Caras y caretas cordobesas

En esta ocasión, la revista que es la fuente de esta serie ofrece un panorama sobre los médicos argentinos que, en 1910, eran residentes en hospitales de París, entre quienes se contaban varios cordobeses.

Cultura 26 de febrero de 2024 Víctor Ramés Víctor Ramés
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Fotos de "Caras y Caretas" y una de Ernesto Romagosa del AGN, 1910

Por Víctor Ramés

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Médicos cordobeses en París

Visita periodística a hospitales
Un informe de cuatro páginas le dedicaba Caras y Caretas a un recorrido hecho por el “Corresponsal viajero” por diversos hospitales de la ciudad de París, en 1910. El propósito del cronista era hacer un relevamiento de los médicos residentes en diversas instituciones médicas de la capital de ese “faro del mundo” que atraía a los argentinos como foco y cuna de diversos saberes académicos. Entre los doctores argentinos que se hallaban en la capital francesa, se contaban varios médicos cordobeses, cuya inclusión en las páginas del semanario de Buenos Aires más que justifica el interés de esta nota.

En sí, el texto del Corresponsal viajero hacía una apretada síntesis, tras una introducción, y una descripción encomiástica de la contracción al trabajo, el ingenio y la responsabilidad de los médicos argentinos. Además ofrecía más de una quincena de fotografías de los médicos junto a los catedráticos y directores de los nosocomios, según sus especialidades, con epígrafes que describían ese extraordinario puñado de imágenes y complementaban un aporte histórico muy valioso, junto al texto que especificaba los hospitales, Institutos y salas donde a diario ejercían su profesión. Entre los médicos fotografiados se puede ver a los cordobeses Ernesto Romagosa, Temístocles Castellanos y Benito Soria, entre otros profesionales provincianos. Su presencia en París obedecía a alguna beca, o bien a un apoyo familiar, movidos por la necesidad de perfeccionamiento y especialización en sus respectivas áreas. 

Es interesante asumir una perspectiva del texto, que más adelante se leerá completo. Más acá de los importantes datos que aporta, de su contextualización sobre el tema central que aborda, ofrece posibilidades de lecturas ricas en interpretaciones. El cronista contrasta la presencia de los médicos argentinos, que honran su profesión, transmitiendo orgullo a la patria y compartiendo aportes a sus colegas parisinos, con otra clase de visitantes nativos que solían recalar en la capital francesa.

En el otro extremo, los “rastacueros”
Ya nomás esa mención a un tipo argentino muy diferente al del profesional estudioso, e incluso situado exactamente en la orilla contraria, contribuía por contraste a ensalzar a los médicos a quienes el autor visita y fotografía en París. La mención invita a la digresión. 

Este tipo de visitante parisino ha sido más que bien descripto por plumas como las de Lucio V. López y Arturo Jauretche. Y a esas plumas hay que sumar -y agradecer- la de nuestro ilustrado maestro Jorge Torres Roggero, quien nos acerca reflexiones y señalamientos sobre aquellos autores iluminados de mediados del siglo pasado y fines del anterior, en torno al rastacueros. Se puede leer en su trabajo “Rastacueros: Un relato jauretcheano sobre el barbijo criollo”, que se incluye en su libro Confusa patria, editorial Fundación Ross, Rosario 2007.
¿Qué es un “rastacueros”? Es, básicamente, un argentino rico e inculto que se da grandes aires de haber sido dispendioso en su viaje a París. Según la Real Academia Española, se trata de un americanismo: “Dicho de una persona inculta, adinerada y jactanciosa.” La figura del rastaquouère francés se remonta a la literatura francesa de 1880, aparece como el estereotipo del viajero que llega a “arrastrar sus cueros” por salones, plazas y monumentos, y fue en función de esa caracterización que autores sudamericanos se apropiaron del término castellanizado. Así marcaron una línea entre el viajero culto, intelectual, aristocrático y patricio, y aquellos ignorantes presentados como caracteres casi zoológicos, que -la expresión es de Lucio V. López- son «vomitados en París con toda su familia por el tren expreso de la estación del Norte», para luego trepar «al domo del Panteón, a la columna Vendôme, al arco de Triunfo», cual simios. López empleaba el término en su relato Don Polidoro (publicado en 1881), en el que retrataba “a muchos”, según su anuncio bajo el título. El personaje, señala Torres Roggero, viajaba a Europa con toda la familia “con plata para gastar, pero sin capital cultural”, y sugiere imaginar “las desventuras de este ricachón argentino, rústico, sin capacidad de disfrutar los museos y placeres exóticos de París.” En él, dice Torres, “López se ríe de la torpeza de sus paisanos estancieros nuevos ricos o de los inmigrantes advenedizos que han hecho fortuna”.
En cuanto a Jauretche, autor sobre el cual Torres Roggero es experto, baste la transcripción del autor cordobés, de una humorada que citaba don Arturo: “De esa época es un famoso chiste que reproduce Jauretche: Un viajero regresa de Europa, «entra al tercer patio de su vieja casa, después de tres meses en ‘París de Francia’ (…) y encuentra al perro que dejó cachorro y pregunta mientras se le acerca: ‘Coment a’apelle ce chien?’. Pero el perro lo desconoce y lo muerde. Es cuando grita: ‘¡Juera!, perro de m…!’»”.

Los valientes doctores argentinos
Así presentados por oposición a los “rastacueros”, los médicos argentinos constituían sin duda un tipo digno de ser visibilizados al país por las páginas de Caras y Caretas del 2 de abril de 1910, al publicar la nota fechada en marzo de ese año en la Ciudad Luz. El “Corresponsal viajero” dejaba también en claro que su travesía para realizar el informe le había significado dar una gira “tan larga como peligrosa” por diversos hospitales parisinos. En vista de lo que bien sabemos hoy acerca de virus intrahospitalarios, no carecía de bases la advertencia del autor de la nota sobre los riesgos que había debido atravesar, y que los propios médicos residentes estaban obligados a tomar en función de sus especialidades. No deja de subrayar el corresponsal expresiones vinculadas a la valentía: “No tienen miedo a nada”, “nada los acobarda”, “son los más decididos y los más valientes”.  Ese valor estaba en las antípodas de quienes viajaban para farrear, darse corte, gastar sin la menor discreción su fortuna.

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