Reflejo de una época

El fallecimiento de Silvina Luna expone el recorrido de vida de millones de argentinos, condenados a la angustia de una sociedad sin norte.

Nacional 01 de septiembre de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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El fallecimiento de la modelo Silvina Luna -quien llevaba varios meses peleando contra su enfermedad- fue una noticia que inundó portales y redes sociales en la siesta de ayer. Los que la conocieron expresaron su dolor, algunos medios mostraron todo lo bajo que se puede caer por un par de clicks extra y el grueso de la gente sintió pena por una muerte temprana.

El caso de Silvina Luna se puede usar para retratar la vida de la Argentina de las dos últimas décadas. Nació en 1980 y saltó a la fama tras el Gran Hermano de 2001. Así, antes de terminar el primario ya había vivido la hiperinflación, en la adolescencia vivió los ‘90 y en su primera juventud, la salida de la convertibilidad.

Aquella edición de Gran Hermano tuvo la particularidad de que la licuación de los ingresos de los argentinos le llegó a todos: el ganador de aquella edición, Roberto Parra (que le ganó la final a Silvina Luna) tuvo que atravesar el problema del corralón, viendo cómo sus 200.000 dólares eran convertidos a la cuarta parte por decisión del gobierno de Duhalde, el que de la icónica frase.

El ingreso a la casa tenía que ver con la búsqueda de la fama, pero también con una crisis que golpeaba fuerte afuera, en particular a muchos jóvenes que ya pensaban en emigrar (como de hecho pasó entonces). Los años que vinieron después significaron que muchos de aquellos participantes se volcaron a la televisión. Cobraban menos que las estrellas, pero más que lo que podían percibir en un mercado laboral agotado. La tele les daba una oportunidad.

Si hay que pensar en ciertos tiempos de la vida, entre los 20 y los 30 años es cuando se definen algunos trazos gruesos de la vida adulta, pero fundamentalmente donde más se vive para conocer a otro con independencia. Se empieza a consolidar la propia identidad en relación a los otros, se experimentan trabajos, prácticas, la noche y lo que se cruce. Es todavía el momento en el que no se piensa tanto en el futuro, pero donde se ponen las primeras bases.

La crisis de 2001 generó un profundo daño en la sociedad argentina, mucho más profundo que el impacto económico. Las desigualdades sociales no aflojaron, el consumismo se hizo tan fuerte como en los ‘90 (pero señalando políticamente al que no gustaba) y el “Estado presente” se fue convirtiendo en un relato que condicionó fuertemente a todos. Parte de ese relato en el que el Estado era el padrecito proveedor también implicaba que la represión estaba mal. El Estado estaba para hacer cualquier cosa menos para poner reglas claras.

En la década del 2010 se llenó de chantas, estafadores, fabuladores. Todos eran estrellas, famosos, con vínculos fluidos con la política. Se confundían las revistas magazines del corazón con el panelismo político. Todo daba lo mismo en una ola de relativización que quedaba eclipsada por los buenos números económicos de un consumo anabolizado por un dólar atrasado y por los subsidios a las tarifas.

Esa Argentina del vale todo hizo pico allí cuando Silvina Luna entró a sus 30, cuando la presión social por seguir perteneciendo al medio como objeto de deseo la puso en las manos de Aníbal Lotocki, quien no es cirujano plástico pero hacía intervenciones de ese tipo, del mismo modo que el ministro de economía es abogado, la vicepresidenta dice ser abogada pero nunca presentó el título o un falso médico está siendo juzgado en Córdoba por la muerte de un paciente cuando integraba el todopoderoso COE. Todo en este país sucumbió a la misma lógica de improvisación y de relativismo ético.

El médico ha sido condenado a prisión y está inhabilitado para ejercer la profesión, pero como todo lo que ocurre en este país, está libre y operando. Ese es el mensaje que la política -pero especialmente la Justicia- se han encargado de transmitirle a la gente a los largo de estas dos últimas décadas, que no pasa nada si se transgrede la ley, que no hay consecuencias para los estafadores y embusteros. El caso de Lotocki es paradigmático, por cuanto circulan en redes los supuestos vínculos con el poder por los cuales sigue suelto, haciendo su vida sin mayores complicaciones.

La generación de Silvina Luna, apenas un par de años más grande que yo, es la que quedó atrapada por aquella crisis de 2001. La inmensa mayoría de los que hoy tienen 45 años o menos no ha tenido acceso a un crédito hipotecario o a la posibilidad de ahorrar para proyectos personales. Es la generación de los que sueñan con un puesto en el Estado para poder vivir, porque en la actividad privada solo conocieron tener que renegar para salir adelante. Es la generación que vio partir al exterior a decenas de amigos, e incluso una que está viendo cómo los hijos se preparan para hacerlo. Es la verdadera generación diezmada, la que fue destruida por una acumulación de pésimas políticas sociales, económicas o de lo que sea. Son una generación sin futuro, vagando por el mundo, abandonada en su propio país.

El cansancio y el enojo que se siente entre la gente tiene mucho que ver con este tipo de cosas, con la sensación de que la vida no vale nada, que el mérito no vale nada. Que podés morir en la calle por un celular o en la camilla de un cirujano porque a nadie le importa que esté capacitado para hacer lo que hace. Es la incertidumbre de volver a tu casa y que te hayan robado todo, o de que si llueve podés perder todo por una obra de infraestructura que no se hizo. Todo en este país ha sido así a lo largo de las dos últimas décadas. Y le sigue costando la vida a la gente.

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