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Para el presidente el Estado es inmoral, pero usó su cargo para defender a un esbirro y bajar línea a adolescentes
Nacional07 de marzo de 2024Por Javier Boher
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Soy egresado de una universidad privada, lo que en algunos lados es algo así como una mala palabra. Seguramente la experiencia sea algo distinta entre privadas y públicas, pero no creo que sea significativamente distinto en lo que hace a la relación entre docentes y alumnos, porque todos son más o menos los mismos.
En 2003, un año antes de mi ingreso, me tocó cruzarme con el fundador y dueño de la universidad, aunque no recuerdo muy bien en qué circunstancias. Él había pedido licencia para ser candidato a intendente de Córdoba y estaba renegando con la campaña, así que le pregunté por qué no hablaba ante el auditorio de la universidad, de su universidad. Me respondió que ellos no elegían escucharlo, así que no correspondía la imposición.
En aquel momento no me pareció gran cosa, e incluso dediqué buena parte de esos años a odiar su figura (al punto de no darle la mano cuando recibí el diploma). Por suerte el tiempo nos da la posibilidad de darnos cuenta cuando nos comportamos como unos imbéciles, así que me arrepiento de algunos pecados de juventud a los que me empujó la sobreideologización y valoro mucho más positivamente aquel intercambio.
Lo que aprendí en el transcurso de la carrera fue que el ambiente era efectivamente liberal, como se podía observar a medida que pasaban los años. Los que entraban formando parte de alguna tribu urbana del momento (a mí me tocó la época de ser rockero, después pasaron los hiphoperos, los darks y tantos otros) eran finalmente deglutidos por una maquinaria homogeneizadora a la que esas señas identitarias no le importaban en absoluto. Daba lo mismo ser de una o de otra, porque a nadie le importaba nada más allá de lo que era cada persona.
Me tocó sufrir, eso sí, los años del kirchnerismo más sólido, de 2004 a 2008, cuando la crisis del campo marcó un cambio en las percepciones. Era lo mismo ahí que en otras universidades, y a la distancia observo que los docentes no adoctrinan como algún plan sistemático de algo, pero sí que comparten sus (compartimos nuestras) visiones del mundo, a los fines de llegar a los alumnos.
Nada me cautivó más que la coherencia del docente de economía que se tomaba dos bondis para llegar a dar clases, en oposición a la hipocresía del que se decía de izquierda y tenía dos autos y casa de fin de semana. Ahí hubo algo que me hizo darme cuenta de que el discurso y la práctica son dos cosas muy distintas, así como también lo son las formas de evaluar y calificar a los alumnos.
Todo esto viene a cuenta de algo que pasó ayer, con el presidente Milei hablando ante un auditorio de adolescentes cautivos en el colegio al que asistió en su adolescencia. Se dedicó a bajar su línea ideológica sin mayores aportes de lo que es la labor presidencial, tuvo un yerro importante en una cuestión cronológicamente imposible y defendió al joven que le maneja TikTok, Iñaki Gutiérrez, porque no puede aprobar una materia.
En esa defensa cargó contra la universidad, la profesora, el director de la carrera y el rector. Su argumento es que lo discriminan por ser liberal, algo incomprobable y -por sobre todas las cosas- vergonzoso: ¿hay algo menos liberal que pedirle a las autoridades que te defiendan, en lugar de hacer valer tu propia individualidad?.
Como buen testarudo me peleé con varios profesores y pagué las consecuencias de ello, pero nunca fui a pedirle al rector (ni mucho menos al presidente) que interceda por mí como una mamá sobreprotectora. En mi peor enfrentamiento el profesor me puso una nota baja (aunque de aprobación) en un final: a la vez siguiente fui preparando el tema en el que el docente era especialista, con una postura radicalmente distinta a la de él, a los fines de que nos saquemos los ojos. Por suerte me fui con una muy buena nota.
Las ideas son para enunciarlas, compartirlas, atacarlas y refutarlas, pero nadie puede ser penado por ello e, incluso si algo de eso ocurriera, qué poco valor en quien las promueve si se siente acorralado por un docente del primer año de la carrera. Como dijo algún filósofo, esto no es para cagones: cuanto más dura es la pared, más fuerte hay que embestir.
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