Cultura Por: J.C. Maraddón13 de mayo de 2025

Apetito cuartetero

Luego de que patentara un estilo personal allá por 2011 con “De caravana”, el director Rosendo Ruiz ha regresado al universo del tunga-tunga este año con el estreno de “La Zurda”, donde se luce en su regodeo con la estilización de los bailes cuarteteros, en el marco de una trama policial.

J.C. Maraddón

Puestos a determinar si existen manifestaciones del arte puramente locales o si a esta altura todo lo que se produce se inscribe como fenómeno mundial, se puede decir que, más allá de la voluntad de los creadores, su obra estará enmarcada en el contexto donde se la elaboró y, aunque tenga pretensiones de trascendencia, será factible detectar en ella las marcas del lugar de donde proviene. Solo en este sentido es pertinente hablar de cine nacional, de rock nacional o de la literatura nacional, sin arriesgarse a errarle feo en eso de clasificar la cultura según lo que demarcan los límites territoriales.

No es necesario que un filme sea protagonizado por gauchos para que se lo encuadre dentro de la cinematografía argentina, como tampoco es imprescindible que una canción contenga referencias a paisajes de Buenos Aires para que pueda ser admitida como un tango. Ciertas expresiones de chauvinismo que suelen estar por encima de la calidad de lo que se da a conocer como un hecho artístico, se tornan vacuas si su objetivo es exacerbar la pasión nacionalista del público, en vez de conformar un componente esencial del largometraje, la novela, el ballet o el disco en cuestión.

Esta reflexión que se refiere al aporte cultural de cada país, se aplica también a regiones, provincias y ciudades, que han prohijado camadas de artistas cuyo ámbito de pertenencia los ha moldeado en su capacidad creativa, por más que ese influjo no se haga explícito en las piezas que exponen ante el público. No es lo mismo componer una chacarera en Santiago del Estero que en Córdoba, así como una representación teatral escenificada en la meseta patagónica puede diferir en mucho con respecto a la que se ofrezca en una función en la Mesopotamia, a pesar de que en ambas se narre un argumento similar.

El crecimiento que se evidencia en la producción cinematográfica cordobesa durante los últimos veinte años, empieza a delinear un modo autóctono de filmar historias, que de a poco va diversificando y a la vez definiendo sus características, a medida que se siguen estrenando títulos. Pero como es natural en cineastas que se erigen casi en pioneros en esto de trabajar desde Córdoba, aflora una necesidad obsesiva de dejar constancia del sitio de origen, tanto en el registro fotográfico como en las formas de hablar y comportarse de los personajes, y en un entorno social que cobra mucha importancia.

Esto despierta un sentimiento de identificación en los espectadores, quienes venían resignados a que todo transcurriera en sitios alejados del espacio en el que moran, y que ahora se sorprenden al ver proyectado en una pantalla eso que les resulta cotidiano y que antes no merecía ser captado por las cámaras de cine. Atravesados por urgencias de financiación que menguan sus ambiciones, los realizadores cordobeses han desarrollado una voluntad a prueba de balas y no cejan en su empeño por dotar a este enclave mediterráneo de un acervo fílmico que se sume a otros motivos de orgullo para sus habitantes.

Luego de que patentara un sello personal allá por 2011 con “De caravana”, el director Rosendo Ruiz ha regresado al universo del tunga-tunga este año con el estreno de “La Zurda”, donde se luce en su regodeo con la estilización de los bailes cuarteteros, en el marco de una trama policial que no se aparta de los manuales del género. Saciado el apetito por descular la escena actual de esa música a la que aquí se valora como propia, se torna imprescindible profundizar en otras vetas que, no por acercarse a problemáticas y desaguisados de índole global, van a ser más o menos cordobesas.

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