Cultura Por: J.C. Maraddón20 de marzo de 2025

Apología del grotesco

La muerte de Antonio Gasalla, conocida el martes por la mañana, esparció una sensación de congoja y reconocimiento para la memoria de ese astro de la escena nacional cuyas rutinas en la TV pueden ser revisitadas en recortes que circulan por la web, además de su rutilante Mamá Cora en “Esperando la carroza”.

J.C. Maraddón

En las artes dramáticas rioplatenses, el grotesco es un género enraizado en una tradición que data de más de un siglo atrás y que se funda en la llegada de los inmigrantes europeos, a los que esas obras primigenias retrataban en su desdicha. En especial, las piezas teatrales se ambientaban en conventillos habitados por una mayoría de italianos, que se caracterizaban por el dramatismo que le imprimían a sus actividades cotidianas y por el lenguaje que empleaban al vociferar, con recursos en los que el cocoliche se mezclaba con palabras muy subidas de tono, que el público celebraba en las representaciones.

Ese estilo se volvió sumamente popular y por eso perduró en el tiempo, como sucedió con la historia plasmada por el rumano/uruguayo Jacobo Langsner en “Esperando la carroza”, estrenada en Montevideo en 1962. Por su insuperable humor negro y su caricatura costumbrista de las mezquindades de la clase media, llegó a propiciar en 1985 una versión cinematográfica dirigida por Alejandro Doria, que es uno de los grandes clásicos del cine argentino producido tras el retorno de la democracia. Tan acertada fue esa traducción al lenguaje audiovisual, que todavía subsisten algunas de sus secuencias a manera de memes que se comparten en redes sociales.

Como parte de un elenco estelar, en ese filme de culto aparecía Antonio Gasalla interpretando el papel de Mamá Cora, una anciana que sufre de Alzheimer, sin que eso le impida ocupar el centro gravitatorio de un argumento desopilante que gira en torno a su supuesta muerte y su correspondiente velorio. La elogiada actuación de Gasalla consagró de modo definitivo a ese artista surgido del café concert en los años sesenta, que en los setenta había saltado al teatro de revistas y que a partir de esa Mamá Cora iba a establecerse como un divo en los medios audiovisuales.

Hacia fines de los ochenta arrancó su aventura televisiva en ATC con “El Mundo de Antonio Gasalla” y, tras una escala en Telefé, volvió en 1992 a la señal oficial con “El palacio de la risa”, ciclo con el que arribó luego a Canal 13 en 1994. Más allá de los numerosos programas que protagonizó en la televisión de aire, las nuevas generaciones lo han conocido gracias a los diálogos que Susana Giménez sostenía con “la Abuela”, un personaje que remedaba algunos tics de Mamá Cora, pero que se especializaba en sorprender a la conductora con preguntas incómodas.

Es notable cómo, al menos desde “Esperando la carroza” en adelante, Gasalla exploró todas las facetas de aquel grotesco criollo, asumiendo roles de personas exasperadas que causaban gracia al exagerar los rasgos de la conducta (y del aspecto) de aquellos que la gente podía identificar en su vida diaria. La empleada pública, la maestra, la solitaria, la notera que mostraba “la realidad real” y tantas otras criaturas, provocaban carcajadas a través de un registro que llevaba las cosas a un extremo. Y además, con sabiduría, él había sabido rodearse de intérpretes surgidos del under que cultivaban una estética similar.

La muerte de Antonio Gasalla, conocida el martes por la mañana, esparció una sensación de congoja y reconocimiento para la memoria de ese astro de la escena nacional cuyas rutinas en la TV pueden ser revisitadas en recortes que circulan por la web. Casi en simultáneo con la emergencia de la troupe de “Cha Cha Cha” y su inclinación hacia el humor absurdo, Gasalla expandió la veta grotesca que se remonta a épocas pretéritas de nuestra cultura y que por su iniciativa experimentó una actualización poderosa, capaz de iluminar la pantalla del fin de siglo y desparramar sonrisas, una tarea encomiable como pocas.

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