Padre del aula, Sarmiento inmortal

Arranco con una advertencia, estimado: de esta nota pasaron seis años, pero me tomo la libertad de retocarla por la fecha. Y nunca está de más recordar que Sarmiento es mucho más grande que un billete devaluado.

Nacional 11 de septiembre de 2023 Javier Boher Javier Boher
2023-09-10-sarmiento
Por Javier Boher
¡Cómo me gusta el día del maestro, amigo lector!. Cuando llega este día y uno repasa lo que fue la vida de aquel “cuyano alborotador” no puede más que reconocer su legado. Como todo tiene que ver con todo, pensar en Sarmiento también es pensar en lo que somos hoy. Y en la educación, por supuesto. Aquel muchacho de provincia, mujeriego e irascible, fue un hombre que se inventó a sí mismo. En el camino, además, ayudó a inventar un país.
En Argentina se puede rastrear la ideología de las personas por el reconocimiento que se le hace a los próceres. Si usted es fan de San Martín o Belgrano lo felicito: es un argentino promedio. Si por el contrario le gusta Güemes, usted está más cerca del populismo provinciano. Defender a Artigas, por su parte, es un progresismo un poco más liberal. Si le gusta Rosas, casi seguro usted es peronista. No se engañe: es así. Si a usted le gusta Mitre, es conservador porteñista. Si le gustan los caudillos provinciales, conservador populista. Nadie escapa a los influjos de los prohombres del pasado.
Se que ahora van a venir la tunda de golpes o el malón con antorchas: defender a Sarmiento es ser liberal cosmopolita. Capaz no contradigan mi afirmación. Lo que seguro van a contradecir es mi consideración del liberalismo como algo positivo.
(Le agrego hoy: hay mucho libertario que le gusta reivindicar a Alberdi y no le gusta tanto Sarmiento, señal de que se quedan con un propagandista y no con un hombre de acción. Mejor que decir es hacer, decía el Yéneral).
Durante los últimos años se puso de moda atacarlo. Hubo todo un revisionismo mediocre que se aferró de algunas declaraciones propias del mundo de hace 150 años. No entiendo bien cuál es la idea de pelearse con algo que hoy sabemos que está mal, siendo que el grueso de lo que dijo -y más importante, lo que hizo- estuvo bien.
Es notable que haya gente que afirme que el pelado serio de los billetes de $50 (¡Cuánta devalueta, estimado!) era un vendepatria porque quería ser Estados Unidos. Muchachos, en esa época los yanquis estaban tratando de salir de su Guerra Civil, no eran la principal potencia mundial. Éramos dos almacenes de barrio: hoy ellos son el Wal-mart y nosotros La Salada (y con precios cuidados). 
Incentivó el desarrollo de los transportes extendiendo la red ferroviaria o las líneas de telégrafos. Acá aparecen algunos a decir que cedió soberanía a las empresas de afuera y no sé cuántas cosas más. Se le ocurrió unir de todas las formas posibles a un país al que en ese entonces lo poblaba la misma cantidad de gente que hoy vive en La Matanza.
Sarmiento siempre fue un prócer incómodo. La iglesia nunca pudo digerir su idea de educación popular, basada en el laicismo y la razón. Por supuesto que hay gente que cree que la fe es importante. No quiero sorprenderlo con esta revelación, pero al parecer la ciencia estaría más cerca de conocer los fundamentos de las cosas que la religión. Sarmiento era un hombre que tenía fe en eso, de ahí que lo despreciaran los hombres de fe. (No lo quiero hacer poner mal, pero ahora parece que vamos a tener terraolanistas en el Congreso. Estamos como antes de la Generación del '37, estimado).
151 años antes de que la ONU fijara la universalización de la educación primaria en “los objetivos del milenio”, en 1849 se publicó “La educación popular”. Popular. Para todos. No para los ricos, como quieren hacer creer hoy. 
(Lo menos popular que tenemos hoy es la escuela, estimado, porque confunden bajar línea Nac&pop con ayudar a que las masas piensen en un futuro. Solo 13 de cada 100 chicos que entra a primer grado egresa del secundario en tiempo y forma. Esa es la educación que libera… que libera brutos a la calle).
Los otros que siempre lo han aborrecido son los que no terminan de entender el liberalismo. Aunque en Argentina tenemos una larga tradición de defenderlo en economía y rechazarlo en lo social, Sarmiento fue liberal en todo sentido. Civilización y Barbarie es eso. A mí que me disculpen, pero aceptar que la gente viva en chozas en el monte, se agarre chagas o tuberculosis por querer curarse con bichos y flores no es progresismo. Progreso era el que impulsó Sarmiento. Y justo por eso no lo quieren. (¡Se la regalo poder curarse con los desastres que han hecho en la economía! A este paso, bichos, flores y aloe vera van a ser la única los únicos remedios).
Toda esa runfla de críticos que cree que los derechos son una creación del socialismo y no un estandarte del liberalismo son los mismos que creen que el liberalismo es lo que impulsaba el señor de las orejas de elfo Álvaro Alsogaray (¿Hace falta que aclare que el león fratívoro es hoy una verdadera ofensa al liberalismo?).
Esa gran herencia liberal en educación está tambaleando por las decisiones que han tomado algunos políticos en los últimos años. Hoy hay provincias que pretenden reinstaurar la religión en sus aulas, como Salta o La Rioja, conocidos bastiones del progreso y la innovación social. Lo contextualicemos: Sarmiento presidente se peleaba con la iglesia por estar a favor del evolucionismo cuando la principal obra de Darwin no tenía ni diez años. Hoy hay provincias que pretenden que se enseñe creacionismo en las aulas. Y que de paso se pregunte por Santiago Maldonado. (Me pasó con mí hija hace dos semanas: "si gana Milei se terminan los remedios gratuitos del PAMI". No me la fui a agarrar con al docente porque me gusta salir en el diario, pero lo en los policiales).
Le digo, amigo lector, la gente está loca. Hoy se defiende que los adolescentes tomen una escuela en contra de una reforma educativa, que los docentes hagan política en las aulas, que se enseñe religión como una materia más, todas cosas por las que Sarmiento debe estar retorciéndose en su tumba. Hay muchos que durante los últimos 15 años hicieron lo posible por darle una segunda muerte y eliminar su legado. Pero ni en eso lo entendieron, porque a todos esos bárbaros les advirtió con claridad que “las ideas no se matan”. Sobre todo las de él.
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