Beneplácito por lo inclasificable
Su última aventura en la búsqueda de compartir cartel con otras figuras, ha asociado a Elton John con la intérprete country estadounidense Brandi Carlile, junto a la que ha grabado el álbum “Who Believes In Angels?”, cuyo lanzamiento a principios de abril sacudió el tablero discográfico internacional.
J.C. Maraddón
A pesar de que los siempre presentes puristas del folklore han querido conservar ese género tal como se supone que fue en sus orígenes, no pudieron evitar que las sucesivas tendencias musicales que sobrevinieron después ejercieran influencia sobre la música nativa y la obligaran a torcer su rumbo. Desde los arreglos vocales de los grupos consagrados en los años cincuenta, como Los Fronterizos o Los Chalchaleros, hasta las letras con compromiso social de los sesenta y setenta, cada impulso renovador tuvo que ver con una necesidad de algunos compositores e intérpretes de apartarse un poco de las raíces para cambiar de aire.
Quizás los más criticados por los tradicionalistas hayan sido aquellos que procuraron fusionar el sonido folklórico con el del rock, una cruza en la que se han anotado numerosos artistas a lo largo de los últimos sesenta años, con suerte diversa. Los más repelidos eran, por supuesto, los rockeros que intentaban mimetizarse con los folkloristas, aunque con los años esa resistencia fue menguando y algunos de ellos terminaron apareciendo como habitués en los festivales de Cosquín y Jesús María, introducidos casi siempre por Mercedes Sosa, quien se ofreció como prenda de unidad para que confluyeran esos dos universos.
Aunque ya desde mucho tiempo atrás había una rama bien definida de folklore romántico que escapaba de los cánones arcaicos y se aproximaba al estilo de los grandes baladistas internacionales, hubo en la década del noventa un fenómeno juvenil que alteró aquellos parámetros y amparó una emergente camada mucho menos prejuiciosa. En el marco del llamado “folklore joven”, los nombres de Soledad Pastorutti, Abel Pintos y Luciano Pereyra representaron la necesidad de un desplazamiento hacia el terreno del pop, en el que también se implicaron Los Nocheros, más experimentados pero atentos a lo que podía tener una mejor recepción entre las nuevas generaciones.
Procesos de similares proporciones se han vivido dentro de la música country estadounidense, que por su componente campestre y su entronización como música nacional de aquel país, admite ser comparada con nuestro folklore. Allá también se han producido intersecciones con el rocanrol que desataron controversias desde ambos bandos sonoros. Y ha habido deslizamientos hacia el pop que desorientaron a los expertos en rotular, quienes no sabían en qué categoría poner a esos audaces que saltaban de un lado al otro: un día respetaban los mandatos del acervo cultural, para luego cruzar a la vereda opuesta y meter un hit apto para todo público.
En su devenir más reciente, el astro pop británico Elton John se ha avenido a compartir cartel con cantantes de procedencia musical diversa, tal vez como un modo de mantener vigentes sus pergaminos artísticos a la edad de 78 años. Y su última aventura en esa dirección lo ha asociado con la intérprete country estadounidense Brandi Carlile, junto a la que ha grabado el álbum “Who Believes In Angels?”, cuyo lanzamiento a principios de abril sacudió el tablero discográfico internacional y lo instaló en la cima de los rankings de ventas gracias a canciones que lo presentan en excelente forma.
Exitosa y reconocida como una gran cantautora en su país de origen, Carlile se ha mostrado defensora de la causa LGBT, motivación en la que coincide con Elton John, al punto que a la par del disco ambos han promovido una campaña destinada a contrarrestar los recortes en la financiación global en la lucha contra el VIH Sida. Estrellas en apariencia tan distantes entre sí, han derribado todos los preconceptos con esta obra que, de tan inclasificable, se ha vuelto una curiosidad a la que millones de personas han prestado atención y le han dado su beneplácito.
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