Francos, el ministro de cristal

El Jefe de Gabinete abandonó el Senado, ofendido porque lo tildaron de mentiroso. Doble vara libertaria a la hora de acusar.

Nacional27 de junio de 2025Javier BoherJavier Boher
Francos

Por Javier Boher 
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Está clarísimo que una de las características de la política es la doble vara para medir las cosas. Aunque algunos crean ver coherencia en sus políticos preferidos, la realidad es que la humanidad es parte de los dirigentes y se comportan como tanta gente común que no puede sostener con sus actos lo que afirma en sus dichos.
No se trata solamente de una cualidad individual de los políticos, sino de un rasgo propio de los partidos, que critican o defienden las cosas según su necesidad del momento. Esto queda muy en evidencia cuando se trata del gobierno libertario, que pasa de víctima a victimario a un ritmo acelerado, imposible de seguir.
Ayer fue el turno del Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, de ir a dar informes al Senado. La práctica está reconocida en la Constitución, pero debieron pasar 20 años hasta que el gobierno macrista instaló el un hábito. Hasta entonces las visitas eran esporádicas, de acuerdo a la necesidad del presidente de turno, sin mayor compromiso con el espíritu con el que se redactó la norma.
Según los que cubrieron el evento, Francos estuvo algo impreciso y falto de cintura para responder a las dudas de los senadores. Finalmente, una representante de Tierra del Fuego lo tildó de mentiroso, lo que generó que exija un pedido de disculpas que nunca llegó. Por tal motivo fue que Francos abandonó el recinto y se terminó la interpelación.
Apenas escuché la noticia pensé en qué los jóvenes de ahora son todos así de sensibles, almas de cristal, aunque después entré en razón y recordé que el ministro tiene 75 años y una dilatada trayectoria en el sector público. 
Pensé en esas cosas propias de preadolescentes o de gente de clase baja, siempre dispuestos a pelearse bajo la máxima de que no dejan que insulten a su madre, una reacción exagerada respecto al tamaño de la ofensa. 
Después me acordé de José Manuel De la Sota, cuando la gente del Hogar Clase Media lo fue a insultar a la salida del Teatro Real. Cuando toda la gente cantaba sobre él siendo hijo de una señora de escasos recursos morales, él se hacía el dolido ante los periodistas diciendo que pensaba en lo mal que estaría su pobre y anciana madre escuchando cómo la insultaban (dando a entender que la cosa no era con él).
Lo de Francos es un papelón, una sobreactuación que no pega con su trabajada figura de hombre mayor y duro (Miguel Ángel Pichetto Style). Lo que demostró esa reacción fue que se estaba quedando sin argumentos para defender al gobierno, y que fue incluso mucho más infantil que la de De la Sota actuando como dolido por el ataque al honor de su madre.
Poco después de haber visto lo de Francos me crucé fragmentos de la presentación del presidente Milei frente a una tribuna libertaria. Allí habló de ser cruel contra los “kukas”, se refirió a Kicillof como un soviético que necesita un ábaco para sumar y que están mandando presos a los funcionarios que hicieron las cosas mal durante el kirchnerismo (entre los cuales los trolls agregaron a Sergio Massa y su esposa). Increíble.
La cosa es la misma de siempre. En apenas un par de horas el gobierno se puso en el lugar de la víctima y también mostró que puede ser el agresor, en un juego histérico, perverso o incluso psicopático. Hay gente que cree que no hay que ofender la investidura presidencial al mismo tiempo que sostiene que está bien que el presidente se defienda atacando a periodistas, políticos, nenes con autismo o médicos. La necesidad de ponerse en el lugar del dominado y someterse a la autoridad (por el simple hecho de ser la autoridad) es lo que termina generando que los gobiernos finalmente se extralimiten.
No será acá que se lean quejas sobre la forma en la que el presidente trata a los periodistas (aunque eventualmente se haya señalado la asimetría de poder entre el que maneja los resortes del Estado y debe hacer cumplir las leyes frente a los que no tienen las mismas capacidades ni obligaciones). Sin embargo, es hilarante que los que le piden a la gente que no se ofenda o se preocupe por las aseveraciones presidenciales después anden llorando porque les dijeron cosas feas.
Difícilmente Kicillof, Cristina, Massa o cualquiera de esos políticos de alto perfil se sienta mal por lo que dice el presidente, pero la distancia entre insultar a esa gente y pasar a criticar al “abuelito amarrete”, los que hacen “piquetes de la abundancia” o los “grupos de tareas mediáticos”, como le dijo alguna vez Cristina Kirchner a los que le molestaban. “No tengas miedo, Sandra Pitta, nosotros te vamos a cuidar”, dijo Alberto Fernández en la campaña de 2019, poniendo en el centro de la escena a una científica del CONICET que no apoyaba al kirchnerismo. Hay gente que no puede ver cómo las cosas se parecen.
La de ayer fue la segunda vez que Guillermo Francos se retiró por lo que le dijeron. En lugar de quedarse y dar la pelea parlamentaria, elige irse ofendido. Así va a terminar llegando el día en el que directamente no vaya a rendir cuentas al Congreso, del mismo modo que alguna vez se terminaron las conferencias de prensa en cualquier nivel de gobierno. ¿Cómo puede ser que el poder se sienta tan vulnerable como para dejar de expresarse en aquellos lugares en los que hay gente dispuesta a hacer preguntas? Es fácil gritar barbaridades cuando del otro lado solo hay hinchada local. No les gusta que les contesten los visitantes.
 

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