Caras y caretas cordobesas

En 1917, la revista semanal porteña le dedicó en dos oportunidades sendas páginas a Fernando Fader, que entonces ya vivía en la provincia de Córdoba. Aquí se recogen esas semblanzas personales y artísticas del gran artista.

Cultura 20 de mayo de 2024 Víctor Ramés Víctor Ramés
Fader 20 de mayo - 1
Fernando Fader en "Caras y Caretas" el 14 de abril de 1917.

Por Víctor Ramés

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Fader, un pintor escrito (primera parte)

Los lugares donde vivió un artista se le adhieren de muchas formas, y en particular en el recuerdo. El haber vivido allí parece darle a la sociedad de ese lugar, al menos la parte de la sociedad interesada por el arte, un permiso a ejercer cierta propiedad sobre dicho artista. En el caso de Fernando Fader, por ejemplo, es imposible negar su nacimiento en Francia, aunque vino a la Argentina de niño; y nadie puede disputarle a Mendoza su lugar de crianza y primer despliegue artístico, lugar de radicación familiar con grandes inversiones y proyectos, de donde partió y a donde volvió de su formación como pintor principalmente en Munich. Por su lado, le queda a Córdoba la parte no menor del arraigo de un Fader más maduro, por motivos de salud y por decisión artística, en el Norte cordobés. Allí eclosionó su carrera -o bien se cumplieron los vaticinios, por elección, de ser un gran pintor nacional- y es por eso también parte de nuestra historia provincial. 

Si apreciamos una obra como la serie La vida de un día, de 1917, donde Fader retrató ocho veces su casa de Ojo de Agua de San Clemente desde el mismo ángulo, vista a la cambiante luz y los colores de la salida a la puesta del sol (inspiración impresionista como la de Monet frente a la catedral de Rouen), se entiende que la luz, el color, el cielo, el paisaje, el desplazamiento, las condiciones concretas de ese estudio son, sin duda, el don de un lugar en términos de construcción de subjetividad e identidad de quien lo habita. Y al mismo tiempo, un don (una ofrenda) del artista al lugar.

Precisamente ese año clave en la biografía y en la pintura de Fernando Fader, que contaba treinta y cuatro años y era ya un artista de gran reconocimiento, la revista Caras y Caretas le dedica en una edición de abril y en un segundo número de septiembre de 1917, dos momentos al pintor en ese punto de su carrera. 

Referido a la nota firmada en marzo de aquel año, y publicada por el semanario el 14 de abril, se trata de un monólogo autobiográfico del artista, que muestra, entre otras cosas, la precisión de su prosa, su visión poética y las condiciones intelectuales y artísticas de su práctica en ese momento de su vida en que transitaba su segundo año en Córdoba. La nota se titula “Reportaje del momento – Con el pintor Fader”.
“Extraña ocurrencia escribir una autobiografía, siendo pintor y nada más. ¿Qué podré decir que no haya pintado? Y si no se me entiende en mis cuadros, ¿qué podré decir que equivalga a una explicación?
Todos los que nacen para ser grandes se aíslan totalmente. Son solitarios en medio del tumulto de los centros poblados y se hacen intolerantes de orgullo, al decir de la gente. Y son solitarios en medio de la espantosa grandeza de la cordillera, porque no se ven sino a sí mismos, mirando del llano hacia las cumbres heladas que se visten con las nubes en su vuelo y mirando de la cumbre hacia la pampa, que en el horizonte es esposa del cielo.
Ellos son cordillera, pampa y cielo.
Y yo soy de esos: de los grandes.
Me he remontado, lentamente para mí, rápidamente para los demás, que se quedaron a ras de tierra.
Sé, pues, de la tristeza de la plena luz, que es sol, porque es grande. Y todo lo grande es profundamente triste. Y sé de la alegría de las nubes, que son hijas del sol y que son alegres porque empequeñecen la luz y que, al patinar de sus sombras sobre las faldas de las montañas, son sensuales por excelencia, al determinar formas que sin ellas serían siluetas.
Vivo en un país de ensueños, donde todo lo soy yo: donde la religión es la creencia en mí, donde la ley es sinceridad conmigo, donde la justicia no existe por inútil, y donde la bondad es la suprema felicidad. Hermoso país, desde donde todo se ve grande y simple, donde nada está de más y donde cada cosa tiene sus justas proporciones. País que no tiene otro almanaque que el pasar de los años, que son segundos y siglos y cuyo tiempo es tan variable como el estado de ánimo mismo, que engendra las tuerzas misteriosas de la evolución ininterrumpida y donde las visiones determinan la labor febriciente y donde el trabajo material es un placer... Como no es posible planear eternamente y abarcarlo todo sin volver la cabeza. me place vivir en un rincón de la sierra de Córdoba, como antes en medio de la cordillera.
Mis casas son ranchos blancos, que a la hora del crepúsculo recogen los últimos rayos de luz para irradiarlos luego del modo más fantástico, como una flor que al agonizar exhala su más íntimo perfume.
En la larga paja de los techos juega el viento como con la cabellera de una mujer querida... En los nogales anidan carpinteros y reyes del bosque, que son mis cantores, y en otoño los perales visten túnica roja de cardenal... Los higos maduran obscuros entre hojas que son platos de  verde esmalte.
Mi taller luce un piso que es tierra y en la chimenea arden en las noches de invierno troncos de coco y quebracho.
El mantel de mi mesa lo forman las manchas de sol que filtran a través del filigrano follaje de un robusto algarrobo... En la quebrada, que dicen «del remanso», cae un hilo de agua que en invierno llena las enormes copas de granito con cristal líquido, y en verano es como el lento rodar de una amarga lágrima de madre... En el patio de la casa juegan Raúl y César; no saben que la vida es dura como el pan que cada ocho días nos traen, porque estamos lejos del pueblo, lejos, muy lejos... Allá pinto y el sol y el aire me broncearon.
Tengo un jardín y una huerta que de mi cuidado viven.
Dos veces al año bajo a ésta; y nada nuevo me llevo...
Antes, mis automóviles me parecían indispensables y ahora voy a pie. Me despojaron de mis bienes y de los de mi familia en pleno día y a la sombra de la justicia, que de ser Justicia no diera sombra. Mi pobre madre, que es anciana, sufre aún por ello...
Tengo mi camino y voy a pie. De todas maneras, el que debe llegar, llegará lo mismo... y me sonrío...
Buenos Aires, marzo de 1917.”

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