Pensar acá cerquita

Nacional 05 de diciembre de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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Algunas veces parece que los dirigentes argentinos se olvidaron de la razón por la cual existen el Estado y la política. Si la segunda es la actividad a través de la cual se persigue el poder, el primero es la herramienta para ejercerlo. No hay mejor vehículo para el poder político que esa institución que sirve de paraguas regulatorio de las relaciones humanas, desde que nacemos, reconoce nuestro nombre y nos asigna una nacionalidad, hasta que morimos y reparte nuestros bienes.

El Estado es, así, la manera más eficiente de regular los intercambios políticos, ordenando los intereses e incentivos de diversos actores para hacerlos confluir en medios y formas de resolución de problemas y consecución de objetivos comunes a la sociedad. El Estado existe para resolver problemas, no para crearlos. Aquellas sociedades que entienden esto son las que alcanzan la prosperidad.

En Argentina todos prefieren otras cosas, como pelearse por direcciones y secretarías para acomodar a un par de militantes o establecer batallas ideológicas que se olvidan de los intereses del Estado para concentrarse en las preferencias de un puñado de personas. Esos caprichos son el principal enemigo que debemos enfrentar, donde las consignas sectarias reemplazan postulados realistas de maximización de beneficios.

El Estado argentino comparte, además, el mundo con otros Estados que también tienen sus propios intereses y necesidades, las que oportunamente se deben aprovechar para alcanzar los objetivos que aseguran mejorar la situación respecto al punto de partida.

Cuando Milei empezó a hablar sobre cuál sería su relación con China o Brasil todos los internacionalistas reaccionaron como en la clásica escena de La Pistola Desnuda 3 en la gala de los Oscars, cuando todos los asistentes se llevan la mano a la frente en señal de frustración o incredulidad porque Frank Drebin le da la bomba al malo. Cuesta creer que en un mundo hiperconectado todavía quede gente que piense a las relaciones globales como no existen desde hace casi medio siglo.

En esa complejidad aparecen los que simplifican las cosas a partir de sus anteojeras ideológicas y tiran por la borda los esfuerzos de personas o sectores que siguen buscando la manera de mejorar las oportunidades de inserción o integración global. Ese es el caso de Argentina, los BRICS, el Mercosur y la Unión Europea.

Hace apenas unos días la futura Canciller, Diana Mondino, aseguró que Argentina rechazaría la invitación a unirse a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica en el principal foro económico alternativo a occidente. En ese conjunto de países se encuentran dos de los mayores socios comerciales del país, China y Brasil, que junto a India son los principales socios de 14 de las 24 provincias del país.

La razón es más política que económica, puesto que se pueden intensificar o profundizar los intercambios sin quedar asociados a algunos de los peores alumnos del grado, como Rusia e Irán, uno de los invitados al bloque. Aunque no ingresar al BRICS no implica grandes cambios económicos, el país no pierde nada si acepta sentarse a esa mesa para hacer negocios. A fin de cuentas, los vendedores ambulantes se suben a todos los colectivos, no les importa si viajan a barrios feos o a zonas de countries.

La invitación al bloque fue algo muy buscado por el kirchnerismo, más por embanderarse en una lucha “contra el imperialismo yanqui” y por necesidad de dólares (que llegaron en forma de yuanes por el swap de divisas) que por la posibilidad de aumentar la producción y el comercio con los miembros.

Casi como si estuviese respondiendo a eso, el presidente Alberto Fernández estaría decidido a dejar caer una nueva posibilidad que se abre en el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, donde sí se trataría de una cuestión económica y comercial para entrar en uno de los mayores mercados del mundo. Las razones son las mismas de siempre, las de un proteccionismo infantil que hace que los trabajadores argentinos paguen por los bienes industriales fabricados localmente casi el doble que lo que se paga en otro lugares del mundo.

Los choques entre las cosmovisiones del gobierno saliente y el entrante son fuertes, generando este tipo de tensiones cuyo resultado más probable es un perjuicio económico para el país. En un momento en el que hay que aumentar la producción, conseguir la llegada de inversiones y el flujo de dólares que permita desarmar el entramado de restricciones y trabas que encorsetan la economía argentina, resignar acuerdos que puedan significar mejorar en todos los frentes es de un nivel de amateurismo e infantilismo difícil de entender y explicar. Solamente se lo puede entender desde el chiquitaje de la política miope que se ha adueñado de Argentina.

A esta altura del partido parece como si hubiese que ponerse místico y encomendarse a la divinidad para que las cosas se acomoden y resulte beneficioso para todos. Si depende de personas con visiones tan estrechas, casi con certeza los problemas que tenemos no se van a resolver nunca.

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