Caras y caretas cordobesas

El Hospital de Santa María de Punilla era visitado por un corresponsal de Caras y Caretas en 1919. En el marco de la lucha contra la tuberculosis, surgían asimismo otras ofertas de salud en función de los recursos de los enfermos y enfermas.

Cultura16 de octubre de 2024Víctor RamésVíctor Ramés
Hospital Santa María - Miércoles 16-10
Nota "Caras y Caretas" del 1° de marzo de 1919.

Por Víctor Ramés
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Una visita al Hospital Santa María (Segunda parte)

Aquí se completa la cita del artículo publicado en Caras y Caretas el 1° de marzo de 1919, cuyo autor, Luis Orlandini, encomiaba la tarea sanitaria que se llevaba a cabo durante una visita realizada al hospital para tísicos enclavado en el Valle de Punilla:
“Este útil y moderno instituto cuenta con una superficie de 705 hectáreas para sus diversas actividades, y se compone de trece pabellones separados, divididos en tres filas paralelas. De estos pabellones hay tres para asilados gratuitos, dos para enfermos pensionistas de ambos sexos, un palacete para médicos internos, otro para dirección y habitación del director, y los demás están destinados a Hermanas de Caridad, farmacia, cocina, lavadero, máquinas y locales para autopsias y laboratorio, lechería, etcétera. Hay además dos hermosos «Solarium» estilo suizo para la cura solar.
Cada pabellón cuenta, en los dos frentes, con dos amplias galerías para la cura de reposo y de aire, con comedor, sala de reunión, biblioteca y música, en donde los enfermos gozan de unas horas de solaz para disipar la monotonía que ofrece la vida de asilado.
Los lujosos pabellones destinados a enfermos pensionistas no han sido aún librados al servicio público; su apertura se realizará en breve, una vez que sea aprobado el nuevo presupuesto nacional.
Estos pabellones están montados con un regio confort y de acuerdo con los elementos que la ciencia aconseja.
Con encomiable celo, reconocido acierto y honradez, evidenciado elocuentemente durante el largo periodo que hace viene actuando, dirige los destinos de esta institución el distinguido facultativo doctor Alfonso A. Forns, quien además de las funciones de director administrador tiene a su cargo la asistencia médica de las enfermas.
Desempeñan las funciones de médicos internos, teniendo a su cargo la asistencia de los enfermos varones, los facultativos doctores Antonio Cetrángolo y Héctor Norrié, los que desempeñan su misión con dedicación y competencia digna de elogio.”

La descripción de esa visita al Santa María muestra las mejoras y ampliaciones para dar cabida a la gran demanda de camas que imponía el avance de la tuberculosis. Resulta de interés la mención a la disponibilidad de plazas gratuitas en tres de los trece pabellones del complejo, una referencia a las diferencias de clase que reflejaba la internación en esa institución.

La tuberculosis ponía en evidencia esas diferencias a la hora de obtener atención médica en la región sobre la que escribió Bialet Massé, resumiendo taxativamente las propiedades de su clima benéfico: “El ozono condensado del invierno todo lo quema, no hay microbio que resista y que no se acabe.”
Muchas personas de fortuna fueron víctimas del bacilo, o bien padecieron el miedo al contagio. Incluso antes de la fundación de un hospital específico como el de Punilla, se levantaron en la región establecimientos de enorme lujo, como fue el Edén Hotel de La Falda inaugurado en 1898, que publicitaba su propia estación climatérica y condiciones de aire, sol y sequedad de ambiente apropiado para prevenir la enfermedad. La oferta de habitaciones en las sierras cordobesas se multiplicó. Esto es precisado por Diego Armus (Los alpes suizos en las sierras cordobesas. El Valle de Punilla y la historia sociocultural de la tuberculosis, 1870-1960) quien aporta el siguiente panorama: “Los sanatorios privados, que se autodenominaban «hoteles de estaciones climatéricas», y también las clínicas, muy pronto salieron a publicitar sus ofertas no sólo con los argumentos de la atención, el placer, el tratamiento y la disciplina, sino también los del confort, las facilidades de transporte, la recreación y música que ponían al servicio del paciente, el personal profesional especializado y las peculiaridades del clima. Algunas pensiones ofrecían lo mínimo necesario para llevar adelante algo parecido a una cura de reposo en un entorno sencillo e higiénico y prometían en sus avisos publicitarios «habitaciones ventiladas y alimentación condimentada con fino aceite y manteca». Pero otras no fueron más que especulativos emprendimientos, con frecuencia criticados por no ser otra cosa que «lugares destinados a hacer ganar dinero en vez de tratar de curar tuberculosos»”. 

En una investigación titulada Tuberculosis y migración hacia Córdoba a inicios del siglo XX: discursos y concepciones sobre la figura del migrante interno, María Laura Rodríguez, Lila Aizenberg y Adrián Carbonetti aportan un enfoque complementario sobre las cualidades terapéuticas de la provincia, al introducir referencias a la ciudad de Córdoba, adonde llegaban enfermos de tisis de otras provincias del país en busca de condiciones accesibles para su tratamiento. Afirman los autores que “la gratuidad de los sanatorios, hospitales y dispensarios existentes en la ciudad, de una u otra manera, habrían atraído a un creciente número de inmigrantes enfermos provenientes de los sectores más pobres, en el marco del progresivo avance del proceso de medicalización de la sociedad argentina. Ello marcaría condiciones históricas especialmente problemáticas para la migración a Córdoba, dado que su sistema de salud antituberculoso evidenciaba dificultades para proveer servicios sanitarios adecuados.”

En lo que respecta al desarrollo histórico del proyecto del Hospital para tuberculosos de Santa María de Punilla, ese centro prosiguió su importante tarea hasta que, en los años cincuenta, la presentación de los antibióticos se convirtió en una solución extraordinaria para curar la enfermedad. Hasta entonces, el hospital prosiguió manteniendo apartadas a las personas tuberculosas de quienes no sufrían el contagio. Desde 1968 el complejo fue refuncionalizado para la atención de la salud mental, transformándose en un centro de control psiquiátrico. Durante la dictadura militar, en los años setenta, sus pabellones fueron usados como centro clandestino de detención.

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