Nuevos recortes de los días de papel Córdoba, 1906

El curso más o menos apacible de la vida cotidiana se vio sacudido, en junio de 1906, por un pacto suicida en el seno de la sociedad de Córdoba. El caso ponía en crisis muchos prejuicios y aversiones. Carlos Romagosa y María Haydée Bustos trocaban su muerte en denuncia.

Cultura 01 de noviembre de 2023 Víctor Ramés Víctor Ramés
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Por Víctor Ramés [email protected] Provocó gran conmoción en la población de Córdoba el suicidio pactado juntos por e

Por Víctor Ramés
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Provocó gran conmoción en la población de Córdoba el suicidio pactado juntos por el intelectual y político cordobés Carlos Romagosa y la mujer a quien amaba, la profesora de la Escuela Normal María Haydée Bustos. Ocurrió el 8 de junio del año 1906. Ambos eran miembros conspicuos de dos familias reconocidas de la burguesía y alta burguesía local. Actuaron así al sentirse maniatados por la estrecha moral de la época, que no admitía su relación debido a que Romagosa era separado de su primer matrimonio, indisoluble a los ojos de Dios, es decir a los de la sociedad de su tiempo. Las habladurías y el acoso personal de la directora de la Escuela donde Romagosa y María Haydée ejercían la docencia, fueron también determinantes en la decisión, lo que acarreó investigaciones que la removieron de su cargo.
Los diarios La Patria y La Verdad dieron cuenta de la muerte de Romagosa, haciendo referencia a su suicidio, sin ninguna alusión a la muerte de María Haydée, que era informada por el segundo como una noticia desvinculada de la trágica decisión.  El estupor de los cronistas, miembros de la misma sociedad que los suicidas, solo parecía dejarles una impronta piadosa como argumento de sus notas necrológicas. Se leía en La Patria la congoja por Carlos Romagosa:
“Las borrascas empujaron su vida hasta el abismo.
Y en él se hundió, con la trágica sonrisa de todas las amarguras de su alma atormentada, como el piloto heroico sobre la cubierta de un navío destrozado.
Carlos Romagosa pertenecía a los escogidos del corazón y del talento, por más que en el retiro silencioso de su existencia, se hubiera sustraído a todos los honores que le deparaban sus altas cualidades.
Ante la tumba que va a guardar los sangrientos despojos del suicida, la voz del sentimiento le acompañará piadosamente, con una plegaria para su ama enferma, que han macerado los infortunios de la vida.
¡Las pálidas flores del recuerdo serán como lágrimas de ternura para el nombre de Carlos Romagosa, que acaba de perderse trágicamente en la inmensa noche de la eterna sombra!”

Por su parte, La Verdad publicaba la noticia precedida por una cita del propio Romagosa, tomada de su libro Vibraciones fugaces: “No maldigas el alma que se ausenta / dejando la memoria del suicida: / Nadie sabe qué fuerzas, qué tormenta, / lo arroja de las playas de la vida!”
Y se leía a continuación:
“Parafraseando sus propias palabras, en las que había reasumido su temperamento, sus vehemencias, su idiosincrasia toda, no maldigamos su alma que se fue arrojada de las playas de la vida.
Hable el corazón y enmudezca la cabeza y sobre su tumba tan trágica y sobre su alma que se fue a cantar el himno de una nueva vida, y sobre su memoria y sobre sus recuerdos, caigan todas las flores del sentimiento y rueden todas las lágrimas del cariño.
Era bueno, era noble, era caballeresco. Su espíritu estaba eternamente atormentado por las zozobras de la existencia. Diríase que sobre su espalda llevaba amarrado los infortunios y como le pesaban tanto, al fin agobiado, cedió. Lucha despareja esa que tuvo que soportar; su caída tenía que ser como fue: ¡heroica, sangrienta! Puesto que la desgracia lo escoltó en su paso por la vida, en ese molde tenía que vaciar sus desesperanzas, en ese fin tenía que rematar su dolorosa peregrinación.” 

No sería nada fácil de digerir esa tragedia, para nadie. Por parte de quienes apreciaban a Carlos Romagosa, era un gran esfuerzo manifestarse públicamente en una sociedad con aversión al suicidio, por motivos religiosos. Y para la mayoría, el caso de Romagosa y María Haydée no era más que una mancha vergonzante en la Córdoba de 1906. Se produjo una reacción social dirigida contra la Escuela Normal, retornando a la condena de la escuela laica, que estaba a flor de piel. Muchas señoras y señores de la sociedad enviaron cartas pidiendo la eliminación de la presencia de profesores de sexo masculino en la institución. Los diarios se enfrentaron por esas ideas y el proceso tuvo un largo desarrollo durante ese año.

Hay que considerar también el horror al rompimiento de los lazos matrimoniales, otra de las causas del suicidio. Es interesante, a este respecto, cerrar con párrafos del diario porteño La Vanguardia, órgano del Partido Socialista Argentino, que titulaba así:
La tragedia de Córdoba – Una ley y una moral bárbaras – Para cuándo el divorcio?” Abajo se exponía el caso, con notable mentalidad moderna:
“Las causas del suicidio de dos personas conocidas, el ex diputado y hombre de letras Carlos Romagosa y la profesora de escuela María Haydée Bustos, no merecen a los diarios grandes, ningún comentario serio ni adecuado, fuera de la llamativa crónica policial, los cumplidos de etiqueta, o las lágrimas hipócritas y mercenarias.
(…)
«Me mato», escribió Romagosa, recordando luego unos versos suyos en que pide indulgencia para el suicida. Y la señorita Bustos: «Me mato porque no puedo unirme al único hombre que amo en esta vida.»
El escribidor de La Nación parece hallar todo esto muy poético, cuando dice: «No son comunes en nuestro tiempo estos dramas en que revive el espíritu tantas veces manifestado en las leyendas idílicas, como para atestiguarnos cuán poco se transforma el fondo eterno de los sentimientos.» Y contra las leyes de la sociedad que, según aquél, hacían imposible un amor noble y grande, y empujaban al crimen a los enamorados, no tiene una palabra de protesta ni de condenación.
(…)
Romagosa y la señorita Bustos, mujer hermosa e inteligente ésta, y aquél hombre joven y privadamente bueno, habrían formado tal vez un hogar feliz y lleno de promesas, si la estúpida ley del matrimonio absolutamente indisoluble hubiera garantizado y reconocido al primero la libertad de que de hecho gozaba, en vez de esclavizarlo a un juramento violado ya en su esencia y su fin.
La sangre y los dolores de tantas víctimas están reclamando imperiosamente la adopción de una ley de divorcio, la cual sería una medida de moralidad tanto como de salud pública.”

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