Caras y caretas cordobesas

Por Víctor Ramés
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El viejo Hospital Rawson de Córdoba, 1919

El Hospital Guillermo Rawson de Córdoba, hoy ubicado en la bajada Pucará, tiene una historia de más de un siglo de existencia, aunque parte de esa historia - y con otro nombre- es anterior al actual edificio de esa institución que nació para atender las enfermedades infecciosas, una preocupación que atravesó buena parte del siglo diecinueve en la ciudad y la provincia. 

En la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, la cátedra de Infectología se inauguró en 1904, y de inmediato debió prestar servicios a padecimientos causados por esas dos enfermedades mencionadas, además de la viruela, el Chagas, la difteria y el paludismo. Un gran paso adelante en el desarrollo de esa especialidad se produjo con la fundación en 1918 de un hospital cuyas condiciones permitieron concentrar la formación de los estudiantes y la atención de pacientes de enfermedades infecciosas en pabellones construidos al efecto. Una nota de la revista Caras y Caretas de diciembre de 1919 se ocupaba de ese gran establecimiento situado en el terreno que hoy ocupa la Terminal de Ómnibus frente a la Estación de Ferrocarril Mitre. Lo firmaba Luis Orlandini, quien ya se había ocupado del Hospital de Santa María de Punilla ese mismo año. El hospital de enfermedades infecciosas funcionó en ese predio hasta 1960, y desde 1929 adquirió el nombre de Guillermo Rawson.

A continuación, se transcribe esa publicación del semanario porteño.
El Hospital Municipal de Infecciosos de Córdoba
Todas las obras que tiendan a amparar al humilde, al desheredado, que procuren favorecer a esa parte de la humanidad triste y doliente que al despertar y anochecerse no siente más que el latir de sus sufrimientos, serán siempre dignas de todo aplauso. La importancia que se dispensa en una ciudad a la beneficencia pública, evidenciará el grado de su cultura y de su progreso.
Uno de los problemas de más fundamental importancia como es el que a la salud pública se refiere, permanecía en Córdoba, ahí, estacionario, olvidado y abandonado, La población aumentaba considerablemente y la demanda de los necesitados no podía ser atendida ni siquiera regularmente, por falta de instituciones destinadas a este objeto; pues el servicio hospitalario era ínfimo. Sucedíanse así los años, hasta que llegó un momento en que esa necesidad llamó a las puertas de los hogares bondadosos, llamado que obtuvo muy halagüeños resultados. Fue entonces que, interpretando elocuentemente ese generoso altruismo de aliviar al que sufre, el gobierno y su sociedad benefactora dieron comienzo, hace pocos años, a esa humana y patriótica tarea, dedicando preferente atención a las instituciones destinadas a la conservación de la salud, con laudables y bien inspirados proyectos y obras llevadas ya a una feliz realización. Aparte de los sanatorios para tuberculosos Tránsito Cáceres de Allende y el de la Sociedad Damas de Beneficencia, que en pintorescos parajes de la ciudad encuéntranse en construcción, instituciones que en un futuro no lejano prestarán sus importantes beneficios a los enfermos desheredados de la fortuna, se han inaugurado, librándose al servicio público el 25 de mayo del año 1918, el Hospital Municipal de Infecciosos. Está ubicado en el cuadro urbano de la ciudad y frente a la estación del Ferrocarril Central Argentino.
La construcción de la Casa de Aislamiento inicióse bajo la intendencia del doctor H. Aguiar, y siendo director de la Asistencia Pública el doctor J. M. Pizarro, quien renunció a este puesto para hacerse cargo de la dirección del nuevo establecimiento, funciones que viene desempeñando con encomiable celo, reconocido acierto y honradez digna de elogio. Este hospital se levanta sobre un terreno de 18.000 metros aproximadamente y dispone de cuatro pabellones, de los que dos, con capacidad para cien enfermos, están destinados a la asistencia de tuberculosos de los dos sexos, y los otros dos, con 44 camas, se dedican a enfermedades infectocontagiosas en general. Tiene, además, sus pabellones independientes para la dirección y economato, hermanas de caridad, lavadero y desinfección, laboratorio y morgue. La oficina de Obras Públicas municipal confeccionó los planos de esta obra, y su costo, incluyendo el valor del terreno y materiales de desinfección, lavadero y cocina, llegó a cerca de 350.000 pesos.
El mueblaje e instalación de los diversos salones se hizo todo mediante donaciones particulares, habiéndose hecho sentir en forma elocuentemente honrosa la bienhechora influencia del señor Antonio Garzón y señora de Martínez, cuyas donaciones representaron la instalación completa de dos pabellones con su dotación de ropa para los enfermos. Entre otras donaciones importantes figuran la de los señores: Minetti Hermanos, González, Molina, Huertas, etc.
Desempeñan las funciones de médicos internos, a más del director doctor Pizarro, los doctores Jerónimo González y E. del Prado, secundándoles en la labor los practicantes: J. L. Badia, A. Juliá, A. Sánchez Bustamante, C. Argañaraz, Luis Gütmann y Roberto A. Diaz.
En el mismo local presta sus servicios al público un dispensario antituberculoso municipal, dirigido por el doctor Pizarro. Este hospital, cuyos beneficios se extienden a toda la provincia, no cuenta para su sostenimiento más que con la asignación que le da la municipalidad, quien corre con todos los gastos que demanda su funcionamiento, pues no recibe ningún subsidio del gobierno provincial ni de la nación, caso único en Córdoba y quizás en el país. Necesitaría la ayuda de los poderes públicos para mejorar y ampliar su acción benéfica.”

En 1960 este Hospital se trasladó en forma transitoria al Hogar de Menores Madres y en esa misma década se instaló definitivamente en su actual edificio en Bajada Pucará.