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El olor nauseabundo y los controles de tránsito que enojan a los conductores son parte de la misma incapacidad pública para poner orden
Municipal07 de agosto de 2025
Javier Boher
Por Javier Boher
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Hay algo que el cine y la televisión no pueden representar, por más realista que sean las imágenes: el olor. Series como The Pacific muestran la carnicería de la guerra, con explosiones, mutilaciones y pilas de cuerpos en descomposición con olores que no cruzan al otro lado de la pantalla.
El olfato es uno de los sentidos más importantes para detectar amenazas y para evocar momentos agradables. Podemos saber si hay un animal muerto en algún lado, pero también si están cocinando nuestra comida favorita. Sentimos el olor de la muerte y la enfermedad cuando entramos a un hospital, pero también el del bebé recién nacido que se está yendo a su casa.
Lo bueno y lo malo pasa por nuestra nariz.
Anteayer la ciudad se cubrió de un olor fuerte y sulfuroso que muchos asociaron al del coliflor. En las redes se multiplicaron las historias de personas que comentaban sus sensaciones. En la radio el notero salió a buscar el origen del olor, poniendo puntaje según sus apreciaciones. Rafa Di Marco, meteorólogo tuitero, había identificado la zona probable a partir de los comentarios de la gente, que coincidía con lo reflejado en la radio.
Durante horas los cordobeses estuvieron expuestos a ese olor fétido que la municipalidad no sabía de dónde venía, pero del que rápidamente se había apurado a decir que no hacía nada (a pesar de que sobran historias reales, novelas y películas en las que el terror empieza con un enemigo silencioso que flota en el aire).
Ayer a la tarde llegó el comunicado oficial de que la municipalidad había encontrado el foco del olor, un basural en un terreno privado en el que se estaba quemando algo que todavía no se sabe qué es. Pasaron más de 24 horas desde que empezaron las denuncias por el fuerte hedor, pero al gobierno local, con todos los recursos del Estado, se le hizo más difícil encontrar el lugar que a un par de privados con ganas de llenar minutos de aire o pasar el rato atrás de una computadora.
El monstruo
Ayer escuché una entrevista al politólogo Andrés Malamud en la que volvió a salir el tema de la división de la provincia de Buenos Aires. El argumento central es que es un territorio que no se gobierna a sí mismo y que tiene grandes asimetrías territoriales, por lo que el control es muy difícil. Mientras escuchaba pensaba que algo de eso parece pasar en la capital de la provincia.
El ejido urbano de la ciudad de Córdoba es enorme y concentra el 38% de la población de la provincia, a pesar de tener el 0,35% de la superficie. A pesar de que este último dato parece poco, es la ciudad más extensa del país (y una de las más grandes de América): la superficie de CABA es el 35% de la cordobesa y la de Rosario es el 31%.
El cuadro empeora si revisamos seccional por seccional o barrio por barrio, porque el desbalance es mucho mayor, con zonas de alta densidad poblacional (como el centro o Villa El Libertador) y otras casi en la ruralidad (como la zona del aeropuerto, por donde se originó el olor). Así tenemos una ciudad muy concentrada en bolsones, con amplias zonas despobladas y pocas herramientas para la gestión del territorio. Los CPC y los Centros Operativos han sido una buena política pública que a todas luces es insuficiente para la realidad cordobesa.
El control
Todos esos elementos hacen que amplias zonas de la ciudad estén completamente fuera del radar del municipio, que solo ocasionalmente llega para controlar qué pasa en la periferia. Es tan raro que los inspectores municipales visiten los confines de la ciudad que los emplea que cuando llegan a establecer controles la gente explota de ira. El caso más visible es el de los controles de velocidad que han generado polémica toda la semana, especialmente por la enorme cantidad de multas que se labraron.
El caso expone una realidad innegable: la gente transgrede las normas de tránsito porque no hay quien las haga cumplir. Así, no existen en la práctica, a pesar de que el papel establece que se debe viajar a menos de 60 km/h entre el peaje de ruta 5 y la Circunvalación. Perón lo dejó bien claro hace décadas: los hombres son buenos, pero si se los controla son mejores. Si se escribe una ley hay que asignar los medios para hacerla cumplir. De lo contrario, lo que corresponde es ajustar la ley a las prácticas de la gente. Córdoba es grande, está poblada de manera despareja y el Estado trata a sus ciudadanos de manera desigual.
Las normas
El origen del olor estaba en una zona que destaca por la falta de control. El basural que ardió no es el único, pero está al lado del canal maestro del que sale el agua con la que se riegan las quintas que producen las verduras que comen los cordobeses. No hay en esos lugares ambientalistas como los defensores del quebracho, a pesar de su mayor impacto sobre la salud.
La convivencia en la sociedad depende de los individuos, pero la formalización de las normas y la construcción de los Estados fueron el resultado de una necesidad concreta de simplificar esa convivencia. Si no existe el riesgo de ser sancionado de algún modo por transgredir las normas es difícil creer que la gente se va a portar bien espontáneamente. Podemos seguir sosteniendo que queremos un Estado presente, eficiente y ágil para ayudar a la gente, pero si eso no se traduce en hechos los basurales van a seguir ardiendo y los conductores van a seguir manejando rápido. En el medio, miles de cordobeses van a sentir en su nariz cómo huele la incapacidad del sector público para hacer cumplir las leyes que él mismo define.

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