage en el que los ciudadanos tuvimos que elegir entre dos populismos, todo lo que se derivó a partir de ello fue una tragedia propia de visiones ideolologizadas de la realidad.

Todo lo referido a los social, político y económico es complicado. Quizás algunos -más preparados o con mejores dotes oratorias- pueden explicarlo de manera sencilla, pero no lo son. No tiene nada de malo recurrir a ejemplos o metáforas de fideos con tuco, pero pensar que la economía de un país se gestiona como la de un almacén o que las relaciones políticas con gremios y cámaras empresariales son como las que tocan en la comisión de disciplina del torneo de papi fútbol es no tener idea de nada.

Buena parte de los diagnósticos y de las recetas que se proponen para el país parecen elaboradas por ignorantes o agrandados, condiciones no excluyentes entre sí. Se repasan las situaciones y se observa que los políticos dejan afuera muchos datos, por lo que es imposible que el resultado final esté bien, lo que se agrava cuando se toman decisiones a partir de esos resultados errados.

Hace ya muchos años (más de una década, para ser precisos) uno de los debates que teníamos regularmente en mi casa (una casa aburrida donde se discute de política todo el tiempo) era sobre la viabilidad de las reformas y ajustes a partir de la maraña de funciones y subsidios superpuestos entre todos los niveles de gobierno. ¿Desde dónde se empieza a tirar del hilo para desenredarlo y terminar convirtiendo ese caos en una madeja, primero, y un ovillo, después?.

La represalia del presidente Milei hacia los gobernadores es una respuesta bastante mala a esa pregunta. Optó por cortar en todos los lugares que pueda, en lugar de ir desandando con paciencia el camino del estambre, aunque después haya que ponerse a atar los pedazos, con la certeza de que no va a quedar como debería.

En un primer momento el enfrentamiento me pareció absolutamente irracional, lo cual es absolutamente lógico, porque no estamos hablando de una persona que se maneje por los carriles estándar de la normalidad. Sin embargo -y tratando de ser optimistas en la lectura- puede ser que ponga todo el esfuerzo en la polarización a los fines de justificar de alguna manera el ajuste brutal que pretende hacer. Macri probó por las buenas, con pacto fiscal y demás cosas, prolongando un gradualismo por el que su coalición recibió el mote de “Tibiemos”. Ahora no parece haber tiempo para eso.

Todo parece indicar que se trata de una pelea sucia, desigual y que recurre todo el tiempo al elemento sorpresa, con un revoleo de cosas que no parecen tener que ver con nada. Para muestra basta la presentación del proyecto para penalizar nuevamente el aborto.

Dicho proyecto no puede caminar de ninguna forma, e incluso casi con certeza ni siquiera saldría de comisión. Pero es parte de la batalla cultural en la que mete a sus rivales todo el tiempo, un enfrentamiento entre seres de pocas luces que entran en guerra con cualquier cosa que les pongan adelante. El tema no resolvería ninguno de los problemas del país, pero sí le sirve al gobierno para enturbiar el agua del debate.

Personalmente creo que eso no estuvo preparado, sino que efectivamente fue producto de la iniciativa de una diputada que representa a un partido provida (como algunos de los que también hay en Córdoba), pero que fue aprovechado por el Gobierno en su intento de valerse de cualquier cosa que aumente los niveles de confusión.

El anuncio del recorte de los subsidios al transporte puso a los gobernadores en pie de guerra con el presidente y a los ciudadanos en situación de alerta por un nuevo aumento que les va a seguir comiendo el bolsillo. Sin embargo, también empezó a poner a los gobernadores y sus partidos en una dinámica de todos contra todos.

Rápidamente empezaron a alzar sus dedos para señalar a aquellos que siguen recibiendo trato preferencial, como hicieron todos con el caso de Tierra del Fuego o con algunos sectores protegidos, como el del tabaco, o contra los registro del automotor. Otros, los que no ejercen cargos ejecutivos, salieron rápidamente a recordar que lo que algunas provincias gastan en pauta es el doble de lo que recibían las empresas por los subsidios que ahora se recortan.

El problema más grande para el gobierno es que es imposible vivir en ese estado de crispación permanente. La gente está agobiada y enojada. Puede tener paciencia, pero ya no le cree a los políticos. No importa si después elige entre uno u otro, hoy lo que ve es una pelea entre tipos que viven bien y no les resuelven las cosas. Algunos prometen desde hace años, otros desde hace apenas unos meses, pero en el barro todos los chanchos se ven iguales.

La estrategia del conflicto y la confusión sirve para imponer agenda y mantener a la oposición ocupada, pero puede terminar de comerse la moral de los argentinos, que -encima de que siguen sin ver la luz al final del túnel- se tienen que aguantar los gritos de todos esos políticos que siguen sobreactuando indignación.  

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