El espejo más negro de “Black Mirror”
La película “La sustancia”, de la francesa Coralie Fargeat, es uno de los mejores ejemplos de esa larga sombra que echa la serie de Netflix, como fuente inspiración para quienes deseen plantear una advertencia en cuanto a las consecuencias futuras de un fenómeno actual.
J.C. Maraddón
La fiebre por el streaming que se desató en la década pasada abrió un enorme campo para que diversos formatos utilizaran estas novísimas plataformas como espacio de experimentación, durante ese lapso en que el gran público se fue inclinando poco a poco hacia esa oferta innovadora. Además de las películas, fueron las series las que coparon las pantallas, aunque lo hicieron de las formas más variadas, que incluyeron las sitcom, las docuseries, las biografías, los casos policiales, la animación y un creciente números de opciones que tanteaban hacia dónde se dirigían las preferencias de esos usuarios que aceptaban pagar un canon mensual.
Tan temprano como en 2011, Charlie Brooker gestó “Black Mirror”, un producto destinado a indagar en el lado oscuro de esos avances tecnológicos que prometían brindarnos prestaciones ilimitadas, pero que debajo de esa fachada escondían aspectos maquiavélicos a los que la serie se proponía desnudar. Amparada en el prestigio del Channel 4 británico en sus primeras temporadas, la tira pasó en 2016 a ocupar un lugar de privilegio en la grilla de Netflix, donde sus episodios temáticos de entre 40 y 90 minutos alcanzaron una rápida proyección internacional y cosecharon millones de fanáticos que aguardaban con ansiedad el estreno de cada temporada.
Con ese enfoque distópico que caracteriza a muchas producciones de estos tiempos, “Black Mirror” definió un estilo propio en su manera de narrar los acontecimientos, tanto desde lo estético como desde lo argumental, que ha sido quizás el mayor acierto de Brooker en su propuesta. Detrás de un propósito de denuncia acerca de los peligros que entraña la decisión de entregarse sin resistencia al vértigo de los descubrimientos científicos que proveen supuestas mejoras en nuestra calidad de vida, “Black Mirror” no abandona jamás su función de entretenimiento, que es lo que buscan numerosas personas que se sientan a ver algo.
A varios años de su estreno, la serie ya ha presentado seis temporadas y aparece como un clásico del streaming, sentando un precedente que podría empezar a dar sus frutos a partir de otros creadores que pretendan lograr un objetivo parecido mediante técnicas similares. Y nada obliga a que esa influencia se restrinja al catálogo de las series, sino que puede extenderse a otros géneros, como por ejemplo el de los largometrajes, donde la eficacia de esos relatos posapocalípticos con intenciones de dejar una enseñanza, ha sido probada con éxito por directores de un amplísimo espectro.
La película “La sustancia”, de la realizadora francesa Coralie Fargeat, es tal vez uno de los mejores ejemplos de esa larga sombra que echa “Black Mirror” sobre lo que venga después, como fuente inspiración para quienes deseen plantear una advertencia en cuanto a las consecuencias futuras de un fenómeno actual. En este caso, Fargeat lleva al extremo la presión sobre una conductora de TV que está cumpliendo 50 años, para que salga con desesperación al encuentro de un tratamiento de belleza que la devuelva a su armonía anatómica juvenil y que de esa forma le permita continuar al frente de un programa del que la quieren echar.
A través de un estelar elenco encabezado por Demi Moore, a quien acompañan Dennis Quaid y Margaret Qualley, y mediante un uso de herramientas que bien podrían provenir de la artillería empleada por Charlie Brooker, “La sustancia” logra su cometido de llamar la atención sobre un problema de enorme gravedad y a la vez reúne méritos suficientes como para haberse llevado la Palma de Oro en Cannes. De todos modos, sería bueno preguntarse si no se podría haber acercado al mismo objetivo prescindiendo de esas escenas escatológicas dignas del gore más bizarro que llenan la lente de vísceras y sangre.
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