Caras y caretas cordobesas
El Sierras Hotel, en su apogeo, difundió sus numerosas cualidades, entre ellas la higiene y también la comodidad del tren Central Córdoba, que unía a Alta Gracia con la capital de la provincia. Después sobrevendría el crepúsculo.
Por Víctor Ramés
Los años felices del Sierras Casino Hotel (2)
En la nota ya compartida que dedicaba la revista Caras y Caretas al Sierras Casino Hotel de Alta Gracia, leímos subrayados sobre la higiene, un elemento clave de la oferta de este suntuoso destino en el valle de Paravachasca. Esto se encuadraba en el discurso del higienismo en boga que orientó las políticas entre 1880 y 1920. Aparecían frases como: “Alta Gracia es uno de los más deliciosos e higiénicos lugares de cuantos abundan en este país”; o bien: “además de sus indiscutibles condiciones de higiene y de belleza en el paisaje...”, e incluso: “El aseo, la pulcritud de sus elegantes habitaciones, de las instalaciones de higiene y su esmerada cocina, que puede satisfacer hasta al más exigente gourmet”. Una publicidad del Sierras de nuestro semanario de referencia, en 1911, traía una foto de un cuarto del hotel con su zona de toilette: una instalación de lavabo de agua corriente entre la cama y el tocador. Esto pesaba en la competencia por ser un gran destino hotelero turístico, entre los más atractivo del país. Los investigadores Mercedes González Bracco y Santiago Pérez Leloutre, al estudiar los grandes hoteles de la Argentina turística entre 1886 y 1914, resaltan lo siguiente en torno al hotel Sierras: “El confort de las habitaciones aparecía asociado en las publicidades a la higiene personal”, lo que resultaba fundamental “si tenemos en cuenta que el Edén contaba con ocho baños, o que en el hotel de la Ventana los 58 baños se compartían entre las 173 habitaciones”. Un aspecto higienista menos vinculado al aseo personal y más a la salud, se evoca en una nota histórica de Sumario Noticias, publicación de Alta Gracia, en 2008: “Viajando 40 minutos en tren desde Córdoba o durante una noche desde Buenos Aires, los enfermos del pulmón, hasta que se les permitía, y los distinguidos turistas, llenaban los salones, las galerías y el parque, para jugar al bridge, al criquet, al golf y practicar esgrima.”
Y así queda introducido otro elemento clave en la oferta de ese gran destino en 1914: el Ferrocarril Central Córdoba, que unía esta capital con Alta Gracia. Esa línea había empezado a correr en julio de 1891, acercando a visitantes venidos de la pampa húmeda, deseosos de aire puro y paisajes inolvidables. El tren partía desde la estación de Alta Córdoba, y la antecitada Caras y Caretas mencionaba la ventaja de “un tren cómodo, rápido”, en el que el pasajero podía “partir a la mañana temprano y regresar, si así lo deseara, antes de mediodía, pues el trayecto es solamente de una hora; esta ventaja es de tal importancia bajo múltiples conceptos y, sobre todo, tan excepcional en nuestro país, que indiscutiblemente coloca al Sierras Hotel-Club en ventajosísimas condiciones sobre todos los demás lugares de recreo o descanso de la República”.
Publicitariamente, el ferrocarril y el hotel podían hacer una sinergia operativa, como se expresa en un aviso en inglés, de la publicación británica de 1922 The Board of Trade Journal, donde el Central Argentine Railway anunciaba su servicio en “los distritos de la provincia subtropical”, donde se ponía en relieve que “sumado al servicio gastronómico high-class a bordo del tren, y salas de refacción (refreshment) en la estación, la Compañía controla el Sierras Hotel de Alta Gracia, un complejo de renombre para la salud y el placer en la hermosa provincia de Córdoba”.
Testimonios de dos viajeros angloparlantes que pasaron por Córdoba con un par de años de diferencia, tienen algo que expresar sobre el Sierras Hotel y sobre Alta Gracia. Uno de ellos es del escocés John Foster Fraser, quien aseguraba haber pasado “uno de los fines de semana más placenteros de mi vida en Alta Gracia” durante su visita en 1914. Allí indicaba que el ferrocarril Central Argentino “llega hasta Alta Gracia, una agradable ciudad en las sierras, donde se encuentra el mejor hotel de montaña del mundo. Alta Gracia se encuentra a una hora de Córdoba, y los domingos hay una invasión de vacacionistas que recuerdan al expreso Pullman que lleva de Londres hasta Brighton las mañanas de domingo. La tarifa fija es popular. Todos saben exactamente lo que les costará la salida. A las diez en punto, el tren cargado de vacacionistas parte hacia Alta Gracia. A las once se ha llegado al lugar. Al mediodía hay una comida. La siesta puede ser empleada recorriendo el lugar, oyendo a la banda, jugando al golf o al tenis, apostando en el casino, o haciendo un paseo a las colinas arboladas. A las siete en punto se sirve la cena. El tren regresa a las nueve de la noche y a las diez ya los pasajeros están en Córdoba.”
Una óptica mucho menos entusiasta muestra el otro viajero y escritor, el norteamericano Henry Stephens, quien advertía en 1916 a sus lectores que no se dejasen engañar por los avisos en las estaciones de trenes que realzaban los encantos de las poblaciones en las sierras de Córdoba. Para Stephens, Alta Gracia no era más que “un gran establecimiento para apuestas”, donde solo hay “un hotel grande, una aldea y una vieja capilla”.
El año en que pasó Stephens fue el último antes del inicio de la decadencia del Sierras Hotel. El primer golpe fue la prohibición del casino en 1917, fruto de una cruzada contra la “inmoralidad de la promoción y la dependencia económica derivada del juego”. Aun cuando nuevos propietarios patalearon contra ese decreto, lo que se expresó incluso en un enfrentamiento entre la nación y la provincia, aun visto el notable decaimiento de huéspedes e ingresos la medida no se revirtió. El Sierras siguió por varios años, aminorando su clientela, su fastuosa existencia tomó un declive que hizo crisis en los años cincuenta, y desde 1977 sufrió un largo abandono y una sucesión de expectativas frustradas. Ya nunca volverían los aristocráticos pasajeros, el establecimiento quedó para un público común y hoy es el casino de Alta Gracia, con máquinas tragamonedas como atracción principal, en manos de la cadena Howard Johnson.
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