El final de las campañas es el comienzo de la aceptación del voto

Estos días que vienen por delante terminarán de cristalizar preferencias que están ahí y no quieren ser oídas. Pese a la apatía, no parece que la gente sea tan indiferente.

Nacional 09 de agosto de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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La última semana antes de las elecciones -o los últimos días, en realidad- son los de la introspección. Cada ciudadano se pone en contacto con su interior para ver cómo le cae cada candidato. No es plenamente racional y muchas veces ni siquiera es un ejercicio consciente, pero poco a poco algo se va acomodando para llegar a tomar una decisión al encontrarse adentro del cuarto oscuro.

Muchos se vienen preguntando sobre el nivel de participación, que podría marcar un bajo nivel de concurrencia, debido a la apatía que alcanza a la gente. Es probable que haya algo de eso, especialmente porque son unas primarias, pero tampoco parece estar tan claro que la gente sea indiferente a lo que está pasando.

Aunque hay más de una veintena de fórmulas presidenciales, solo un puñado de ellas concentrará el grueso de los votos, con cinco o seis que finalmente lograrán cruzar el umbral de las PASO para llegar a las generales. A partir del caudal de votos que se espera en la previa, se puede especular con que todos los ciudadanos tengan a alguien que los represente, alguien que les parezca mejor que los otros.

Así como en las anteriores elecciones a gobernador e intendente me tocó hablar con gente que no quería ir a votar y finalmente no fue, ahora no me pasa lo mismo. Todos aquellos con los que cruzo palabra tienen una preferencia -más o menos marcada- que no dudan en comunicar a su interlocutor. Aunque el círculo inmediato no es una muestra confiable de lo que pasa en el resto de la sociedad, sirve para darse una idea del sentimiento general respecto a la elección.

A diferencia de lo que pasa en otros momentos nadie parece tener ganas de esconder su voto por miedo a ser excluido. A nadie le da miedo la soledad de votar a un candidato minoritario, básicamente porque todos tienen una sensación de que no existe una mayoría clara a su alrededor, una hegemonía de algún candidato por sobre el resto; ni siquiera lo perciben en su círculo más inmediato. En lo personal me he encontrado con votantes de prácticamente todos los candidatos con alguna chance de cruzar las PASO. Eso marca la pauta de lo abierta que está la elección y de la sinceridad con la que van a ir a votar los ciudadanos.

A pesar de que hay varios nombres conocidos, también es cierto que hay una cierta variedad respecto a elecciones anteriores. Lo más parecido a los libertarios puede haber sido alguna candidatura de Alsogaray o quizás la de Cavallo. Los radicales irán a su tercera elección en una alianza que eliminó el escudo del partido de las mesas de las escuelas. El peronismo va otra vez dividido, diluido en múltiples identidades entre las que no asoma la cara del general. Todo eso es una muestra del tiempo que se está viviendo.

La que se va cerrando de a poco tampoco parece haber sido una campaña de propuestas, pero sí una de ideas. Tampoco éstas se transmitieron con profundos planteos teórico-filosóficos (aunque a algunos les guste citar a pensadores como una referencia a la autoridad) sino más bien con sensaciones. El tono de voz, la expresión facial, la postura corporal, todo pareció hablarle a los ciudadanos, desde spots en tele y radio hasta videos virales en las redes. Orden, determinación, empatía, comprensión, autocrítica, todos fueron tonos usados para llegar a la gente como otra forma de transmitir lo que se quiere hacer.

En ese sentido todo parece llevarnos a 2003, cuando hubo una amplia oferta de candidatos que trataba de seducir a la gente, la que votó en masa y de manera sincera.

Larreta, Massa, Bullrich, Milei, Grabois, Schiaretti y la izquierda cuentan sus votos, juntan fiscales, tratan de llegar a los indecisos, buscan colar algún mensaje en medio de una escalada del dólar que parece estar teniendo menos efecto que lo esperado: si ya sabemos que todo se va a ir al tacho, no hace falta que estemos todo el tiempo pendiente de ello. Es como cuando estamos viendo a alguien que se está por caer: atrae nuestra atención un rato, pero después nos distraemos o tenemos que seguir con nuestras obligaciones, que nos lleva a que nos terminemos perdiendo el desenlace, que a esta altura perdió su encanto porque era lo que inevitablemente sucedería.

Los candidatos que aún no lo lograron tratan de generar un vínculo con el votante; los que ya lo tienen intentan consolidarlo. Como siempre antes de una elección, quedan pocos días antes de las urnas, en los que bajan la espuma de la campaña y el tono de confrontación, que lleva progresivamente a un silencio político que rara vez se ve interrumpido. Allí es donde decantan las emociones y se articulan los argumentos con los que el votante termina de autoconvencerse para expresar su preferencia, como en aquella escena de los Simpson en la que Homero finalmente decide anotarse en la escuela de payasos.

Lentamente entramos en el cono de silencio en donde la mirada al interior de cada uno y la relación con las elecciones termina de cuajar, materializándose en el deseo de ir a la escuela el domingo para darle un voto a ese candidato que emergió de un lote en el que ninguno parece estar medianamente cerca de evitar un ballotage.

Es imposible saber qué va a pasar el domingo, en múltiples sentidos. Hay una campaña que va llegando a su fin y un proceso de decisión del voto que recién empieza, cuando la gente sintoniza con el hecho de que en cuatro días se vota. Seguramente este último tirón termine de despabilar a los que todavía no se dieron cuenta de que ya tienen su voto decidido desde hace rato.

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