Caras y caretas cordobesas

Por Víctor Ramés
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Una escuela moderna y el miedo a la normalidad (Primera parte)

Dando siempre la nota en el país por su cerrado catolicismo (fuente también de fuertes actos de rebeldía inscritos en la historia), Córdoba llegó la última al reparto de escuelas normales con las que la educación se quitaba las sotanas y recuperaba la -digámoslo de entrada- normalidad. 

El movimiento normalista argentino nació con Sarmiento, y su primera concreción fue la fundación de la Escuela Normal de Paraná, en 1870. Su objetivo era lograr una formación de maestros sistematizada y orientada a consolidar el Estado Nacional, y a establecer una educación laica y universal. En Córdoba, ambas malas palabras. El invento sarmientino, que lo trajo inventado, con maestras norteamericanas fogueadas en su labor, prosperó replicando el proyecto de Paraná y dio por fruto en 1875 la normalización en casi todas las provincias del país: se abrieron escuelas en Tucumán, Concepción del Uruguay, Buenos Aires, Rosario, San Juan, Mendoza, Catamarca, Santiago del Estero y se inauguraron cursos normales anexos a los colegios nacionales en Corrientes, San Luis, Jujuy, Rosario y Mendoza. ¿En Córdoba? Aquí hubo una batalla educativa y cultural que no acabó siquiera cuando, después de retrasar por casi una década la acción del proyecto normalista, se inauguró en el año 1884 la Escuela Normal Nacional de Maestras local. Aun después de haber logrado la nación poner el pie en la “zona de radiación” católica de la Docta y Beata ciudad, erigiendo la escuela hoy conocida como Alejandro Carbó frente a la plaza hoy conocida como Colón, faltaban manotazos por dar de parte de la curia en ese frente. Apoyar ese pie fue el fruto de una negociación de años entre la nación y la provincia. Se llegó a un acuerdo, se levantó el edificio. El problema vino cuando se presentó su primera directora: la bostoniana señorita Francisca Armstrong, llegada al país en 1879, durante seis años directora de la Normal de Catamarca. Una perfecta protestante. Revuelta en las oficinas arzobispales, volaron plumas como en los dibujitos, hasta que alguien gritó ¡excomunión! Y se decidió lanzar una amenaza de excomulgar a las niñas que allí fuesen a inscribirse. La lucha era frontal. Se leía más tarde en El Destello, diario cordobés de junio de 1888:

“Escuela Normal
Está fresco todavía el recuerdo del gran movimiento de opinión que en uno y otro sentido se produjo con motivo de la ley nacional sobre educación común. La idea de la escuela laica o sea sin religión sublevó la susceptibilidad de los católicos puritanos, y los llevó a manifestar su oposición a ese sistema, en grandes meetings, en solicitudes al gobierno y en las protestas que hacían sus diarios.
Por otra parte los liberales, católicos tolerantes o católicos a su modo, manifestáronse también, en apoyo de la ley sancionada, por los mismos medios empleados por sus contrarios. 

La lucha fue ardiente, decisiva, sin términos medios; nadie podía quedarse en su casa indiferente a aquel movimiento: por fuerza debía ser católico o liberal; la división se introdujo en el hogar mismo, y veíase a la esposa, al marido, al padre y al hijo militar en bandos opuestos.
La Iglesia amenazó y usó de sus armas formidables: la excomunión para todos aquellos que de cualquier manera le prestasen su apoyo.”

Sin embargo, otra vez hubo acuerdo en la pulseada, permitiendo a los curas asumir en la escuela sus clases de religión. Al fin y al cabo, esto ya era Córdoba. 

Lo que sigue es un perfil de la Escuela Normal de Profesoras de Córdoba, según se presenta en el semanario Caras y Caretas, vista de cerca en 1919. La firma “Corresponsal” y ofrece datos de la institución tal como funcionaba en aquel año.

“Esta escuela se inauguró en el año 1884, bajo la presidencia de la señorita Francisca Armstrong, pasando en 1890 a depender del gobierno de la provincia.
Esta escuela, que desde su principio tuvo que luchar grandemente para poder abrir sus aulas al público, en 1885 le tocó la fatalidad que el obispo de esta capital la excomulgara, debido a que ella era la primera escuela de la provincia en que se hacía la enseñanza laica, razón que contribuyó grandemente para que escaseara su concurrencia escolar, pues hasta llegó momento que sus alumnas eran atacadas públicamente.
En 1892 se hizo cargo la señorita Trinidad Moreno, hoy directora, de la vicedirección, y fueron grandes las luchas en que se vio empeñada para poder imponer el prestigio de la escuela que, a causa de su excomunión, como hemos dicho, no asistían a dichas clases más que aquellas niñas de carácter liberal.
En 1897 la señorita Moreno fue contratada para ocupar la dirección de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay, y en 1910, por pedido del presidente doctor Figueroa Alcorta, ocupaba la dirección de la escuela, logrando imponerla hasta llegar a ser una de las primeras de la República.
En el año 1912 fue elevada de categoría.
Las primeros maestras egresadas de esta escuela fueron 4 en el año 1880, y hoy, en 1919, las que se han graduado con el título de maestras y profesores alcanzan a 80.
Esta escuela, cuya superficie es de una manzana cuadrada y su edificio de propiedad nacional, consta de las correspondientes oficinas para la dirección: sala de profesores, gabinetes de física, de química, mineralogía, historia natural, bibliotecas, aula para trabajos manuales, costuras, dibujo, gimnasios cerrados, salón de actos públicos, depósitos, lavatorios y 35 aulas para los alumnos. El material docente es de lo más moderno y selecto, pudiendo presentarse como modelo entre sus similares tanto nacionales como extranjeras.
Su población escolar actual es de 1250 alumnos, con un personal directivo administrativo y docente de 85 personas.
Habiendo egresado desde su fundación 663 maestros y 44 profesoras normales.”