Con el sello de una fantasía electrónica
Entre las novedades de julio de Netflix, se encuentra la cuarta parte de “Un detective suelto en Hollywood”, que se da a conocer tres décadas después de la tercera y justo cuando han transcurrido 40 años del episodio inicial, manteniendo en su banda sonora la presencia del tema “Axel F”.
J.C. Maraddón
Después de la revolucionaria década del sesenta, en la que desde Inglaterra y Estados Unidos se había puesto patas para arriba los estándares musicales que habían regido durante décadas, los años setenta comenzaban en esos países con una notoria dispersión dentro de los estilos rockeros. Y una de esas corrientes, que aparecía entre las favoritas de la crítica especializada, era aquella que pretendía avanzar en la senda experimental para dotar al rocanrol primigenio de una complejidad que lo posicionara a la par de los géneros que en ese tiempo eran sinónimo de las expresiones de la alta cultura.
Si la psicodelia había torcido el rumbo de muchos artistas hacia regiones sonoras inexploradas, alternativas como el rock sinfónico, el jazz rock y la electrónica vinieron a sacudir el panorama y a poner a los músicos en una búsqueda que no había estado antes entre las preocupaciones de los creadores. Hasta tanto el punk terminara por hacer explotar esa burbuja de grandilocuencia, hubo en la primera parte de ese decenio proyectos que, en algunos casos, abrieron portales hacia horizontes estéticos cuyas bondades se iban a manifestar más adelante, cuando esos devaneos iniciales se convirtieran en acciones concretas que llegaron al gran público.
En los setenta, Alemania fue un campo fértil para el surgimiento de esta clase de propuestas insólitas, que fueron unificadas bajo el nombre de “kraut rock”, pero que en realidad abarcaban un espectro en el que podía llegar a haber más disidencias que coincidencias. Quizás como un agente exógeno aunque contemporáneo de esas iniciativas, habría que situar al italiano radicado en Munich Giorgio Moroder, quien utilizó su estudio de grabación en esa ciudad del sur alemán como laboratorio para la elaboración de música pop a partir del uso de sintetizadores, el instrumento que constituía la mayor novedad en esa época.
Allí, en los afamados Musicland Studios de Munich, Giorgio apadrinó el trabajo de Harold Faltermeyer, un talentoso compositor y productor local que se iba a transformar en un enjundioso coequiper de su mentor, cuando Moroder –además de ser el cerebro detrás del éxito de Donna Summer- se dedicara a la confección de bandas sonoras de películas. Esa especialidad, junto a la fama que obtuvo la cantante de música disco, hicieron que Giorgio se desplazara hacia el mercado estadounidense, una travesía en la que Faltermeyer lo acompañó, en lo que iba a ser una decisión que los iba a beneficiar a ambos.
Metido ya de lleno en la factoría de Hollywood, Giorgio fue convocado para componer la música de filmes como “Expreso de medianoche” y “Gigoló americano”, en donde tuvo al lado a su fiel colaborador. Pero Harold Faltermeyer iba a tener una oportunidad por su cuenta cuando en 1984 lo contrataron para la primera entrega de “Un detective suelto en Hollywood”, el largometraje que iba a confirmar las dotes actorales de Eddie Murphy, quien en 1983 había reventado la taquilla con la comedia “De mendigo a millonario”. El aporte de Faltermeyer, con su canción “Axel F”, fue una fantasía electrónica inolvidable.
Entre las novedades de julio de Netflix, se encuentra la cuarta parte de “Un detective suelto en Hollywood”, que se da a conocer tres décadas después de la tercera y justo cuando han transcurrido cuatro del episodio inicial. A sus 63 años, Eddie Murphy luce todavía en forma para asumir el rol de un policía muy poco ortodoxo en su labor. Y aunque sus aventuras sigan abundando en persecuciones vertiginosas, quizás sus andanzas pequen de demasiado ingenuas en la actualidad. Pero lo que no pierde vigencia es esa pieza orquestal de Harold Faltermeyer, que reaparece aquí actualizada como sello distintivo de esta saga.
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