Caras y caretas Cordobesas

El rebote de luces cordobesas en el semanario porteño permite ver la figura de Julio Astrada. Fue referente del juarismo y del roquismo a fines del siglo diecinueve, y del ciclo de esas figuras políticas de peso que vivían sus últimos años en la Docta.

Cultura19 de mayo de 2025Víctor RamésVíctor Ramés
Julio Astrada, momentos del caudillo, Ilustración
Momentos del caudillo en "Caras y Caretas", diciembre de 1912.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

 

Julio Astrada, radiografía de un viejo caudillo (Primera parte)

En general nuestra sección no se entusiasma seguido con el peso de las personalidades políticas. Tal vez se deba a lo viscoso de la política misma, que rehúye hasta el olor de santidad. Sin embargo, es legítimo en este ver luces de vida cordobesa reflejada en el semanario porteño, cual brillo lunar, detenerse ante todo signo válido para agregar al tapiz de eso tal vez inexistente que se puede llamar “cordobesidad”. Es el caso de Julio Astrada, funcionario de primer rango del autonomismo nacional, a quien Caras y Caretas le dedicaba, a fines de 1912, una doble página en la que el ex gobernador de la provincia, a los sesenta y ocho años, aparecía como un ancianito y ya como carne de leyenda, entre varios otros actores de su generación. 

Previo a penetrar en ese dispositivo periodístico del otro siglo, cuando lo intenso de la vida vivida se veía como un valor por sí mismo, le pongamos algunos ingredientes que faltan a la figura de este personaje del elenco conservador cordobés. Su argumento más fuerte era su ascenso a la primera magistratura cordobesa en 1893 y hasta 1895 -años de reacomodamiento post juarista en la provincia- que lo distinguió en un cierre de siglo que también lo era de un ciclo político. Sucedió a Manuel Pizarro, de quien era vicegobernador, y su sucesor sería Figueroa Alcorta. Fue diputado nacional en tres períodos, siempre una pieza confiable del autonomismo roquista. 

Antes de llegar a la cima del poder provincial, siendo ya un cuadro clave del juarismo, heredó de Marcos Juárez, que subía a la gobernación, el cargo de jefe de policía de Córdoba. Le tocó y eligió ser una pieza disonante en la relación con la unión cívica, cuyos comités proliferaban en la provincia y en la capital.  La ciudad los vio reproducirse tanto en el centro como en los barrios San Vicente, Pueblo General Paz, Alta Córdoba, Pueblo Nuevo. Del lado del gobierno, seguía a sus anchas la temible Cadena, el elemento de choque creado por Marcos Juárez, tropa experta en reprimir, meter bala y sacar a relucir bravuconadas. 

La Unión Cívica sería objeto de clausura en 1891. En esos años de violencia la figura de Julio Astrada se convirtió en el punto focal de esas prácticas policiales que denunciaba muy especialmente la prensa cívica. Se volvieron comunes las denuncias periodísticas del diario La Libertad y La Picota. Este último órgano cívico apodaba a Astrada como “Astraberto”, a quien hacía responsable de todas las barbaridades cometidas por sus subordinados. Valga como ejemplo este cuadro ciudadano:

“Atropello policial – Jaime Tapia entraba antenoche a la ciudad por el puente de la calle Observatorio cuando de pronto lo detienen dos vigilantes y lo bajan del caballo intimándole orden de prisión.
A pesar de las protestas que hizo fue conducido a la Comisaría de la Sección 1., donde se le quitó un revólver y se le tuvo toda la noche preso poniéndolo en libertad al día siguiente mediante el pago de veinte y cinco pesos de multa por llevar armas.
En tanto el caballo en que venía fue abandonado acaso maliciosamente para que pudiera encontrarlo luego algún vigilante, y no se sabe su paradero. Magnífica policía.
Estamos en plena época de libertad y de garantías.
Vea el Dr. Astraberto los efectos de su famoso edicto sobre armas, ni sus mismos subordinados los entienden.”

Más se puede decir en torno a Julio Astrada, pero es momento de volver a Caras y Caretas, semanario que se ocupaba en modo casi panegírico del hombre cordobés ya retirado de la vida política, en su número del 14 de diciembre de 1912.
Aquí introducimos el texto de la publicación porteña, firmado con el seudónimo Ralph:

“La vida provinciana sigue, pese al progreso que todo lo invade, con sus viejos e inconmovibles aspectos, arraigados profundamente en las costumbres. Tiene, por esto, aquella vida, tan diferente de la de la metrópoli, cuadros y tipos de antigua estirpe y de notoriedad grande, aun cuando reducida a su limitado circulo social. De uno de esos personajes, patriarca de abolengo y criollo de verdad, vamos a ocuparnos en estas páginas, tratando de diseñar a grandes y rápidos rasgos su interesante silueta.
Más que por haber sido gobernador de aquella provincia y más que por haber ocupado otros altos puestos en la política y en la administración, es don Julio Astrada popularísimo en toda la provincia de Córdoba, y especialmente en su capital, por condición propia de su carácter.
Es tan llano en su trato y tan afable en su manera de ser que basta conversar una vez con él para simpatizar definitivamente y sentirse dominado por la irradiación de su modalidad afectuosa.
En otras épocas, cuando la palabra caudillo no había tomado aún la acepción que tiene hoy en día, cuando no era trasunto de atropello y salvajada, fue don Julio Astrada un caudillo, pero un caudillo de los de entonces, adorado hasta el sacrificio por el paisanaje agradecido a sus bondades.
En su casa solariega, casa construida con todas las modestas comodidades que eran el summun del confort para nuestros abuelos, el señor Astrada era visitado en otras épocas y es visitado aún hoy por todos los paisanos de las inmediaciones, que lo consultan sus asuntos y le tienen en calidad de paño de lágrimas, pues no hay apuro en el que falte su sabio consejo, ni necesidad a la que no socorra su generosidad inagotable.
Gobernador de la provincia de Córdoba en una época en que el Partido Nacional era dueño y señor de aquella provincia, don Julio Astrada dejó la herencia del mando de Córdoba al doctor Figueroa Alcorta.
— ¿Qué tal le fue con su sucesor? — le preguntamos durante la entrevista que tuvimos con él hace poco.
— Prefiero no decirlo, —contestó sonriendo,— hay cosas de las que no me gusta hablar.”

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