El idioma de la historia

A sus 85 años, el experto realizador cinematográfico inglés Ridley Scott ha ingresado en una zona polémica al despacharse con un film biográfico sobre Napoleón, el emperador francés cuyas hazañas y tropelías siguen siendo controvertidas tras más de 200 años de su muerte.

Cultura 30 de noviembre de 2023 J.C. Maraddón J.C. Maraddón
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J.C. Maraddón


En junio de 1978, mientras en Argentina se disputaba el Mundial de Fútbol que ganaría la Selección Nacional, en el West End de Londres se estrenaba un nuevo musical de la dupla conformada por el compositor Andrew Lloyd Webber y el letrista Tim Rice, quienes se habían consagrado seis años antes con “Jesucristo Superstar”. Y así como en ese momento se metieron con un ícono religioso, esta vez llevaron a las tablas la vida de Eva Perón, una líder política argentina que había llamado la atención del mundo, y a la que desde su muerte muchos veneraban como si fuese una santa.

Las noticias sobre el debut de “Evita” llegaron hasta estas latitudes mediadas por el contexto en el que el país estaba inmerso, con una dictadura que, en tanto secuestraba, torturaba y desaparecía personas, procuraba mantener a raya las estructuras partidarias, entre las que se incluía por supuesto al peronismo. Que en Inglaterra se le dedicara un espectáculo a la biografía de aquella aguerrida esposa de Juan Domingo Perón, representaba un peligro que de ninguna manera podía tener cabida fronteras adentro, por lo que la censura operó a fondo para filtrar la información y para que nada de lo que sucedía por allá tuviese eco por aquí.

En medio de la denominada oficialmente “campaña antiargentina” en el exterior, a la que se suponía orquestada por exiliados que denunciaban afuera las violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen, se inscribía entonces esta ópera rock que reflotaba el espectro de Evita y también el del Che Guevara, dos figuras anatemizadas por los militares. En 1986, ya en democracia, fue Nacha Guevara la que interpretó a Eva Perón en un musical autóctono, que funcionó como una reivindicación de una personalidad de la historia argentina a la que los ingleses habían adoptado como propia y cuya epopeya habían tergiversado.

Pasaron diez años hasta que, en el colmo de la apropiación, el director británico Alan Parker llevó “Evita” al cine, con Madonna como protagonista, Jonathan Pryce en el papel de Perón y Antonio Banderas en el rol del Che Guevara. Que parte del rodaje se desarrollara en Buenos Aires le sumó antipatías a esta versión remozada de la tragedia de una mujer que tanto amor y tanto odio había despertado entre los argentinos y que, así como así, pasaba a ser patrimonio universal y era objeto de una comedia musical cuyos parlamentos eran entonados, por supuesto, en idioma inglés.

A sus 85 años, otro experto realizador inglés, Ridley Scott, ha ingresado en una zona polémica al despacharse con un film biográfico sobre un personaje histórico francés cuyas hazañas y tropelías siguen siendo controvertidas a más de 200 años de su muerte. En “Napoleón”, protagonizada por Joaquin Phoenix y proyectada en salas desde la semana pasada, Scott pinta su propio retrato del emperador, en el que se ahorra algunos detalles y sobreabunda en otros, para que todo encaje en los 157 minutos que dura la película, que podrían estirarse hasta las cuatro horas si se transforma en una miniserie como algunos pronostican.

Y al igual que sucedió en el caso de “Evita”, también “Napoleón” ha despertado recelos nacionalistas, esta vez por parte de los franceses que se resisten a escuchar cómo hacen hablar en inglés a ese general que se coronó como monarca pocos años después de que la revolución hubiese destituido la realeza. Curioso destino el de estas colosales empresas que universalizan héroes nacionales y que, para poder hacerlo, deben adaptar la realidad a la ficción, aunque en el camino vayan quedando aspectos que han sido importantes para el devenir de la historia, pero que no parecen ser relevantes para el relato cinematográfico.

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