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Dos momentos de escándalo, discusión e intervención dejaron manchas en la historia docente de la Escuela Normal de Córdoba, desde sus comienzos, y de 1904 a 1906.
Cultura27 de agosto de 2025
Víctor Ramés
Por Víctor Ramés
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Una escuela moderna y el miedo a la normalidad (Segunda parte)
Haremos un alto en dos momentos en que la Escuela Normal de Maestras de Córdoba fue motivo de escándalo. Sobre el primer momento ya se dieron referencias. Tuvo que ver con la primera directora, la maestra norteamericana -y protestante- Frances Gertrude Armstrong, nacida en Buffalo (Nueva York), quien acababa de graduarse de maestra en la Escuela Normal de Winona (Minnesota) cuando arribó a la Argentina en 1879, para hacer sus primeras prácticas docentes. Tras seis años en la Escuela Normal de Catamarca, fue trasladada a dirigir la Escuela Normal de Córdoba, en 1884, pero se encontró con poderosos obstáculos para ejercer sus funciones debido a la oposición eclesiástica, que impugnaba la designación de protestantes al frente de instituciones educativas. El rechazo que tuvieron las maestras traídas por Sarmiento al país, alcanzó en Córdoba su mayor encono. El mismo año de la creación en Córdoba de la Escuela Normal de Maestras, al sancionarse la Ley de Educación Común N° 1.420, que instituía la enseñanza primaria obligatoria, laica y gratuita, el espíritu clerical cordobés se alzó como leche hervida.
La batalla había comenzado cuando recién llegaban las primeras maestras norteamericanas a la Argentina. Ya en 1870 se leían libelos como el que publicaba el diario porteño La Nación, donde un tal Nicomedes Antelo, maestro normal -nacido en Santa Cruz de la Sierra y establecido en Buenos Aires a mediados de siglo- deliraba refiriéndose, por las dudas, a maestros varones que llegarían de los Estados Unidos: “Se cree que el injerto norte-americano prenderá en la sociedad argentina. Se cree que los maestros no deben saber hablar para ser buenos. Se cree que los educadores de las generaciones argentinas deben ser traídos de Ultramar. (…) Yo pregunto si un hombre de una raza diametralmente opuesta, de carácter opuesto, de idioma y de maneras diferentes; un hombre que lo primero que hará es concebir antipatía por nuestras cosas; un hombre que al atravesar los mares no lo trae otro móvil que el del lucro; pregunto, en fin, si un hombre a quien los niños no entiendan, ¡podrá ser el modelo vivo de esos niños!”
Como lo expresaba casi dos décadas más tarde el diario cordobés El Destello, “era cosa que la Iglesia no podía tolerar; ella, que pretende según los cánones y las Santas Escrituras, el derecho de intervenir hasta en la elección de textos y nombramiento de profesores en todos los establecimientos de enseñanzas costeados por el gobierno, no podía quedarse indiferente ante una ley que, mirada a la luz de sus doctrinas, de sus principios o pretensiones, importaba el más rudo ataque a su derecho, por más problemático y desconocido que sea su existencia en el concepto del gobierno y de los liberales”.
En lo concreto, logró la curia local que la señorita Francisca Armstrong, como se la conocía aquí, por ser protestante y extranjera, fuese reemplazada por “una distinguida señora, católica e hija del país; todas las profesoras que se hallaban en las mismas condiciones de aquella han sido también cambiadas y han entrado a regentear las cátedras profesoras reconocidamente católicas”, afirmaba El Destello en 1888.
Precisamente la reemplazante de Frances Armstrong, Trinidad Moreno, da ocasión de revisar el siguiente escándalo en la Escuela Normal que conmovió a la sociedad local. Ocurrió en 1904 y los efectos de su onda expansiva llegarían hasta una tragedia, en 1906. El tema es complejo, una síntesis permitiría saber que, desde comienzos de 1904, venían ocurriendo roces entre la directora del establecimiento y el plantel docente, además de quienes ejercían cargos administrativos. La gota que derramó el problema nació de una carta que el profesor Carlos Romagosa, titular de las cátedras de Historia, y Geografía había enviado al domicilio de la señorita María Haydée Bustos, quien había sido alumna suya e iniciaba su carrera docente en la institución. La relación privada entre Romagosa y María Haydée era asunto prohibido para las almas católicas, pues él se había casado en España, años atrás, separándose al regresar a Córdoba. El cartero había dejado la misiva de Romagosa en la Escuela Normal, quien sabe inspirado por qué demonios. El portero de la escuela la recibió y la reservó para entregarla a su destinataria. Pero la señorita Trinidad Moreno, directora de la Escuela, le exigió que se la diese. La directora hizo de ese papel privado un escándalo que llevaría al profesor Romagosa a escribir una denuncia al Ministerio de Instrucción Pública de la Nación, en abril de 1904, solicitando el envío de un interventor. Luego le escribió a la directora, anunciándole que se tomaría un tiempo, para que su presencia no estorbara la labor del Inspector designado desde Buenos Aires, Ernesto A. Bavío. En su informe, a fines de abril, expresaba el inspector que, “salvo rarísimas excepciones”, el personal de la institución había opinado que la directora carecía de preparación profesional, y que existía una carencia “de ese profundo y sincero respeto por parte del personal docente y de las alumnas” que debía inspirar la señorita Trinidad Moreno. La misma fue apartada de la dirección, debido a su “manifiesta intención de mantener en pie el conflicto”, decidiéndose “la separación de ese germen de desgobierno e indisciplina”.
Como colofón de este enorme escándalo, sobrevendría en junio de 1906 el suicidio pactado y conjunto de María Haydee Bustos y Carlos Romagosa, en el domicilio del mismo, frente a la plaza General Paz. Esta tragedia fue visualizada por la prensa como epílogo del conflicto de dos años atrás, y, según el diario La Verdad, como una herida de muerte para la institución, mientras la sociedad abogaba por poner fin a la escuela mixta.

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