Nuevos recortes de los días de papel Córdoba, 1899

Un diario nos brinda tres cuadros de la Córdoba de fines del siglo diecinueve, sobre un barrio todavía pueblo, el auge del ciclismo urbano y la condena de una popular curandera de San Vicente.

Cultura 06 de septiembre de 2023 Víctor Ramés Víctor Ramés
Bicicletas del Apocalípsis
El Apocalipsis viene en bicicleta. Ilustración: Pinterest, sin crédito.

Por Víctor Ramés
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La vida cotidiana en el último año del siglo diecinueve reunía los elementos de una larga centuria de independencia nacional y construcción día tras día de un proyecto hegemónico. El siguiente siglo se aprestaba para una continuidad que prometía no ser abrupta. Temas tomados de un diario pintan las cosas en torno a unos pocos asuntos de esa Córdoba tan próxima.
Ejemplo de esto es tener que trasladarse a pensar un San Vicente que era un “pueblito” en el cual se vacacionaba, y que para nada se hallaba integrado al núcleo identitario de la ciudad. Sí estaba en vías de ocurrir esa integración; no en vano cita la nota de Los Principios al tranvía y al teléfono, artefactos modernos que acortaban distancias y agilizaban la comunicación. Y también menciona los servicios faltantes, que prolongaban la situación, más rural que suburbana, del actual y populoso barrio del sur de la ciudad.
El pueblo de San Vicente - Veraneantes- Sus comodidades
A inmediaciones de esta ciudad, es, sin duda, el lugar que reúne mayor número de ventajas para las familias, cuyos esposos tengan qué hacer en la ciudad, que no puedan abandonarlos del todo.
Las familias que están en San Vicente, tienen las frutas y verduras frescas, y a la mano; cualquier necesidad de artículos de mercado, de almacén, de tienda, etc., todo se encuentra con facilidad, y si algo se necesita de la ciudad, se obtiene fácilmente, mediante el teléfono, el tramway y los carros y jardineras que diariamente van y vienen de la ciudad.
A pesar de la guerra, que desde su fundación le hizo la prensa tonta; después, algún mal gobierno y más después una malísima policía, que perseguía hasta de muerte a sus
habitantes, esta población florece y florecerá más cuando le llegue el agua corriente por cañerías, la luz eléctrica y la acción municipal que siempre fue casi nula en su favor; pues solo se notó su acción activa cuando se hacían los empedrados, que costaban un ojo de la cara.
El movimiento de pasajeros en el tramway lo dice todo; opinamos que esta sola línea conduce más pasajeros que las otras dos juntas. Si se publicase la estadística se comprobaría la verdad.
El aumento de su población firme y de la veraneante, es otra demostración de las ventajas de esta localidad; donde las quintas, el rio, sus caminos, el canal de riego, los mataderos públicos, las fábricas, el comercio, etc., dan comodidad y ocupación a varios cientos de individuos de diferentes sexos, edades y condiciones.
Las familias veraneantes encuentran todo lo que se necesita para la vida y no tienen necesidad, como en los lugares apartados de campo, de llevar provisiones para su despensa.
(…) Los paseos se hacen en carruajes, en el tramway, a caballo y a pie.
Los baños pueden tomarse en el río, que en la estación del verano aumenta su caudal de agua, y también en las mismas casas particulares, con el agua de la acequia o de los pozos que son muy bajos.”

Ya de este lado del río, encontramos un artículo relativo a la difusión de las bicicletas en la ciudad. Se habían visto ya las primeras imágenes del vehículo liviano y unipersonal, pero ahora el crecimiento parecía irreversible, como en todo el mundo. En 1899, el comerciante Theodore Flandin, que vendió en su negocio las primeras bicicletas, fue entusiasta impulsor del velódromo, espacio para pedalear a velocidad. Fuera de ese circuito, las bicicletas solo podían ser bólidos peligrosos para los peatones, como lo siguen siendo hoy, en las peatonales, vueltas velódromos sin ley, de la pandemia a esta parte.
En la plaza Vélez Sarsfield
Anoche hemos tenido ocasión de observar los abusos que continuamente están cometiendo nuestros ciclistas.
No habiéndose contentado con andar a toda furia por los alrededores de la plaza sino que se introdujeron dentro y en momentos que paseaban varias señoritas, procuraron andar de igual manera pareciendo hacerlo intencionalmente, pues se divertían con molestar a las paseantes las cuales tuvieron que retirarse temiendo cualquier desgracia.
Hacemos notar que el agente de servicio que presenció el hecho, no intervino como era de su deber.
Esperamos que la policía intervendrá en adelante para evitar que nuestros ciclistas sigan cometiendo tales abusos y faltas de cultura.”
No era la única plaza convertida en coto ciclístico, según apuntaba Los Principios en octubre:
Los ciclistas en la plaza general Paz
Varias personas se han apersonado a nuestra Redacción manifestándonos los serios inconvenientes que entraña para las familias que asisten de noche a la Plaza General Paz la resolución de los amateurs al ciclismo de elegir para recreo de sus paseos en bicicleta esta bonita plaza a donde concurren numerosas familias.
Se nos manifiesta que noche a noche gran número de ciclistas recorre velozmente la plaza mencionada con grave peligro de los que concurren a ella.
Sin ir más lejos, hace algunas noches un sujeto fue llevado por delante por una bicicleta produciéndole algunas contusiones.”

Desde comienzos de 1899, Los Principios había denostado a una famosa curandera de San Vicente, en tanto su rival, La Libertad, había salido a defenderla. Una publicación porteña se hacía eco y terciaba.
La curandera santa
La Revista, que es en su género una de las publicaciones más importantes de la Capital Federal, publica lo siguiente sobre la célebre bruja de San Vicente, cuyo órgano en la prensa es nuestro distinguido y sabio colega La Libertad:
«La ‘curandera santa’ es una señora residente en Córdoba, de nombre María Rosa Murúa, que desde hace algún tiempo viene mistificando la opinión con pretendidos milagros, y explotando a la gente sencilla del pueblo, que en número considerable acudía diariamente a su casa en busca de salud.
Pues bien; la curandera santa no puede seguir explotando por más tiempo la mina, porque el consejo de higiene le ha prohibido ejercer la industria, imponiéndole al mismo tiempo doscientes pesos de multa. La policía por su parte, le ha ordenado que salga de la ciudad en el término de tres días.»

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