Los únicos privilegiados

Siempre es válido preguntarse quiénes son los que ganan con toda esta debacle en la que se está yendo el kirchnerismo.

Nacional 11 de octubre de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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La fuerte suba del dólar ya no es noticia, quizás porque desde las PASO ya es un 80% más caro. Cada vez que escuchamos “disparada del dólar” cruzamos los dedos para que Washington haya decidido quitarse la vida para dejar de trepar, a ver si de esa manera podemos dejar de empobrecernos a cada minuto que pasa.

A esta anécdota ya la conté hace unos pocos meses, pero viene bien retomarla. En diciembre vino un amigo de visita desde Estados Unidos, donde vive. En una juntada para comer asado tiró -a modo de broma- tres dólares en la mesa para pagar $1.000 de la parte que le tocaba. Ayer esos mismos tres billetes llegaron a ser más de $3.000, pero nadie se ríe.

Este fin de semana que se avecina es uno de los últimos fines de semana largos que nos queda en el año. Sin embargo, casi no hay dudas de que será el último fin de semana en el que mucha gente se pueda poner a pensar en salir a pasear (vacaciones ya es demasiado decir).

La inflación que cabe esperar para los próximos días, semanas y meses hace que ya debamos empezar a olvidarnos de muchos de los planes que teníamos para el futuro cercano. Otra vez volvemos a la vieja frase de que los sueldos suben por escalera mientras que los precios lo hacen por ascensor. Con los precios que podemos proyectar para diciembre es más que comprensible aquello que hacía Maduro de adelantar la Navidad. Solo eso les falta para que la destrucción de la economía llegue a esos niveles de la dictadura caribeña que tanto admiran.

En ese contexto de destrucción del ingreso -toda de Massa, por más que el kirchnerismo quiera licuar sus culpas señalando la imprudencia discursiva de Milei- cabe ponerse a pensar en quiénes serán los únicos que se van a beneficiar de todo esto. No es difícil imaginarlo, sino que irá a tono con lo que vemos desde hace años. Mientras los privados -en blanco o informales- tendrán que reducir su nivel de consumo, pasar a terceras o cuartas marcas y priorizar los gustos, los empleados públicos (especialmente los que ya sabemos) van a seguir manteniendo su ingreso.

Toda la casta -y los que lleguen a serlo a partir de diciembre- van a ser espectadores de cómo tratamos de protegernos los que trabajamos en negro y tenemos que pelear mes a mes para ponerle un valor a nuestra remuneración. Todos los funcionarios políticos van a estar entre los que no tienen problemas, pero se van a esconder en una autocomplaciente supuesta empatía que va a brotar de sus posteos lacrimosos en redes sociales sobre la gente que no llega a fin de mes.

El kirchnerismo terminó tal como se anticipaba desde esta columna, retomando la orientación de 2015, recuperando el tiempo perdido y acelerando a fondo hasta que la mayor parte de los 46 millones de argentinos terminemos estrolados contra góndolas de supermercado con precios inaccesibles.

Ayer me contaron, de primera mano, cómo una familia entró a un supermercado, tomó algunos productos exhibidos, los abrió frente a la gente y se sentó a comer en el suelo del establecimiento como si estuviese en un picnic. Nadie los corrió, simplemente terminaron su comida, dejaron todo a un costado y se fueron.

Desconozco si eso fue una estrategia de desestabilización de algún grupo piquetero como el de Raúl Castells, algún grupo de oportunistas que aprovechó la anarquía en la que se vive en este momento o una familia que efectivamente ya no sabe cómo pelearle a la suba de precios, pero si no hubiese visto las fotos no lo creería.

Ese proceso de anarquía que se vive es inédito en la Argentina de los 40 años de democracia. Alfonsín se fue antes, al igual que De la Rúa, pero ambos intentaron gobernar (si bien o mal, eso quedará a juicio de cada uno) hasta el último momento de su mandato, por ejemplo cambiando ministros. Alberto Fernández canceló su agenda y se recluyó en Casa Rosada, quizás a dormir la siesta. Es un presidente que decidió dejar de presidir hace más de un año; un Plan Trabajar Premium, un vago, arrastrado y cobarde que nos sale demasiado caro.

La vicepresidenta también está en silencio. La brillante estadista, la que dice que cuida al pueblo, la que es venerada en términos casi religiosos por seguidores que insisten que este no es su gobierno, también decidió correrse del medio. No se preocupa de hacerse cargo del desastre que ha generado, sino de conseguir su impunidad para disfrutar de una fortuna que se duplicó en seis meses si se la mide en pesos.

Nunca hubo en este país un proceso de acefalía tan grande como este, al menos desde la organización de la Argentina moderna. En 150 años no habíamos sido testigos de una falta de coraje tan grande de parte de los que ocupan los cargos del gobierno. Juegan a hacerse los muertitos, los desentendidos, mientras los dos millones de pobres extra que trajo el hiperministro Massa corren el riesgo de multiplicarse por su incapacidad y su ambición.

Es muy feo cuando brotan la bronca y el pesimismo, pero cuando uno se está cayendo de la clase media y tiene tres hijos para alimentar las cosas se ven desde otra perspectiva. Lo traje a Perón con precios y salarios y lo retomo acá: al final del camino parece que esos pequeños no van a tener ninguna prioridad en esta vieja Nueva Argentina; cuando la hiperinflación nos pegue a todos, los únicos privilegiados van a terminar siendo aquellos a los que Justicia Social, redistribución e igualdad no se les caen nunca de la boca. Ni siquiera cuando andan en yates, en Ferraris, compran hoteles o juegan al progresismo.
 
 
 
 
 
 
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