La reconfiguración del bicoalicionismo

Aunque algunos pronostican la desaparición del balance de poder surgido tras 2015, se puede pensar en que lo que cambió fue la composición de ambos polos.

Nacional 05 de septiembre de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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La implementación de las PASO en Argentina tuvo numerosas finalidades políticas propias de una visión mezquina y cortoplacista tras la derrota electoral que Néstor Kirchner sufrió a manos de Francisco De Narváez en las elecciones nacionales de 2007. Sin embargo, uno de los objetivos planteados desde el primer momento se fue cumpliendo de a poco, el de retornar al bipartidismo.

Los analistas bautizaron al nuevo escenario surgido tras 2015 de “bicoalicionismo”, una forma más o menos técnica de decir que desde entonces había dos polos de poder concentrando el grueso del voto, uno representando al panradicalismo y otro al panperonismo. Esto, que parecía una situación que llegaba para quedarse, sufrió un duro golpe tras la irrupción del fenómeno libertario el pasado agosto, que desdibujó el escenario previo.

Así, las primarias dejaron a la vista un reparto de tercios que nadie sabe a ciencia cierta cómo continuará evolucionando, si volviendo al bicoalicionismo de 2019 o a la dispersión opositora frente a un nuevo partido predominante de 2011.

Las preferencias políticas en Argentina son relativamente estables, aunque también reflejan tensiones partidarias o regionales particulares. Hoy suena casi imposible un peronismo o un radicalismo orgánicos como en los ‘80, con una línea clara que abrace a todos y los encolumne detrás de objetivos nacionales. La crisis de 2001 nunca se resolvió del todo, dejando a los dos partidos tradicionales en poco más que confederaciones de partidos políticos provinciales, algunas veces con el mismo sello y otras veces con distintos nombres de fantasía. La crisis de representación caló hondo y sigue horadando.

Pese a todo, la ultima primaria dejó en claro que hay una división relativamente firme respecto a las formas de construcción política y a la visión sobre el rival político: alrededor del 60% del electorado -que personalmente identifico con variantes del peronismo como sujeto histórico- tiene una mirada populista de la política y el poder. En la misma se considera al otro como inferior, se cree en la omnisciencia del líder y se desprecian las formas institucionales de frenos y contrapesos. Esa situación deja en una condición de inferioridad a quienes pretenden un funcionamiento previsible de la política, con reglas claras y respeto por la división de poderes.

Sin embargo, esa diferencia entre populistas e institucionalistas no puede explicar la otra tensión que atraviesa al arco político, entre un conservadurismo popular en la piel de los libertarios y un progresismo popular en el espacio del kirchnerismo. Accidentalmente quedaron polarizando los antagonistas ideológicos, con la tercera fuerza diluyéndose en el medio, tironeada desde ambos extremos.

Ayer a la mañana, buscando vaya uno a saber qué, me crucé con una cita de Juan B. Justo sobre la moneda y la importancia de una economía abierta para beneficiar a los trabajadores. El fundador del partido socialista estaba en contra del proteccionismo, al que consideraba una herramienta que perjudicaba a los obreros y hacía más ricos a los empresarios.

Mientras leía recordé unos viejos libros de esas colecciones que uno compra de a tomos en las mesas de saldos donde se desarrollaban las ideas de Justo, que conjugaba liberalismo y socialismo de una manera que hoy le produciría escozor a todas las izquierdas argentinas que eligieron el camino del estatismo.

Al sancionarse la Ley Sáenz Peña, Justo fue un defensor de la misma, no solamente porque consagraba el voto universal, secreto y obligatorio, sino también porque creaba las condiciones para estabilizar el sistema de partidos. El médico creía que el sistema electoral que emergería desde allí iba a consagrar un sistema de partidos similar al inglés, con un fuerte bipartidismo entre una fuerza conservadora y un partido laborista. En su visión el Partido Socialista sería el equivalente al Laborismo inglés, mientras que los conservadores deberían estructurar un nuevo partido de raíz popular para sacarlo de los salones de la oligarquía.

Pero los conservadores fallaron y el radicalismo entró con fuerza en la sociedad, destruyendo esos cálculos. Un partido movimentista, con elementos de todo el espectro político, hablando sobre las instituciones pero abrazando una tradición populista en un personaje como Yrigoyen. Esa cuña dificultó el desarrollo de un sistema de partidos sano, licuando al socialismo como fuerza popular y empujando a los conservadores a la puerta de los cuarteles.

Así, desde entonces cambiaron los partidos, pero la lógica del partido predominante que representa a toda la sociedad se instauró con fuerza. Hubo veces de un posicionamiento más a la izquierda y otras veces más a la derecha, pero siempre la idea de un acuerdo de masas que represente a “el pueblo”, una entelequia.

Muchos insisten en que estamos ante el fin del bicoalicionismo, pero quizás finalmente llegamos al sistema inglés con el que se ilusionaba Justo, con una coalición posicionada claramente a la derecha y otra claramente en la izquierda. Ciertamente sería sana una reconfiguración del sistema político, con líneas más definidas que las que se vieron durante los últimos 40 años.

El sistema inglés tiene un problema para ciertas minorías, como los liberal-demócratas. El partido, casualmente identificado con el amarillo, queda desdibujado al medio, sin poder ganarles a unos ni a otros, perdidos en la historia hasta que algún golpe de suerte los rescata del olvido. Sería un duro panorama para nuestro tercio institucionalista, que hasta hace no tanto fantaseaba con representar un gran acuerdo del 70% del espectro.

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