Cultura Por: J.C. Maraddón21 de noviembre de 2024

Cómo escuchar las imágenes

El documental “La música de John Williams”, estrenado por la plataforma Disney+ hace pocas semanas, permite acceder en detalle a la vida y obra de uno de los compositores más emblemáticos de la cinematografía universal, que a sus 92 años posee una vitrina inigualable de premios.

J.C. Maraddón

Con el rock y el pop, se propagó la idea de ponerle imágenes a la música, como por ejemplo las portadas de los long play, que durante la década del sesenta se convirtieron en un modo de expresión artística que adquirió un relieve propio más allá de su función como envase de un disco. La psicodelia no hizo sino potenciar esas iniciativas y los Beatles dejaron su impronta en esa tendencia a través del “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band” y de películas como “Yellow Submarine” y “Magical Mistery Tour”, que hoy están eternamente asociadas a las canciones que allí se integraban.

Ya en los setenta, fue tomando forma el soporte del videoclip, como una vía para que lo sonoro y lo icónico se fusionasen hasta dar nacimiento a un híbrido de enorme alcance que fue utilizado hasta el hartazgo por la industria discográfica. La aparición de la señal de MTV a comienzos de los ochenta legitimó la trascendencia de esos videos que podían exhibir rasgos conceptuales, contar una historia o simplemente ofrecer tomas de un show en vivo, pero que comenzaron a definir un modo de difusión de la creación de los artistas que se planteaba como distinta a las grabaciones de audio.

Tan fuerte fue esa presencia cultural del videoclip, que muchas canciones han quedado asociadas para siempre a su correspondiente versión audiovisual, como si fuera de eso no hubiesen existido. Y la utilización de pantallas gigantes como complemento de los conciertos en vivo abrió infinitas posibilidades para los expertos en animaciones, cuya importancia se fue incrementando a medida que los shows abandonaban su mero carácter de actuación musical para devenir en espectáculos multimedia plagados de estímulos sonoros y visuales. Los espectadores se veían así inmersos en una experiencia sensorial que partía desde el escenario y se multiplicaba por todas partes.

Pero mucho antes de que se produjera ese maridaje entre lo que se escucha y lo que se ve, ya había habido experimentos que lograban unir los mismos polos, aunque en una dirección inversa: su recorrido consistía en tomar piezas fílmicas y ponerles una música acorde a lo que se estaba mostrando. Las bandas de sonido de las películas, vigentes desde tiempos inmemoriales, constituyen por sí mismas un trabajo pionero en eso de provocar un goce simultáneo en la vista y la audición, al sellar entre ambos sentidos un pacto que se ha sostenido hasta la actualidad.

El documental “La música de John Williams”, estrenado por la plataforma Disney+ hace pocas semanas, permite acceder en detalle a la vida y obra de uno de los compositores más emblemáticos de la cinematografía universal. Y en ese repaso por su trabajo y su biografía, el filme de Laurent Bouzereau realza el genial aporte de ese músico que se inició en el jazz y que también incursiona en el género clásico, pero que a sus 92 años posee una vitrina inigualable de premios obtenidos por las bandas de sonido que elaboró para un catálogo de cintas que van desde “Tiburón” hasta “Mi pobre angelito” o parte de la saga de Harry Potter.

John Williams es dimensionado allí en su justa medida por infinidad de testimonios, entre los que se destacan los de Steven Spielberg y George Lucas, cineastas a los que el laureado autor aportó algunos de sus mayores aciertos compositivos. Al comparar tramos de películas con y sin la música de John Williams, este largometraje nos invita a descubrir cuál es el relieve de ese aditamento sonoro cuya esencialidad podría pasar desapercibida, sino fuese porque al escucharlo de manera aislada, evoca de inmediato en nuestra mente las escenas en las que se dejó oír.

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