Cultura Por: Víctor Ramés05 de febrero de 2024

Caras y caretas cordobesas

Aquí, precedido de una fotografía de Martín Gil en 1914 publicada por “Caras y Caretas”, se ofrece un panorama de su perfil como funcionario, y especialmente de su profesión como escritor de prosa narrativa inspirada en sus vivencias del campo cordobés.

Martín Gil, Ministro de Obras Públicas, en "Caras y Caretas" de enero de 1914.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

El hombre que escudriñaba las estrellas (5)

Entre 1913 y 1916, cuando Ramón Cárcano era gobernador de Córdoba, Martín Gil fue nombrado ministro de Obras Públicas de la provincia. Cárcano tenía predilección por el joven astrónomo-escritor, a su vez hijo de una serena figura del elenco político nacional, Pompeyo Isaías Gil Moyano, abogado, profesor universitario y diputado nacional. El joven Gil siguió el influjo paterno y también se recibió de abogado, un título apto para renovar las huestes de funcionarios provinciales. Es en el ejercicio de su función ministerial durante la gestión de Cárcano que lo retrata el semanario Caras y Caretas, el 31 de enero de 1914, haciendo referencia a la realización en Córdoba de la primera Exposición Frutícola nacional, una iniciativa suya, a la que concurrieron productos y productores de varias provincias del país. El ministro Gil contaba con dilatada experiencia en relación a la producción del campo, especialmente la ganadera, y seguramente de allí venía su conocimiento del paño.

La revista nos regala un retrato de Gil en su escritorio, flanqueado por un mapamundi a su izquierda y un busto de mesa de no se sabe qué prócer, a su derecha. Atrás se percibe un empapelado con motivo floral. Junto a la foto de Martín Gil, la revista porteña mostraba un aspecto del evento frutícola en una fotografía con un epígrafe donde se lee: “Un detalle de la interesante exposición, en que tomaron parte gran número de concurrentes de todas las regiones productoras de la república”. 

La carrera política del cordobés no parece ser la faceta más importante a desarrollar de su figura, baste señalar que en 1924 fue elegido Senador Provincial y desde 1926 hasta 1930 fue Diputado Nacional por Córdoba por el Partido Demócrata. Entretanto, desarrolló como ya se dijo sus intereses como estudioso y divulgador de la astronomía, en su observatorio particular, y tuvo eco nacional como autor de varias obras literarias enroladas en el costumbrismo. 

En relación a esta faceta autoral de Martín Gil es válido aproximarse un poco más a su vivencia concreta de la vida en el campo, como fuente de conocimiento personal de la cultura rural que desplegaría en sus obras. Al morir su padre, cuando Martín acababa de cumplir 21 años, se convirtió en heredero de la estancia La Isaías, en tierras que el progenitor había comprado a sus propietarios británicos, así como de El Piquillín, 3.000 hectáreas situadas en Bell Ville. Decidido a hacerse cargo de la explotación de esas tierras, fundó en 1897 e hizo producir la campaña agrícola El Piquillín, donde sembró 2.000 hectáreas de alfalfa y llegó a tener 14 mil ovejas. Sería también uno de los fundadores de la Sociedad Rural de Bell Ville.

Volviendo a su obra literaria, entre sus libros más conocidos de tenor campero se cuentan Prosa Rural (1900), Modos de ver (1903) y Agua mansa (1906), reeditado en 1924. Corresponde decir, citando la pluma de Arturo Capdevila referida a Martín Gil en su Alma de Córdoba, que la tutela de Ramón Cárcano fue determinante en sus inicios autorales. Señalaba Capdevila que, en las veladas donde la verba de Gil brillaba en la mesa por su agudo sentido del humor, “Cárcano, además de reír, como buen conocedor del ambiente campestre, reflexionando a fuer de escritor, le dijo un día a su visitante:
–Usted debería escribir estas cosas; escribirlas tal como las cuenta.
–Sí. Tal vez… aunque ¿para qué?
–No vacile. Ensaye. Escriba. Empiece por Noche de perros, y ya verá como gusta.
El doctor Cárcano acertó. Y cuando el nuevo escritor lanzaba desde Córdoba su primer libro -Prosa Rural- le era dado proclamar a aquél en su Carta Prologal la belleza y utilidad de esas páginas, así como su fluidez ‘de agua que corre en la pendiente’. Muy pronto vendría ‘el triunfo duradero y resonante’.
En ese no muy crecido libro (108 páginas) la gente halló materia para reír, sonreír y pensar. El autor iluminaba bien los problemas. Por ejemplo: el campo ¿embrutece, ennegrece y empobrece? ¡Cómo florecía aquí el ingenio del autor!”.

Citaba más adelante Capdevila la crítica publicada en La Nación en diciembre de 1900, escrita por el escritor y diplomático potosino Julio L. Jaimes, que firmaba con el seudónimo “Brocha Gorda”, sobre Prosa rural a la que calificaba “de un criollismo de alta escuela que busca puesto entre las obras consagradas como dignas, conforme a las exigencias del arte literario”, y consideraba al libro como de un “engendro y factura netamente argentinos”.
El éxito que alcanzó con sus siguientes obras en el plano nacional le valdría ser incorporado a la Academia Argentina de Letras.

La investigadora cordobesa Clarisa Agüero, autora insoslayable en el rescate de figuras intelectuales del siglo veinte en Córdoba, expresa sobre los siguientes libros de Martín Gil que Prosas rurales es solo “el primer escalón en la fábrica del autor, como revela el derrotero de su segundo libro. Modos de ver (1903) llegará a contar cinco ediciones, muy expresivas del creciente prestigio de Gil. Publicado originalmente por La Italia (imprenta de larga vida que, pese a un par de buenos intentos, será siempre dominada por su costado comercial), tendrá en 1913 una segunda impresión local por Rossi, la casa que más claramente intentó entonces construir catálogo en Córdoba. En 1920 comienzan sus ediciones porteñas: ese año, la Cooperativa de Edición Limitada, en 1923 la Agencia General de Librería y Publicaciones y, presumiblemente en los ‘40, Anaconda. La seguidilla es indicativa no sólo de la jerarquización del libro en el espacio local -desde el punto de vista de los pretendientes, la edición por Rossi constituye un reconocimiento intelectual y autoral- sino, también, de sus repercusiones en el centro.”

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