Burbujas y emociones

La confirmación de la condena a Cristina Kirchner despertó todo tipo de análisis, mayormente atravesados por factores muy subjetivos

Nacional12 de junio de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 
Estaba saliendo tarde de otro trabajo y no tenía ningún tema pensado. Abrí Twitter como siempre, buscando algo de inspiración, y una respuesta a un comentario mío de ayer a la mañana me dio una pista. Mi planteo original era que esto ayudaba al peronismo, al que al que una facción usurpó para parecerse a un todo. El frepasismo tardío del kirchnerismo condujo al peronismo por dos décadas, pero finalmente terminó del único modo en el que puede terminar un peronismo de izquierda, dándole la espalda a la gente que dice representar. Cada ciudadano está atravesado por sensaciones diferentes respecto a la suerte de la ex mandataria. La persona que me respondió no es la excepción y está viviendo la confirmación de la condena a Cristina Kirchner con un conjunto de emociones totalmente distinto al que tienen otros sectores de la sociedad. El señor en cuestión me dijo algo así como “se respira un clima como el de 2001”. Algunas veces me cuesta entender a la gente que interpreta los hechos de manera tan distinta a como lo hago yo. 
En ese momento llegó la inspiración. Yo era apenas un adolescente en diciembre de 2001 y quizás por eso no era plenamente consciente de lo que estaba pasando, pero mi recuerdo de aquellas convulsionadas jornadas es completamente diferente a lo que ese señor dice percibir hoy en la calle. En esta provincia (donde más o menos tres de cada cuatro personas rechazan a la mujer que acaba de ser condenada) es prácticamente imposible creer que la gente va a salir a protestar a la calle en contra del presidente bajo cuyo mandato puede ocurrir que todos vean a Cristina entrando a prisión. Fue por eso que me puse a pensar en las burbujas en las que viven algunas personas, aisladas del resto de la gente.
Todos vivimos condicionados por nuestro entorno, pero este efecto se potencia con las redes sociales. Esta nueva tecnología nos expone casi exclusivamente opiniones como las nuestras, reforzando nuestras convicciones y nuestra percepción de las cosas. Nadie está buscando refutar sus creencias permanentemente, sino todo lo contrario: nos gusta rodearnos de gente que opina más o menos como nosotros. 
Por eso mi respuesta al señor que me dijo aquello de que se respiraba 2001 fue que afuera de su burbuja hay otra burbuja en la que la gente está viviendo esto como si oliera un 1985. En aquel año el poder judicial de un estado democrático condenó a los máximos responsables de las violaciones de derechos humanos que el país había vivido durante la década previa. Ese hito conmovió a millones de argentinos que rechazaban la violencia como forma de hacer política, marcando un antes y un después para la convivencia política democrática. 
No es exagerado decir que hay millones de argentinos que viven esta condena con el mismo fervor con el que se vivió la condena a los militares bajo el gobierno de Alfonsín, especialmente aquellos que protestaron en soledad contra las tropelías de Néstor, Cristina y todos sus esbirros. Cuando el fiscal Luciani dijo aquello sobre “corrupción o justicia”, mucha gente escuchó algo parecido al “nunca más” del fiscal Strassera, convencida de que en la Argentina que viene no hay lugar para esos niveles de corrupción política que le valieron la condena a Cristina Kirchner. 
Aunque el deseo pueda ser compartido por muchos, lejos está el país de haber abandonado tales prácticas oscuras. La política se financia como puede, pero lo hace principalmente a través de las cajas del Estado, que siempre están ahí para que algún inescrupuloso meta la mano.
Por eso parece que en cada una de esas burbujas la gente vive y se siente de distinta forma. Si hay un cuarto de la población que se siente como en 2001, quizás sea más o menos otro cuarto el que vive como si esto fuese 1985. Sólo por curiosidad me fui a sacar el promedio de los dos años, para ver qué punto (de manera muy poco científica, por supuesto) estaría la mitad restante de la población. Si de un extremo al otro hay 16 años, el medio quedaría… en 1993.
El número me causó gracia, ya que “espiritualmente” el milevismo se siente que está viviendo algo parecido a lo que fueron los ‘90 y la Convertibilidad (aunque ahora sientan que tienen la experiencia para que al plan le vaya mejor). La aparente estabilidad en la que se vive, el atraso cambiario, las inversiones prometidas, los aires privatizadores, la cercanía a Estados Unidos, todo parece indicar que entre esos dos extremos de ilusión sobre un cambio de ética y el desencanto del fracaso se un régimen, hay muchos que viven una fresca esperanza de que las cosas más o menos van marchando en una buena dirección.
Por supuesto que nada de esto es real, sino apenas unas reflexiones apuradas sobre cómo las emociones traicionan a los ciudadanos, que ven retumbar sus creencias y percepciones dentro de sus burbujas, confundiéndose y creyendo que todos los ciudadanos viven y sienten lo mismo que ellos. Al final del recorrido todo eso está instalado en algún lugar de la sociedad, que lo toma, lo procesa y escupe algún orden nuevo, construido a partir de los escombros de todos los anteriores. 
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